4/12/10

Wikileaks…¿Una película de los 90a?

“WikiLeaks is designed to make capitalism more free and ethical”

J. Assange

Es frecuente escuchar aquello de “acabamos pareciéndonos a lo que leemos”. Louis Aragon decía que para los lectores de novelas, y quizá para sus inventores, las cosas pasan en la realidad como en las novelas, aunque son las novelas las que imitan a la realidad.

Esta paradoja describe el modo en que la circulación ilimitada de “narraciones” acaba por sustituir a lo real. En Internet las cosas suceden como un reflejo digital de lo que pasa en el mundo analógico. Sin embargo, para los usuarios empiezan a pasar cosas en Internet que sólo ocurrían en ese mundo analógico. Grandes comunidades asumen que lo que puede ocurrir sólo sucederá en Internet. La compleja narrativa digital, compuesta de textos, imágenes, videos, música, animaciones, presentaciones p.p., blogs, redes sociales, juegos, simulaciones HD, intenta sustituir a la realidad como un gran metagénero literario.

Durante los años noventa, en el lejano siglo pasado, el cine intentó enseñarnos el modo en que el metagénero digital monopolizaría nuestra experiencia del mundo. En "Matrix" la realidad que conocemos es llamada “desierto” y una programación madre, insertada en millones de mentes, produce energía a partir de los sueños de los seres humanos, lo que mantiene un oscuro mundo de “máquinas”. Hasta que aparece una primitiva conciencia religiosa y la movida se desordena.

Los extremos apocalípticos y paranoicos de la metanarrativa digital se retrataron en argumentos más simples. Por ejemplo, en “The Net” una analista de sistemas recibe el backup de un virus, remitido por unos anarquistas, capaz de manipular los contenidos de la red. Sin saberlo sufre los efectos del virus, su identidad es sustituida por una réplica digital que la involucra en la persecución, real y virtual, de los poderosos inventores de ese gran depredador de información.

II

La lista de aburridas películas que caen en los mismos tópicos digitales y tecnológicos continúa hasta que nos encontramos con Wikileaks. Este es un guión poco predecible, aunque su argumento se parece al de una película noventera: hackers de extraños peinados, persecución, revelación de secretos, grandes periódicos, información por un tubo, programación y encriptación de contenidos, trampas de los servicios secretos. A la pregunta “¿Comó estás?” un wikileak responde: “under attack”.

Se trata de un supuesto grupo multinacional de exhackers, medio anarquistas, ahora convertidos en asesores de seguridad, programadores y militantes de organizaciones humanitarias, que decidieron aprovechar la neutralidad de la red para defender el libre acceso a la información. Según su portavoz ellos no recaban información tan sólo la editan en su perseguida página web. En la mayoría de los casos se trata de insiders que envían toneladas de lo “que no debe saber nadie”, en nombre de la transparencia del capitalismo occidental y de las instituciones gubernamentales del primer mundo. Este material pasa, reza el guión, por un proceso de verificación…¿?

Estas grandes cantidades de narrativa digital -“filtrada”- revelan según los analistas las claves de nuestra “historia reciente”, son el comienzo de un “nuevo periodismo” y por eso el mundo ya “no será el mismo”. Sin embrago, la filtración es lo único que ha pasado en internet, porque lo sucedido es una mera imitación de hechos que para el Imperio y la alianza continental jamás han ocurrido. El escándalo diplomático, los asesinatos y las tortura de civiles sólo han pasado en una página web, en los periódicos que subcontratan las filtraciones, entre los fans de las redes sociales o en la -mitológica- batalla digital entre el bien y el mal.

El hecho que sólo contemos con materiales de un metagénero digital, multiplicado por periódicos -que mejoran su crítica situación con el asunto- y cientos de páginas web, comentarios en redes sociales…etc., deja un absurdo aliento a “pataleo” y meganegocio, porque ninguno de estos materiales tiene un efecto que no sea digital, no pasa nada más allá de Google. No hay un sostén jurídico o gubernamental que registre estos contenidos y busque a los responsables de los hechos que se describen en ellos. Al contrario, se exhibe con altivez una gran mordaza impuesta a esa parte del mundo -impávida, hambrienta, enfermiza, contaminada y explotada- que jamás sabrá quienes son los fashion-wikis que hoy inundan el mercado del periodismo global en Internet.

24/10/10

Sin tetas no hay bicentenario

“¡Miserable pueblo! yo os compadezco; algún día tendréis más dignidad” Apolonia, también llamada Policarpa Salavarrieta

Un buen mártir, si han existido los malos o los mediocres, se sabe traicionado por el conteo de unas monedas o en nombre del connatural terror a la muerte de sus renegados fieles. En el cadalso los condenados blasfeman, lloran o dejan feroces sentencias que el traidor más cercano transcribe en una crónica. Esto último lo hizo el criollo José Hilario López que fue indultado en Popayán, a ruegos pagados por su familia, un poco antes de asumir las funciones de guardián en los calabozos del Rosario. Mazmorras en las que una joven republicana veló su última noche en la Santa fe reconquistada por las tropas del Borbón.

La leyenda dice que la joven Apolonia era costurera, destilaba aguardientes, rezaba en el convento de los agustinos por Antonio Nariño y reclutaba soldadesca para los rebeldes de los llanos. De oídas supo de las cabezas cortadas a los comuneros, del fusilamiento de Camilo Torres, de las batallas perdidas y de otras barbaries de la pacificación en el Nuevo Reino de Granada. Cualquier nostálgico de las gestas por la libertad ha sabido del entusiasmo contagioso de una joven que luchaba por la soberanía de un pueblo indolente y redomado.

La figura femenina del gorro frigio que levanta las banderas de la república sobre una colina de cadáveres es el vástago moderno de lo que ahora nuestra ignorancia nos ha condenado a olvidar por imposible e insoportable: la revolución. Apolonia es la protagonista de nuestro espurio Delacroix, consecuencia del mísero cálculo de los aniversarios patrios. Ahora resulta que la inventada independencia tiene una edad y que la ausente libertad ha cumplido años, lo que nos obliga a soportar el melodramático recuento de un universo paralelo en el que napoleoncitos cojitrancos y enruanaos soñaron a caballo con la historia.

Entre las vergonzosas invenciones del heroico pasado está la de una malograda Apolonia de tetas asiliconadas con la forma de dos medios cocos y unos abdominales de peso welter. Esta imagen es una secuela de la estampa de la Pola que adornaba los sellos de correo, la cara de las monedas y los inútiles billetes de dos y diez mil pesos. La Pola de ojos vendados abandonada a la suerte de los mosquetes, la criollita de oleosos bucles y hombros desnudos se convierte en una estupenda jacorra de botas altas e imposición de top-less; su dureza glandular me recuerda a la compañera de Mazinger Z y aquellos agresivos torpedos recargables.

A esta nueva Apolonia, pagada por el marketing de cuerpos que gobierna el gusto biológico del chimpancé digital, le acompaña un monólogo contrahecho e incoherente. Unas cuantas frasesitas machaconas que insultan la visceral espera de la heroína por la muerte. El autor de los pensamientos policarpos, pre-cadalso, ha ganado un premio Rómulo Gallegos (Rómulo, por favor, no se levante de la tumba para conocer las mierdas que se escriben en su nombre por tres pesos).

No es deber de ese espantajo literario contar la historia del fracaso libertador, ni salmodiar la valentía de los ancestros republicanos, menos cuando se trata de la coletilla erótica a las fotos de una jamelga de paso fino. Tampoco debería ser un efecto colateral que esta simulación rellene la baba ingrávida de los primates-suscriptores, afiliados a su exclusivo club de tetas.

Si la intención era divertir (quizá esparcir), no lo hace; si quería revelar el lado erótico de las luchas revolucionarias es una bazofia; si quería relatar los casi-polvos de la heroína rezuma un onanismo pavoroso acorde al de un obeso cincuentón a decadencia con sus papeles (¿o lo ha escrito un(a) ferviente e inútil discípulo(a)?).

Para empezar el final es incomprensible, porque es una construcción gramatical errónea. Que alguien me explique cómo un escritor premiado no sabe escribir una frase coherente (¿tendría prisa?):

La muerte hará que sea aún más bella, antes de que no sea cierto.

¿Qué no es cierto que haya sido, era, es, o será bella antes, después o en el momento de morir? Este jueguito de palabras, a vueltas con Borges -como siempre entre las jóvenes promesas de la literatura latinoamericana- se repite en este ejercicio de lencería:

Bordando mis calzones soñé que era mil mujeres a la vez, y soñé que todas las de esta nación…

Las paradojas temporales y la mujer que es todas las mujeres es un obvio lugar común de…léase: escritor argentino enterrado cerca de un lago. A pesar de todo el asunto bragas continúa:

Mi hermoso Alejo y yo íbamos a casarnos y me pasaba las noches bordando mi ropa interior, un modo de preparar y engalanar el teatro de mi cuerpo…

La aguja que hila se transforma en un catalejo de visiones proféticas que le augura a la nación un futuro colmado de untuosos catres :

Mi catalejo de siglos me muestra allá lejos, donde están ustedes, una Colombia de jovencitas de mi edad, e incluso menores, despatarradas en camas de moteles después de fornicaciones múltiples…

Frases rematadas en un clímax de suspense que ayuda a aguantar la risa, sobre todo ante los efectos sonoros de la parca:

Llega la muerte, ya la escucho venir, oigo sus pisadas, zac, zac, parece que titubea, se detiene un instante a pensar.

Por último asoma la hipótesis de la virgen rebelde que nos lanza a una posteridad de putanas viciosas (¡viva la independencia! aúllan los mandriles). Remata Gamboa con esta categoría martirial digna de una heroína y estalla, por fin, la vena altiplano-católica de la moral criolla, un salto espiritual de las costumbres coloniales a la lúbrica obscenidad republicana:

…y mientras hundía la aguja en la tela y terminaba una flor, pensaba obsesivamente en mi desfloración, ¿qué voy a sentir?, ¿seré feliz?, ¿será cierto que veré acercarse una estrella distante y esquiva?

Esa es la conclusión de esta parrafada de ignorancia. Si la intención no es didáctica, por favor, Gamboa, no sume más estupidez a las deficientes luces de los embotados lectores. Mejor, disfrute del bicentenario a contemplar las fotos de la Apolonia que sus editores parieron a la medida de su endeble escritura, apta para el pueblo indolente que alguna vez vio morir a otra Pola traicionada y hermosa.

Dignidad nos sigue faltando Apolonia, en este aciago amaneramiento de la historia fruto de la cirugía estética y la cosmética literaria.

6/7/10

¿Qué es el fútbol?

“En una siesta de un frío mes de junio del año treinta y pico, Georgie (J. L. Borges), yo y otros intelectuales decidimos enfrentarnos a unos cuchilleros de Boedo. Y Georgie menudito como era, tenía un despliegue como N° 8, que impresionaba. Bioy Casares, por ese entonces un hábil centrodelantero nuestro, lo apodaba El Pulpo. Con una gran actuación de nuestro arquero, Bustos Domecq, el primer tiempo concluyó sin que se abriera el marcador” Licenciado Harold Macoco Salomón

Puede leerse con redundancia, y cierto sarcasmo, que las selecciones de un mundial son el espejo -en onceno prismático- de las naciones que representan. Algunos amurados cronistas suponen, con iluminada certeza, que la historia o el carácter de un país se refleja en los resultados de los partidos. Existen verdaderos lujos especulativos que detectan el genio de un pueblo en el desorden táctico de un equipo, en el individualismo o la cooperación de los jugadores, en la injustificada entrega a la derrota -o la victoria- que le ha tocado compartir a un grupo de personas que por azar lleva una misma camiseta y tararean una misma tonadilla patria.
El divertimento de estos abusos de la gramática, y del sentido común, proviene de una idea obsoleta en los tiempos del marketing deportivo global: la identificación de un país con un equipo. Para infortunio de las hinchadas regionales, y los escrutadores de identidades nacionales, la mayoría de los jugadores que saltan al campo pueden tener más de un pasaporte, poseer una indefinida dirección fiscal -por aquello de los impuestos- y servir de reclamo publicitario para marcas globales que la mayoría de sus fieles compatriotas adquieren en una reproducible y pasajera versión china. Algunos de ellos fueron reclutados por ojeadores de grandes equipos con poco más de doce años y han vivido más de la mitad de su vida en otro país. Están agradecidos con una identidad empresarial difusa que les ha rescatado del fango, aunque lleven la camisa de un país que suelen visitar un par de veces al año.
En el comienzo fueron el balón y las relaciones comerciales, antes de que el balón se convirtiera por sí mismo en comercio y en motivo de las relaciones transnacionales. La burguesía de las excolonias a mediados del siglo XIX jugaba al fútbol, porque deseaba parecerse a los flemáticos y aburridos delegados de las empresas británicas de ultramar. La imitación obligaba a practicar un deporte que retrataba la simpatía de los negocios, el esnobismo criollo y el buen hacer de los deportes civilizados. Un día el balón saltó las balizas de los clubes mercantiles para ser jugado por obreros, porteadores o vagabundos y antes que universidades, hospitales o carreteras, en Latinoamérica ya se habían construido los estadios de fútbol más grandes del planeta: el Centenario, el campo de River y el Maracana.
La imitación de la flema comercial inglesa ha sido sustituida por otro modelo: la proyección publicitaria y mediática del jugador, un ser todopoderoso que consume a placer cualquier cosa y que además puede sacrificarse, de un modo un tanto heroico, en nombre de las banderas de sus padres. A esto se une la universalidad del juego, lo que supera cualquier limite cultural o político. Los musulmanes pueden detestar la forma de vida occidental, pero aman al Barcelona o al Arsenal; Corea del Norte tiene, además de la bomba atómica, un equipo de fútbol.
En este escenario es crucial la transmisión de los iconos mediáticos: Ronaldo(s), KK’s, Drogba, Eto'o. La FIFA cosecha los beneficios de la comunicación de masas en los contenidos de cada segundo de transmisión global y en la pauta comercial de cada espacio real, informativo y virtual que rodea al campeonato del mundo. A esto se añade que cada federación hace lo propio con las ligas de fútbol en las que participan aquellos díscolos propietarios de equipos: los millonarios rusos y los jeques de la Premier Ligue en Inglaterra, los políticos corruptos de la Liga Norte en Italia, los constructores y contratistas del Estado en España, o las multinacionales en Argentina y Brasil. De estos equipos salen los jugadores que elevan el furor patrio de las naciones, animado de forma selectiva por décadas de expectativas publicitarias e “historia mundialista”.
Borges tachó de “estupidez” al fútbol, lo que también es un abuso gramatical, porque no se aproxima en nada a las enormes implicaciones de esta ambigua actividad deportiva. Quizá, este desprecio le llevo a dictar una conferencia sobre la inmortalidad el mismo día que debutaba el equipo argentino en el mundial del 78. En aquellos días yo no conocía las sentencias de Borges, pero si el disparo de Luque, los saques de banda de Tarantini, la defensa al hombre de Pasarela, la contundencia del 'Matador' Kempes, la fruición de Menotti cuando se fumaba un pitillo y la sombría estampa de Videla custodiando la primera copa del mundo para un país torturado. Un dictador escondido atrás de una copa del mundo, esto más que estúpido me parece asqueroso…pero así es el fútbol.

20/6/10

SERVIDUMBRE REPUBLICANA


Entro en mí mismo para verme, y dentro,
hallo ¡ay de mi!, con la razón postrada
una loca república alterada,
tanto que apenas los umbrales entro.
Rimas Sacras, Lope de Vega.

La paradójica naturaleza del proceder humano reposa, ahora, en una sospechosa condición universal: la ciudadanía. Lo que nos recuerda Lope es que a pesar de esta pomposa denominación política cada uno es ante todo una pequeña “república alterada”, desecha por enfermizas contradicciones. Anteponer a esta naturaleza, caprichosa e impredecible, el condicionante de la acción civil puede llenarnos de esperanza por la súbita irrupción de una ley general que articule, por fin, los difusos trazos de la convivencia social y de las decisiones políticas. Nada más alejado de la soberanía popular que el caos de cada individuo proyectado en conjunto, representado por las alteraciones del orden republicano, el olvido de los derechos fundamentales y la repetición de resabiados procesos electorales.
Un antecedente de este desorden local lo describía un "paisita" sorprendido, porque el dictamen forense que certificó la muerte de dios -de uno de ellos- no tuvo eco alguno en los poblados de la cordillera; la falta de esquelas funerarias en periódicos y programas radiales entorpeció el duelo religioso que daría la bienvenida a una sociedad laica. Se olvida el hábil redactor que en este país nunca ha existido dios, o algo parecido, tan sólo hay señor de Monserrate, divino niño, virgen de las lajas, virgen del carmen, el cristo de Buga y el constitucional sagrado corazón, así que la muerte de dios en un lugar con tal abundancia de personificaciones de lo sagrado pasa -con facilidad- desapercibida. Estas figuras del animado panteón espiritual son eficaces, conceden a cada uno de sus romeros los favores que les piden, tales dones desplazan al impersonal y teológico dios, que en paz descanse.
Ocurre igual con la política en la que una eficiente y oportuna repartición de favores, la satisfacción del don recibido, se pone en contra de la abstracta y poco dadivosa “cultura ciudadana”. Religiosidad interesada y política de tamales coinciden en un mismo grupo social, los citados -con tristeza- por algunos intelectuales “pobres”. ¡Ay los pobres!, lo mal que se comportan, no obedecen los llamados orgánicos de la razón liberal, desmienten los logros de la democracia participativa y echan abajo el proyecto de una sociedad -habermasiana- dialogante.
En religión como en política se busca colmar la escasez endémica, la carencia crónica. El pobre no cataloga la bondad por la definición del bien, lo ratifica sólo por su capacidad de llenar el estómago. El hambre, dignos burgomaestres, es el tema de la vida política, ni siquiera la desigualdad maese Petro, eso es demasiado conceptual. Las madres comunitarias quieren una mesa llena para sus hijos, después puede venir la educación, la ciudadanía, la esperanza. Con el estómago lleno cualquiera puede tener paciencia suficiente para aprender cómo -demonios- se puede pescar en un cubo.
En las contiendas políticas son los viejos patrones los que conocen el lenguaje de la barriga llena y el corazón contento, por eso reparten dones, cientos de miserables limosnas. En algunos lugares -mis queridos verdes- el pueblo mata por cincuenta mil pesos. Más, cuando la suma está prometida durante los próximos cuatro años con el peligro inminente de otros cuatro más. El vacío de vientre es el primer factor de parcialidad política en una sociedad acostumbrada a la explotación de pequeñas propiedades rurales y al mayorazgo de un patrón a caballo. Recuerdo que Lula, un desplazado del Sertão al ABC paulista, habló primero de un Brasil sin hambre, después del resto.
Estamos en un país en el que los políticos no hablan del alimento. Los oficialistas -coalición de rémoras-, porque su poder depende del vacío de vientre; los verdes porque están llenitos de ideas y los zurdos porque el materialismo histérico ignora la dialéctica del pan duro. Por eso resulta irónico que los opinadores denuncien un fraude electoral que abusa de las necesidades básicas, nadie pregunta por qué las mujeres pelean por un trozo de pan, nadie se preocupa de la necesidad que tiene la gente de los cuatro pesos que reparte el delfín.
Votos de ignorantes, decimos, votos de incultura ciudadana, nos dolemos, pero votos que alimentan. Esta nueva servidumbre tejida por el desplazamiento que los hacendados han impuesto a los pequeños aparceros, en nombre de la seguridad y otras patrañas, es el mal que puebla los suburbios ¿Qué importa si el exministro daba recompensas con una mano por la muerte de dos mil inocentes, si con la otra dará de comer -en el mismo barrio- a otros cien mil? El hambre y la nostalgia de un trozo de tierra son los síntomas de la república degradada que habita en cada prospecto de ciudadano, mientras el político no hable de la satisfacción de necesidades tan básicas, nos quedaremos regalando lápices y girasoles…digitales.

8/6/10

Que país é esse?/¿Qué país es este?



Ojo a la letra:

En la comuna, en el Senado
Suciedad por todo lado
Nadie respeta la Constitución
Pero todos confían en el futuro de la nación
¿Qué país es este? (...)
En el Amazonas,
en Araguaia (Magdalena)
En la Bajada Fluminense
(Ciudad Bolivar)
Mato Grosso (Guaviare), en Minas
( Cordoba) y en el
Nordeste (el pacífico) todo en paz
Resposo en la muerte, pero
La sangre anda por ahí
Manchando los papeles, los fieles documentos
Que tranquilizan al patrón
¿Qué país es este? (...)
‘Tercer Mundo’ es
una broma en el extranjero
Pero Brasil (Colombia)
será más rico(a)
Vamos a facturar un millón
Cuando vendamos todas las almas
de nuestros indígenas en una subasta
¿Qué país es este?

(Legião Urbana-1987-Brasil)

5/6/10

LA TEORÍA DEL FRAUDE

Uno de tantos opinadores, pro-continuidad en la granja, decía a principios de mayo que todos aquellos Verdes de Facebook y Twitter no se multiplicarían por votos el día de las elecciones, así que en caso de un incumplimiento de las “expectativas (…) no salgan estos a decir que fue que les robaron las elecciones”. Curiosa afirmación de un declarado uribista, quien anticipa la responsabilidad de un hecho no consumado, ni siquiera previsto por los candidatos del girasol. Se me ocurre que la premonición del laureado comentarista obedece a la infalible “ley del pedo” que reza: el que primero lo huele abajo lo tiene.
La cuestión es qué ha motivado a un uribista, creyente y sagaz, a enunciar la enjundiosa anticipación de la influencia en los resultados electorales de una ‘picardía’, un atraco a voto desarmado, a manos del partido que gobierna y sus imperiosos anhelos de fortísimas reelecciones. ¿Es posible que hasta un convicto uribista presuma que por el prontuario de falsedades, corruptelas y apaños del actual gobierno, resulte coherente endilgarle las equívocas cifras de un “contundente” triunfo electoral? Si esta extravagante acusación le ha transitado por la neurona a un discípulo de Plinio y Obdulio, no esta demás que nosotros, mortales descaudillados, pensáramos un poco de lo mismo.
La historia disfruta de la ironía, porque el reconocido antecedente de un fraude presidencial lo tiene el conspicuo abuelo de uno de los candidatos en esta primera vuelta. Hubiese ocurrido algo, todavía más irónico, si fuera él la víctima del fraude gracias a una dislocada ley de la compensación kármica, desconocida creo, en los exuberantes pagos sabaneros.
Tal compensación sería por la excéntrica “dictadura de partidos” que vivió el país durante más de tres décadas (El frente nacional), en la que los unos le cedían la silla a los otros como en un animado baile de máscaras. En definitiva hay que tener muy buen sentido del humor para creer que la democracia más antigua del Cono Sur alguna vez ha tenido unas elecciones libres de cacicazgos, condores, chulativas o cualquier alimaña que pueda reptar por el monte, en suma, libre de fraudes.
El caso es que la teoría del fraude ha adquirido en los últimos días la multiformidad de una bestia mitológica -¿una hidra quizá?-, pues circulan en la red variadas hipótesis, listados de indicios irrefutables, signos de una conspiración descarada y en algunos casos la certeza que acompaña a la conmiseración en frases como: “pobrecito el profe, le robaron la lonchera”.
Intentaré, reconociendo lo fallido de mi propósito, enumerar algunas variaciones de la teoría del fraude, por si acaso, algún curioso bisnieto, heredero del Uberrimo, quisiera rememorar las gestas de su polémica estirpe:

1. El software: sostenía -en el año 2009-, un exmiembro de los cuerpos de seguridad del estado que en su ratos libres servía a organizaciones paralelas de reputación no documentada, tener conocimiento del uso de una herramienta informática que a golpe de ratón destruye estadísticas, calla opinadores y anula tendencias electorales, aumentando o restando, como bien se quiera, los numeritos que se depositan en los servidores de la Registraduría. Indicios que respaldan la teoría:
1.1. Sabemos el nombre de una tal operación “titanio 4” (nombre radiactivo-atómico) en la que ocurría la desaparición forzada de las urnas que no favorecían al candidato oficial.
1.2. Reunión previa del candidato del gobierno con el presidente del sindicato de la registraduría, 2 días antes de la primera vuelta ¿para qué? En qué democracia suceden este tipo de reuniones.
1.3. En las elecciones parlamentarias del 19 de marzo, ríos de yoniuoquer corrían por las venas de los funcionarios de la Registraduría antes de dar los resultados. Es posible que algunas cifras se multiplicaran milagrosamente.
1.4. Tanto el partido verde cómo el PDA reclamaron en esas elecciones el conteo errado de votos nulos, de los que han recuperado como válidos cerca de medio millón.

2. Clientelismo: compuesta de los clásicos tamales, los volantes anónimos que amenazan con la perdida de los subsidios de ‘familias en acción’, una oferta de empleo, una beca en el SENA o los no retornables 50.000 machacantes por sufragio. Se trata de la práctica más reconocida, histriónica e indemostrable de la política nacional. Hace falta mucho autocontrol para no morirse de la risa, o el llanto, ante este ancestral tráfico electoral, actualizado con el alegórico tecnicismo “maquinaria”. Nadie ha preguntado -y tampoco nadie quiere conocer- el porcentaje de la votación que aporta en cada jornada electoral esta compra-venta de votos. Aunque es claro que en los apoyos a Santos están los tradicionales caciques regionales que han sostenido sus curules en el congreso a punta de clientelas. A ellos no les cuesta nada invertir este capital electoral en su candidato…así es la democracia más antigua de Suramérica y hay que aprender a asimilarlo de una vez por todas.

3. Las estadísticas: esta es una variedad de fraude en versión indirecta. Se trata de inflar al contrincante -o a sí mismo- en los sondeos previos a la elección -a base de filtros estadísticos- con el fin de simularse apaleado (o vencedor) para que en medio de la confianza en el triunfo el pretendido ganador (o el contrincante) pierda la calma y reciba los ronroneos de los medios. Ante la simulada, pero inminente derrota, cualquier reducto recalcitrante de votación enfila hacia el remoto triunfo para dar caza al adversario en una sonora paliza. Con esto, la segunda vuelta puede ser tan limpia como los pasillos del congreso, o tan pacifica como una picada en el palacio del colesterol.
Nota: días antes de la elección un caricaturista -bacteria- fue censurado en honor a una viñeta en la que el bipedo plume, o el querido hijo-candidato del pulpo mediático, pide más filtros estadísticos para subir en las encuestas.

4. Propaganda negra y la prometida herencia: otra variante de fraude indirecto, la voz en la radio de un sujeto que no era, pero que sonaba al que es, diciendo lo que piensa, el que es, de su directo heredero. Repetidas entrevistas con la pitonisa: la gallinita doña rumbo, que señalaba con su gorjeos al candidato ganador (en contra del griego un bípedo plume). Por último, Las preguntas irrelevantes, chismosas y anodinas que tuvieron una respuesta dudosa del tipo “admiro a Chávez”; “Si la ley lo exige, lo extraditaría” y la constante rumorología apocalíptica sobre la guerra con Venezuela o la extinción del ejército.

5. La censura de prensa: el escudero de interior saca cuatro días antes de las elecciones un decreto que marginaba a todo medio de comunicación de un cubrimiento exhaustivo de las elecciones en las regiones, les quitaba los medios de transporte, la seguridad y la información electoral se focalizaba, de modo exclusivo, en los organismos oficiales. Este decreto también prohibía los sondeos a boca de urna realizados por los medios, o encuestadoras, con el único interés de hacer un balance entre la intención de voto y los resultados finales. Si estos sondeos hubieran sido realizados ¿Qué tan diferentes serían de los resultados finales? Sólo el oportunismo del decreto nos explica la importancia de suprimir del panorama electoral unas cifras que generarían sospechas sobre los resultados “oficiales”.

6. La incontestable serie de fraudes no electorales: falsos positivos, agroingreso, referendum, cohecho en Yidis, espionaje, hueco fiscal, reforma de la salud inviable, enfrentamiento con las Cortes, nepotismo, reparto de cargos diplomáticos, parapolítica, bombardeos en países extranjeros, operación jaque. Esta facilidad para las prácticas fraudulentas del partido que gobierna nos dice, a las claras, que si es tan fácil engañar un empujoncito de más no le va a hacer daño a nadie.
Nota: en las elecciones del 2006 hubo graves denuncias sobre la votación “arrolladora e histórica” -ésta también- con la que fue reelegido Uribe (se oyeron voces que pedían la repetición de los comicios), lo que indica que existe experiencia previa en el fraude electoral de la llamada “maquinaria” que ganó, una vez más, las elecciones del día 30.

Dicen que es de radicales
seguir a la teoría del fraude, que tales disparates nos pueden llevar a la sin salida de las armas, como ocurrió con el ancestral fraude del abuelito Lleras. En ningún momento se trata de un mero radicalismo si no de escuchar al sentido común. La orgullosa democracia más antigua del Cono Sur lleva repitiendo el mismo esquema electoral desde hace décadas: caciques, favores y amenazas, muertos que votan, buses llenos fantasmas que votan en cuatro pueblos el mismo día, efectivo de mano en mano. Convivimos con él todas las elecciones y nadie mueve un dedo para erradicarlo.
Cabe la posibilidad, remota a mi modo de ver, que ciertas prácticas fraudulentas no aporten el grueso de la votación a un candidato, sin embargo, también cabe la posibilidad de que sea lo contario ¿Cómo saberlo?¿Quién se atreve a preguntarlo? ¿Quién puede ofrecernos una respuesta fiable?¿Le preguntamos a Doña Rumbo señores del Espectador? En cuál democracia no se pueden, ni se deben hacer estas preguntas…en la orgullosa y más antigua del sur de las Américas.
Como no se puede preguntar, porque es de radicales. En un ensayo de probabilidades, nos atrevemos a calcular el número de votos que le aportó a Santos cada una de estas prácticas fraudulentas ¿Qué cifra obtendríamos? Quizá mucho más del 25% de su votación -o ¿un poco menos?-. Esta parece ser la cifra con la que ganó de forma apabullante.
Esta claro que basta con usar de esta bestia fraudulenta algunas de sus cabezas, como si fuera una hidra, para alcanzar el objetivo deseado, incluso bastaría con una sola de ellas, pero si aplicamos las seis al mismo tiempo (sobran tres) la contundencia de la victoria electoral puede rozar máximos históricos.
Tal como pensaba aquel opinador, fiel uribista, los Verdes no se pueden quejar, no pueden ser malos perdedores. Estamos en una democracia hermanos y hay que aceptar sus inquebrantables normas; encajemos las derrotas con orgullo patrio...¡¡que ha ganado el país!! Este ha sido un domingo cualquiera: falible, manipulable, vendible, negociable, intercambiable, por los siglos de los siglos...por favor, no seamos tan radicales.

31/5/10

UN PAÍS DE CONSERVADORES ESPERANZADOS…¿QUÉ NOS PASA?


Hay un dato en las encuestas que persistía sobre todos los demás, una cifra que nunca bajó y que siempre se mantuvo estable en todos los sondeos, más o menos el 70% de los colombianos eligió a Uribe como el político mejor valorado del país. De ese mismo porcentaje se alimentaban, después, las cifras de estimación de voto para la primera vuelta. Al principio, quizá una parte del 70% dudó de la gallina-delfín y ponderaba más su elección sin dar mayor importancia al resultado final; pero el día del sufragio una predisposición, casi primitiva, que ha resistido al post-referendum, el espionaje, la parapolítica, y todo lo demás, votó a favor del candidato de palacio. Los agradecimientos de Santos no se han hecho esperar, porque hemos asistido a la transfusión de poderes entre el patronazgo finquero, del político mejor valorado del país, y el delfín-gallina más cebado de la granja.
Nadie reparó en que la disposición social a un supuesto cambio político debía enfrentarse a la resistencia mayoritaria de la imagen positiva de Uribe, lo que fue aprovechado en la campaña electoral de diversas maneras: manipulación de los sindicatos estatales (el útil Angelino), ayudas sociales, consejos comunales, fabulitas avícolas, suplantación ‘fantasmal’ en la radio, decretazos para controlar la información electoral y el riesgo festivo del yoniuoquer durante el conteo de votos. Con esto y los tradicionales carnavales de pepitoria, tamal, garrafas de aguardiente, cajas de cerveza y los centavitos que circulan por un puñado de votos, se acabó cumpliendo el destino histórico de la democracia más antigua de Suramérica.
Algunos soñamos y lo seguimos haciendo, porque las delicias del inconciente aún no pagan impuestos. Así que la pregunta no es ¿Qué le pasó a Mockus? sino que ¿Qué nos pasa con Uribe? El primero representa la esperanza de una transformación social basada en la racionalidad civilista, mientras que el segundo garantiza la circulación de favores estatales, un modelo corporativista que reparte contratos, subsidios y bequitas. El dadivoso reparto le ha bastado para ganar las tres últimas elecciones y no hay alternativa política que pueda con este patrón de comportamiento, ya que si sólo vota menos de la mitad del censo electoral basta con la mitad, más uno, de esos votos para seguir ganando. Este escaso 25% del censo electoral es el que recibe los favores del dueño de la granja; y seguirá votando por él.
Asistimos al secuestro del Estado por parte de una alianza de corporaciones (fedegan, el grupo mediático del tiempo, el ejército, los contratistas, los grupos ilegales,…etc.), cuya estrategia es generar una red de favores que soporten la dependencia mutua de un sector puntual de la nación, esos 5 millones que votan y ganan elecciones. Esta dependencia se contagia al resto de la sociedad y por eso el país acaba por creer que sin la cabeza de esta red de favores, el “gran dispensador universal”, no hay futuro posible.
Se trata de un hecho colectivo, un estado mental en el que prima un “conservadurismo” (no se trata del partido político, ver “¿Qué tan conservadores somos los colombianos?” ) lejano de la autonomía racional. Se trata de la piedra atávica que amarra nuestro deseo de supervivencia a un asistencialismo paternalista, a unas jerarquías verticales de las que descienden unos ciertos privilegios en forma de satisfacción material, inmediata para unos pocos e insignificante para otros. De la voluntad de ‘conservar’ unas pocas garantías egoístas, instantáneas y gratuitas, proviene el grueso de la votación que reeligió ayer, más que a un candidato, a un status quo.
Esta tupida comunidad de supervivencia egoísta, aferrada a su intercambio de privilegios, es la que le cuestiona al candidato de la esperanza, y sus seguidores, la escasa precisión de su programa político en el que se promueve un cambio social desde el respeto a la legalidad. Este proyecto carece de la precisión del intercambio favores, de la facticidad que tiene el beneficio real de un voto: conservar un trabajo, obtener un subsidio, ganar un contrato. Hasta los mismos opositores al régimen del beneficio paternalista se resienten frente a este proyecto político, porque no incluye consignas contra el neoliberalismo, a favor de un proceso de paz sin reglas de negociación, o la promesa de una reorganización burocrática que sustituya al actual status quo.
Todo parece indicar que deseamos un cambio político, pero siempre ganan los mismos. En cada ciudadano habita una parte de esperanza que compite con un alter ego conservador, un egoísta más que ha recibido una buena oferta por su conciencia y que al final la vende. Las motivos de las transacciones de conciencias, de las cadenas de excepción para lograr un favor, están en la precariedad en la que vive la mayoría de la población y la carencia de alternativas de subsistencia en sociedad. Somos el país de las guerras civiles sin fin, en el que abundan héroes olvidados y melancólicos que comparten su frustración con millones de “siervos sin tierra” que deambulan desorientados por los suburbios, mientras esquivan los disparos de un escuadrón de niños que defienden su esquina del barrio.
Vivimos de la esperanza de conservar algo, de mantener lo poco que hemos guardado de la desbandada y la masacre, por eso cuando el caballo del patrón baja por el cerro, escoltado por una cuadrilla de mayordomos, le rezamos a nuestra divinidad salvaje para que nos deje un ranchito, un bulto de papas y unas cuantas gallinitas.

25/5/10

EL GRAN HUEVO



En la política norteamericana es frecuente que, en el momento más crítico de la campaña, los periódicos publiquen un editorial en el que declaran su preferencia por algún candidato. En las pasadas elecciones Obama recibió el apoyo de más de 200 diarios. Los especialistas en este fenómeno dicen que el efecto de la recomendación oscila entre 1.5 y 5 puntos, respecto a la estimación de voto que el candidato tenía antes de la divulgación del editorial.
Las motivaciones y los discretos efectos de esta práctica, llamada “endorsement”, cambian según el grupo de lectores al que se dirige el periódico, la ideología de la redacción o los intereses comerciales de los propietarios del diario. Durante los últimos 50 años la tendencia de los editoriales ha cambiado del simple “vote al partido…” por extensos comentarios que explican las razones por las que el periódico adhiere a una candidatura.
El domingo pasado El Tiempo se palmeó un endorsement a favor de uno de sus hijos, también propietario y con suerte antiguo ‘reportero’. En este editorial se mezcla la ideología de la redacción y los intereses de los propietarios en la expansión de sus negocios, así como el vínculo con el actual vicepresidente, otro de sus hijos-propietario-reportero. Los argumentos del editorial -nacidos de un profundo deber patriótico- oscilan entre el simple “vote a la U” hasta el detallado recuento del CV del candidato. A lo que se suma un agudísimo diagnóstico de la situación nacional con una receta para la enfermedad, las gracias que adornan al hijo-propietario-candidato: preparación, continuidad y gobernabilidad.
Al día siguiente una voz radial, otro probable Uribe, contó una fabula de granja, a manera de endorsement, en la que decía que para obtener pollos de unos huevos no se puede cambiar a la gallina. Los huevos decía son tres: inversión (que no reporta ingresos fiscales), seguridad (inexistente en las ciudades) y política social (léase familias en acción). Si a estos tres huevos se les suman los tres del editorial del domingo obtenemos un incremento en la producción avícola, una tortilla o una estruendosa güevonada.
Mientras las recomendaciones, a la misma gallina-candidato, atraviesan la granja el resto de los animales se rascan, duermen o miran hacia otro lado. Unos se dedican a criticar que Un pasquín se adelantara al endorsement del Tiempo e hiciera lo suyo por Mockus. Otros (semana, el espectador y los demás) le guiñan el ojo a todas las gallinas que pueden, aunque prefieren a la güevona, no se vaya revolucionar la granja y un cerdo pise los huevitos.
Los que cuidan de los huevos y guiñan el ojo a todas las gallinas, por si acaso, nos distraen de una cruda verdad: el gran huevo. A pesar de las elecciones de marzo, todavía el 30% del congreso está cuestionado por sus vínculos con grupos ilegales y la votación a este tipo de políticos sólo bajo 195 mil votos (sacaron casi 2 millones). A este huevo de avestruz, más conocido como gobernabilidad, ya le ha saltado una gallinita -de Harvard- para empollarlo junto a un editorial calentito, marca de la granja.

17/5/10

SANTOS III, EL DUQUE DE CITY TV



En Ricardo III, el talento político del Duque de Gloucester le sirve para fingirse la víctima de un hechizo o el piadoso, aunque vacilante, sucesor a la corona. De lo primero sacó en claro la deslealtad y posterior ejecución de Hastings, y de lo último la proclama de su reinado. Con esta pieza Shakespeare se muestra como el inventor de la instrumentalización del lenguaje para el bien o para el mal, lo que hunde sus confusas referencias en la soledad emocional de los individuos y en la ambigua resonancia de las pasiones colectivas.
En política la aplicación de este lenguaje nos enseña que los sujetos implicados en el poder son una especie de dispositivos de control histriónico que tan sólo dialogan consigo mismos -y sus fantasmas-sin escuchar a nadie, porque sólo buscan su propia satisfacción en las altas dignidades públicas. Es posible que los políticos modernos fundidos en la obra de Maquiavelo tuvieran un primer modelo en el Duque de Gloucester, pero no cabe duda que sus actuales y repetitivos herederos tienen casi todo del personaje shakesperiano.
El político finge algún “hechizo” o atentado externo para palpar las lealtades y seleccionar a sus enemigos, también son absolutos defensores de la piedad religiosa y moral, pero ante todo rechazan la ambición del poder como primer y único motivo de sus iniciativas electorales. Es muy cierto que la llegada de las republicas y de los gobiernos democráticos en nada han cambiado los instintos primarios del hombre público que desea el poder, así como el uso reiterado de las mismas estrategias.
En la actual carrera a la presidencia Santos ha sabido utilizar muy bien la técnica del “hechizo” shakesperiana, a veces se trata de malignos conjuros y otras de benéficos trucos de magia blanca. Entre los conjuros negativos están los ataques de Chávez, la extradición de Uribe, el desmonte del ejército, el supuesto autoritarismo mockusiano. El contrapeso a tanto “hechizo” proviene de aquel número de ventrílocuo en el que una invocación de la voz de Uribe cita, como una presencia místico-espectral, el nombre del Elegido.
El efecto de esta “hechicería” viene rematado por la segunda estrategia del Duque de Gloucester: la fidelidad moral a la fe en un dios. Rodearse de la creencia en lo divino hace que los electores piensen que los fines del candidato no son de este mundo y por lo tanto que el poder no es un fin en sí mismo. La estrategia muy recomendada por Maquiavelo, la retrata Shakespeare en la descripción del Duque como un hombre piadoso que vive para los estudios espirituales, desinteresado del mundo.
De la estrategia del “hechizo” se ha alimentado el poder que ahora acosa a los electores hacia la repetición de esta política animista en la que cualquier hecho ha sido producido por una fuerza sobrenatural, a veces negativa “¡Oh! Chávez”, otras positivas, en la figura de “Un patrón de finca”. El refuerzo de estas estrategias proviene del marketing de las campañas, hecho con rumores de calle, y de la resonancia que tiene en los medios de comunicación.
La fidelidad moral a un poder que no es de este mundo ya la expresó Santos en las palabras “unidad nacional”, lo que representa la posible identificación de todas las fuerzas políticas en una misma persona: el Elegido nombrado por una voz espectral. Con estas palabras queda claro que el poder no es el fin para Santos, porque piensa compartirlo y esta idea sólo es posible en un contexto de integrismo moral en el que todavía los electores pueden creer en candidatos sin intereses individuales previos, ni compromisos con cuotas burocráticas y deudas con fuerzas oscuras.
Nada es nuevo bajo el sol, todo ha sido inventado ya y lo que fue en su día “la guerra de las rosas” tramada con las estrategias que consignó Shakespeare en la tragedia Ricardo III, en la actualidad se repite como “la emboscada a los girasoles”.

3/5/10

EL JUEGO SUCIO

"Los antiguos sentían amor por el bien público; nosotros, amor por la notoriedad. Esto es lo que en nuestros hombres públicos ha venido a reemplazar la virtud; pero se cuidan
mucho de quitar la escalera tras ellos (...) Es tan dulce ser el único famoso, repantigarse en una tribuna sin competidores y poder decir: ¡Mírame, pueblo, qué perorata!"
El arte de medrar, Maurice Joly

Una campaña política no pretende mostrar las virtudes de un candidato a menos que estas le reporten algún tipo de resonancia pública, por eso el que gana en las elecciones no es el más competente si no el más reconocido. La carrera electoral no es más que el agregado de estrategias que buscan modificar la percepción que tienen los electores de sus candidatos, sin importar quiénes son o a qué intereses sirven. El día de las elecciones será la fama la que recoja los votos ganadores. Esto hace que las campañas estén centradas en el desprestigio de la figura pública del oponente y no en los debates, lo importante no es proponer sino parecer, lo que vota es la percepción que tienen los electores de los candidatos y no lo que ellos entiendan de sus proyectos.
La política es un juego de sugestión que apela al ansia de reconocimiento individual en un personaje público, podría decirse que las personas votan a un candidato que se les parece. Cada uno ambiciona, en secreto, elegirse a sí mismo. Lo aplicó Bush jr. cuando usó el discurso apocalíptico/conservador de los pastores evangélicos al que sumó el poderío del club del rifle y la agresividad del lobby petrolero. Algunos todavía creen que Bush fue un buen presidente, porque en política un sujeto que gasta miles de millones en una guerra es mejor gobernante que otro capaz de construir hospitales y dar cobertura sanitaria a quien no la puede pagar. En este caso la imagen del primero es fuerte y decidida, el segundo es un blando. Ningún gobernante debe padecer el vicio de la misericordia.
En la política local ocurre otro tanto. Buen gobernante es aquel que invierte el dinero público de la educación y la salud en un programa de espionaje en contra de la oposición, las Cortes y los medios que no le apoyaban; un plan para el incremento selectivo de la paranoia nacional. Un mal candidato, en cambio, es aquel que pretende reeducar a la sociedad en el respeto a la legalidad y se propone invertir en ciencia y tecnología. El primero es fuerte y agresivo, el segundo un pensador dubitativo, cuyas planteamientos no salen de la fantasía académica. Ningún candidato gana las elecciones, porque va a construir más colegios o va a educar a los ciudadanos: políticas de perdedores.
Existe un gremio de "inventores de fama" para ciertos personajes públicos, un prestigio robado a la fuerza del descredito ajeno y la marrullería publicitaria. El primero de ellos, con memorias publicadas y tal, es "el señor de las tinieblas" Karl Rove; el gordo de la viñeta que preside el comité de bestias. Él inventó para Bush un eficiente sistema de lanzamiento de mierda que afectaba a cualquiera que compitiera con Jr., por eso el vaquero beodo llego a gobernador y repitió en la casa blanca. En la carrera por la nominación republicana Rove contrato un tele-servicio para que en todos los hogares recibieran una llamada en la que se decía: ‘McCain -contrincante de Bush- tiene un hijo negro’, ya sabemos el resultado. El mismo Rove fue el que filtró las fotos de Obama con turbante, otras con barba a lo talibán y con el emblema ¿Osama-Obama?; aún se siente orgulloso de las técnicas de interrogatorio aplicadas en Guantánamo.
No es difícil adivinar junto a que asesores y en que clima político se formó el tal J.J., consultor de Uribe, partidario de la segunda reelección por conveniencia profesional y ahora el cerebro detrás del maquillaje de Santos. Este flamante onto-psicólogo (sic) sigue los métodos de Joe Napolitan, asesor de Kennedy y creador del marketing político: un candidato es un producto como cualquier otro y para venderse debe invertir en sí mismo, una de sus máximas era “Jamás he visto perder a un candidato que tiene mucho dinero”. Si las elecciones pueden comprarse con una costosa campaña, ya sabemos quién gasta más de la cuenta y en qué lo “invierte”.

15/4/10

TWITTERIAS EN CAMPAÑA


“Una elección es moralmente insoportable y tan perjudicial como una batalla, a falta de sangre, un baño de confusión para las almas implicadas en ella” Bernard Shaw
Las elecciones ocurren en todas partes, hace algunos días ganó la derecha en Hungría y en Inglaterra están en la recta final. Toda campaña sufre el desgaste de 24 horas continuas de política que en nuestro caso se han prolongado demasiado. A la elección hay que agregar el trámite del referendum, la parapolítica, el agroingreso, la yidispolítica, las chuzadas, los falsos positivos, etc. En estas desfavorables circunstancias los asesores se han inventado la cercanía del personaje público a la gente, al estilo Consejo Comunal, lo que hace que un candidato pueda aparecer en cualquier sitio: fijo en todos los rescates, en la inauguración de una chichería ataviado con carriel y sombrero, en la cocina mientras probamos el ajiaco (lo dijo Gaviria, Uribe hizo muy poco, pero transmitió cercanía).
Para evitar la presión que la contienda electoral ejerce en el ciudadano, una Blogger inglesa recomienda -con algún chascarrillo muy local y la frase de Shaw- que las campañas políticas ocurran sólo en Twitter. Las ventajas son todas para el electorado que podrá preguntar, comentar y conocer de forma concisa, en tan sólo 140 caracteres, cuántas carreteras y escuelas se construirán, cuántos años de seguridad democrática le quedan al país, o el número de vacas que hacen falta para una embajada europea.
Las frases de Twitter evitarían los titubeos incómodos de Mockus, el maquillaje -by CH- de Santos, la risa-no-se-de-qué-hablo de Noemí, el pavoneo de Petro, o el desperdicio de dinero de Pardo y Vargas Lleras en televisión. Es posible que la concreción semántica de cada frase obligue a los candidatos a no mentir a riesgo de ser bloqueados por los usuarios. Bastaría con el seguimiento del tráfico de respuestas y comentarios para obtener estadísticas fiables de la estimación de voto. Datexco y similares se quedarían sin trabajo. Resultaría ecológico no gastar en publicidad callejera, en basura visual y auditiva. Las ciudades estarían más limpias y superaríamos la incomodad de cruzarnos con una manifestación de “pardistas” o “vargaslleristas”, si es que de verdad existen.
Hace una década se pensaba que la era digital agilizaría el voto por lo que celebraríamos plebiscitos y elecciones todos los días, ahora vemos que la modificación está en las campañas por la participación que ganan los electores. Podemos librarnos del espectáculo político, invasivo, basado en insoportables debates, anuncios publicitarios, el besuqueo de niños indefensos o el marcaje de ganado junto a los que cuidan la finquita -& friends-, lo que sería sustituido por un “cuando quiero escucho y participo”, “formulo preguntas para sumar mi opinión a las respuestas”, “y si no estoy de acuerdo, lo expreso y lo discuto”.
Resulta contradictorio, en los tiempos que corren, pensar que el país no esta preparado para la participación política digital, ni para candidatos que centran la estrategia de su campaña en los recursos de la red, menos si se trata de los temibles “aaaacaaaadéeeeeemiiiiicoooooos”. La política digital ha comenzado en el país y hay antecedentes, recordemos las iniciativas ciudadanas contra la reelección, el blogueo de opinión y la manifestomanía que encendió las redes sociales.
No creo que estos cambios sean para Dinamarca más que para Cundinamarca. Este es un prejuicio común a los medios tradicionales cada vez que nos repiten aquella miedosa advertencia: lo que sucede en Internet no tiene por qué pasar en la realidad, el twitteo político no puede sustituir al tamaleo electoral.

11/4/10

¡¡¡¡¡ESTOY VERDE!!!!!



“(…) El verdadero lavado de cerebro se lo hace uno a sí mismo mediante la esperanza, que es una forma del instinto de conservación de una nación, si verdaderamente se es uno de sus miembros vivos”
El tiempo recobrado, Marcel Proust.

I
Esto lo decía un escritor, que se tenía por fracasado, acerca de los patriotas que tomaron partido durante la Gran Guerra; una decisión tan doméstica como la parcialidad que surge en una discusión familiar. La diferencia la notamos en los resultados colectivos, en aquella coincidencia repentina de muchos individuos en un solo e irrenunciable parecer. La indescifrable certeza grupal que cree, presume y defiende la consecución inaplazable de un par de quimeras nacionales, a pesar de los absurdos medios que las circunstancias imponen para acceder a ellas.
Los moralistas franceses, tan estudiados por Jon Elster y su discípulo Antanas Mockus, recelaban de las decisiones colectivas, porque la vigencia en los estados modernos de las constituciones republicanas dependía en gran medida de la orientación inestable, o misteriosa, del agregado de creencias y deseos individuales que a lo largo del tiempo generan aquellos repentinos "estados de opinión".
Maurice Joly sospechaba de las constituciones fundadas sobre los ideales republicanos. La igualdad, por ejemplo, le parecía un artificio dada la pésima repartición entre los individuos de facultades y dones. De esta tendencia natural a la alteridad, a la diferencia nacen, dice Joly, todos los conflictos: el más fuerte domina al más débil, o el más espabilado engaña a una multitud. La desigualdad es el centro de la inestabilidad política y del monopolio del poder:

Estamos ante una especie de fatalismo que consiste en el reparto fortuito de las inteligencias y de las fuerzas morales como de las otras ventajas sociales. El poder, la fortuna, los cargos y la fama son otros tantos monopolios naturales, que sólo pueden pertenecer a un número pequeño de privilegiados. Puede considerarse la vida como una lotería en la cual sólo unos pocos números son agraciados. Los que ganan excluyen a los demás.

Para Elster, y su escuela, tanto la desigualdad como el monopolio del poder y el engaño, son meros factores que constriñen la toma de decisiones individuales, acciones que con el tiempo y la certera corrección de sus causas deparan otros efectos, driblando las trampas de la manipulación política o de las inconsistencias culturales. Se trata de influir en la representación individual de las acciones para obtener una proyección colectiva de sus consecuencias justificada por la auto-gratificación, la conciencia personal y el respeto social. Los críticos de Elster apelan a un supuesto cartesianismo (Mockus escribió una tesis sobre Descartes y la representación en la era técnico-científica) para mostrar que el punto de partida de este modelo de las acciones individuales es el cambio representacional -especular o imaginativo- de las creencias, las emociones y los deseos que estratifican las preferencias de la actuación individual. La correcta intervención en las causas de las acciones particulares genera un sensible agregado de cambios individuales que puede, con el tiempo, modificar las decisiones colectivas. Este es el fundamento de la ya célebre “cultura ciudadana” expresada en formulas como: el combate del “atajismo”, la resistencia civil no-violenta o la adquisición de compromisos ciudadanos.
Joly, de la escuela política florentina hasta el tuétano, negaría la posibilidad de un cambio cultural bajo los supuestos de la neutralidad de los intereses individuales y la imposición no condicionada de reglas sociales. En resumen, si alguien quiere cambiar busca algo más que las gratificaciones de su propia conciencia y las sociedades que no tengan en el miedo, en el hambre o la desigualdad, los impulsos para acatar un orden político destacan por su ausencia en la historia de la humanidad.
Creo que estas dos formas de ver el proceso y la realización de las decisiones colectivas están presentes en la carrera política por la silla presidencial. De un lado esta el científico social con una caja de herramientas con la que pretende transformar desde cada ciudadano la cultura y la vida en sociedad para garantizar la estabilidad política y el bienestar colectivo, y del otro lado, está la estirpe electoralista que persigue ante todo la comodidad de la propia casta política por encima de los fines que la nación tanto desea.

II
Si observamos la contienda política al día de hoy vemos que los “peros” a la campaña de Mockus parten de los supuestos de Joly: la inexistencia de neutralidad en las decisiones políticas, la desigualdad de la población rural frente a la urbana a la hora de elegir a sus representantes, la imposición de los intereses del caciquismo regional en el congreso, la manipulación mediática. Todo esto le sirve a los analistas -que incluso declaran su apoyo a Mockus- para subestimar el programa de cambio socio-cultural, porque la gobernabilidad en la historia política de la nación se ha mantenido con el hambre de las mayorías y la recompensa burocrática a los partidos, factores que sostienen, aún, el liderazgo conjunto de la U y los conservadores.
Los analistas están acostumbrados a un ajedrez político plagado de jugadas contradictorias y de estrategias sin tablero, a partidas celebradas por debajo de la mesa. En esto Santos es el mejor jugador. Si vemos la historia de su desempeño en cargos públicos comprobaremos que siempre ha servido a los gobiernos de otros, a otros programas que no son los suyos y ha tenido la suficiente habilidad para saltar de partido en partido, de administración en administración para repetir a coro lo que antes negaba o desmentir lo que antes defendía. En palabras de Coronell:

Santos (…) ha paseado por el gavirismo, el pastranismo y el uribismo. Siempre ha sabido bajarse de los barcos y seguramente saltará de este, a tiempo y sin despeinarse, cuando llegue el momento.

Estamos ante un político que siempre ha vivido de ideas prestadas, de proyectos amañados por otros, de lo que un cacique le susurra al oído. Está muy claro que en su caso desconocemos las reglas del juego político, porque para los que pertenecen a su vertiente no existen las reglas, tan sólo el caos de la desigualdad individual y el canto de sirenas que nos llama a un “sálvese quien pueda” sin ninguna orientación colectiva.
En la otra orilla se encuentra Mockus, un político que ya ha demostrado, en las administraciones que han llevado su nombre, que la aplicación de la transformación cultural en la vida ciudadana es eficiente en términos individuales y colectivos a distintos niveles: seguridad, equidad y control no-violento de los conflictos. Sus proyectos no son los de otros, ni persiguen una situación confortable para una cierta casta política, su ideario, el de los verdes, persigue la indispensable revitalización de la confianza en cada ciudadano ¿para qué pretendemos recuperar la confianza externa en el país cuando nosotros mismos no confiamos en el vecino, en la administración, en las instituciones? El punto de partida de este proyecto político es la transformación del ser humano desde sus deseos, emociones e ideas, para cambiar con ello las razones de cada proceder, de cada acción. Creo que nadie dudará de que esta propuesta espigada del humanismo es más fundamental y sensata, en las condiciones en las que vive el país, que las opciones políticas que se alimentan del caos social y la desconfianza.

16/3/10

AQUELLAS MARCAS POLÍTICAS


“(…) el ministro de Gobierno había anunciado que no se descartaba que los decretos antimafia pudieran pasar como proyectos del ley al Congreso para convertirse en medidas permanentes. Algunos representantes a la Cámara estaban presentes en el Senado en esos momentos y corrieron al recinto para informarle a sus colegas lo que el ministro acababa de decir (...) fue entonces cuando la mayoría de la bancada conservadora y un importante grupo de liberales (…) decidió disolver el quórum y cerrar las puertas del recinto, para impedir la entrada de los ministros.”
Incidente en la cámara (Revista Semana-9 de octubre de 1989)

El congreso está cerrado desde hace más de veinte años, tal como lo atestigua este recorte de prensa, a cualquier ley que vulnere la cuestionable autonomía de sus actos legislativos: una lúgubre subasta de voluntades, confiada de su eficiente base electoral. En los años ochenta bastó con el 1% de la votación para elegir congresista a Pablo Escobar, cerca de 16 mil votos. Diez años después, la votación que eligió a los sombríos representantes del '8000' llegó al 16%, impulsada por la repentina ausencia de Escobar; y en las elecciones del 2002 esta cifra llego a dos millones de votos, y Don Pablo seguía ausente. En las elecciones del 14 de marzo de 2010 la votación se ha mantenido estable, casi 900 mil votos, y ya nadie se acuerda de aquel pionero, un declarado gaitanista, cuyo padrino era él mismo.
A los candidatos a cualquier corporación pública, durante las últimas décadas del siglo XX, les parecía normal compartir un scotch junto a copartidarios que luego, por aquellos giros impredecibles de los hechos, terminaban reseñados en abultados informes policiales, la mayoría de las veces extranjeros. Los exitosos empresarios adquirían con el tiempo un nombre propio, molesto y pegajoso. En política si alguien te ha visto con aquel fulano…es posible que el impuesto del olvido se cobre un alto precio electoral. Los partidos políticos han esquivado con holgura este tipo de relaciones, optando por un sistema de marketing en el que las amistades irregulares son sustituidas con peligros aun mayores que un cheque, una fotografía o el préstamo de un helicóptero.
El aglutinante patriótico es la seguridad, la inversión extranjera y la cohesión social. Algunos analistas han verificado ya que ninguno de estos puntos del marketing político, que ha ganado una vez más las elecciones, tiene validez. La seguridad es tan inconstante como la suerte cuando se juega a la ruleta o se apuesta a los galgos -pregunte a los indígenas-, la inversión es casi inexistente en tiempos de crisis y la cohesión un ritual de compra de favores. Sin embargo, el marketing continua y sigue dando sus frutos con un mínimo desgaste. Las cuentas vienen muy claras, si el fuerte del voto de opinión es la capital, la marca seguridad-inversión-cohesión le ha barrido y en las zonas que son ruta del narcotráfico, con grupos armados y muchas haciendas, la victoria es aplastante.
Nos gustaría que los cerebritos del Partido Verde pudieran competir contra esta maquinaria, pero es una ilusión, por enésima vez debemos aceptar que la inteligencia en política es aplazada por pasiones y necesidades de mayor hondura. El hambre, el miedo y la ambición, por no abrir más heridas, son el combustible de una mecánica del poder que de nuevo ha mostrado, porque fue tan fácil para algunos levantarse de su curul y cerrar las puertas de la Cámara baja. Esta escena fue, y será, un ejemplo de la dolce vita de ciertas instituciones consecuencia de la pasmosa vulgaridad que ahoga a nuestra ejemplar democracia, resumida en aquella máxima de perogrullos:

“!Señor periodista a la democracia colombiana déjemela tranquilita, como está¡”
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