3/8/09

El zafio incontinente y el crédulo insoportable (el pellizco revisited)


La intelligentsia criolla ha celebrado, con ovaciones unánimes, la pesquisa literaria que ha descubierto la infamia y el secreto que nublaban al necesario -más aun probable- soneto de Borges. Célebre por dar título -sin quererlo- a la novela de un fervoroso creyente. Sospechoso protagonista de una impracticable parodia literaria.
Hace un par de años (antes que en Ñ-clarín, Arcadia, El Espectador o El malpensante) aparecieron aquí algunas crónicas acerca del tal soneto, cuyas tesis aun no han sido contestadas por las obvias evidencias arqueológicas o los rechazables hallazgos irónicos de esta torpe historieta. Enumero aquí las principales:
1. La celosía del Canon. No hay peor enemigo del escritor vivo que el escritor muerto. El segundo tiene lo que al otro le falta por definición e indolencia: la envidia de todos los escritores vivos, la sucia gloria. Para ajustar cuentas con Borges el zafio y el crédulo -sin que uno supiera lo que hacía el otro- se entregaron al vergonzoso trabajo de unir sus miserables nombres de vivos al estruendoso nombre del muerto. Sin duda alguna lo han logrado uno por incontinente y el otro por insoportable.
2. El Autor-personaje. El autor vivo inventa desde su intimidad, malograda y aburrida, un personaje de sí mismo que consigue en el papel lo que en vida le resultaría inalcanzable. El zafio es un viajero libertino, amigo de casi todos allende la provincia, incluido Borges, que saca jugosas ventajas literarias de sus recursivas simpatías con el prójimo. El crédulo es un detective cuya sombra merodeaba el Parque Lleras y gastaba grandes sumas en telefonemas al extranjero en los que se presentaba como la víctima confusa de un absurdo retruécano de la fortuna. Este personaje jura, arrastrando la penúltima silaba de cualquier palabra, que dios juega a los dados entre semana y al bingo los sábados por la noche.
3. Los enanos escaladores. Tanto el zafio como el crédulo -cada uno con su alter ego- se encaraman con habilidad prensil al gigante literario, fundando en sus hombros un campamento de odios, disputas y cócteles literarios. Borges erigido cual torre de Babel es trepado por aquellos que buscan parlotear y reproducir, en su particular jerga incomprensible, la ponzoña de un nuevo credo: la veracidad del soneto. En esta secta hay un creciente desfile de papisas y oficiantes que harán las delicias de los aficionados a la observación de fenómenos extra-poéticos.
El dilema
A estas tres tesis no contestadas les sigue un insano y escueto dilema: Si el zafio y el creyente son dos reconocidos eruditos -practicantes del oficio literario- que ostentan con soltura galardones, títulos y dientes de oro ¿por qué después de más 20 años de contacto con la obra de Borges, y con el soneto en cuestión, escenifican un circo literario, a modo de tour-de-force, en el que dirimen diferencias una multitud de originales y un escueto apócrifo? La conveniencia editorial de la tardanza, sin duda, ha sido fructífera.
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