7/7/06

CALENTURAS TESTICULARES




“Oh, darling, please stay by me. Please stay by me and see me through this....I don't say it's right. It is right though for me. God knows, I've never felt such a bitch.”
(The Sun also Rises, E. Hemingway)

La expresión ‘aquella es una calienta huevos’ le viene muy bien a las féminas que gozan de la suficiente autonomía, y buen criterio, para escoger al macho de sus revolcones, cuando la gana les viene o cuando ya no pueden más de viejas y solteronas. Este personaje es muy común en las novelas, para citar un caso flagrante Vargas Llosa, con más de 70 abriles, acaba de publicar un libro que tiene como protagonista a una de estas ‘transmisoras de calor’. Parece que los escritores sufren el acoso biográfico de estos personajes que los dejan con un par de quesitos en la entrepierna, y optan por acuñar una trama en la que un sujeto, ninguneado hasta el hastío, muere por la mujer que se va con todos y no está con ninguno. Estas heroínas son un arquetipo de la novela rusa y Henry James coronó a estas hembritas con historias de castigo sensiblero e innata ceguera mental. La primera novela de Hemingway ‘Fiesta‘ (The Sun also Rises), que cumplió 80 años antier, contiene una de esas historias. El suspenso febril es el mismo, lo más inteligente que dice la aristócrata que tiene prendao al protagonista de la novela es: ‘no quiero que me tomen por una puta’, y lo curioso es que nadie se lo ha pensao, al contrario, los que babean por ella no la bajan del título, bien ganao, de ‘diosa sensual‘. Esta novela lanzó a Hemingway a la fama y con él a la fiesta en la que transcurre toda la calentada: San Fermín.

A pesar de los pesares, el viejo pescador borracho quiso burlarse de esta chica de pelos cortos y gaznate descomunal con otro borracho, el que echa el cuento, un veterano de la primera guerra cuyas heridas de batalla le despojaron de huevos para calentar. Así que por más insistente que sea la pasión del protagonista, el pobre no puede follarse a la dama en cuestión. Este viejo soldado compensa la marca que le dejó la guerra con la lectura de revistas de tauromaquia, no había playboy, y la ‘afición’ por las corridas (bullfighting), y con ello toma prestaos los huevos del toro y de paso los cojones del torero por obvias razones. A las feministas les gusta darle palo al borracho del Ernesto por machista y misógino, porque, según ellas, en ‘Fiesta’ el personaje femenino, la calienta huevos, rompe las ataduras tradicionales del poder masculino faenando machitos todos los sanfermines, hasta fugarse con el torero del cartel. Esta novela le propuso a los gringos, que no saben lo que es un toro y piensan que los toreros llevan pistolas, un valiente ritual de paso masculino, así todos los años una masa-ebria y enloquecida corre frente a los toros para demostrar que el tio sam y sus rubitos descerebraos tienen muchos huevos:

“Recién entradito a la plaza principal y ya me estoy topando con tres Hemingways igualitos al que había muerto de un tiro a la garganta. Tres igualitos y cada uno con su máquina de escribir, o es que yo ya estaba muy borracho.
(…)
Es increíble. Tres igualitos sentados y escribiendo y los turistas encantados con que la agencia de viajes les hubiese puesto en el programa hasta a estos tres igualitos que no estaban en el programa. Escribían los tipos en Coronas portátiles con sus barbas grises y sus botellas de ginebra al lado.” (A. Bryce Echenique)


6/7/06

CASTING PARA UN ENCIERRO HUMANO


La tradición y la necesidad obliga a meter a los toros en un corral, allí van los morlacos de las fiestas a esperar la hora de la faena. Encerrar a los bravos en el toril es una tradición y también una parte del oficio de las vaquerías, un acto cotidiano que encierra vacas, novillos y becerros para la reproducción o el sacrificio. En algunos pueblos juntar y llevar los toros de las dehesas a los corrales es una ardua y peligrosa tarea, que puede costar varios kilómetros. Esta convivencia con los toros y las costumbres de la vaquería son para algunos ecologistas una barbarie. En su mayoría estas personas son vegetarianos convencidos, aunque antes probaron las delicias vacunas que sus sabias madres les daban para que crecieran con la suficiente fuerza y pudieran ser escuchados en sus humanitarias reclamaciones. Una de ellas es negar la fiesta de los toros, para esta humanitaria labor desfilan semienpelotas entre los parroquianos que admiran la excentricidad gringa y que sacan provecho visual del asunto. Gritan a los cuatro vientos que los bravos sufren y que llevarles en una carrera por las calles de una ciudad a los toriles de la plaza es una más de las injusticias de este mundo.
En esta manada de exhibicionistas algunos tienen proporciones vacunas, se pueden ver gringas que poco de lechuga y tomatitos biológicos, pero lo cierto es que los activistas han notado, con mucho humor negro, el contraste y han mejorado el casting del ‘encierro humano’. Recuerdo que el primero de estos eventos convocó pesos de indiscutible envergadura, ahora son sílfides de cuernos puntiagudos que sonríen con abúlica y famélica alegría a los transeúntes que buscan copiar algo de lo que esconde la gruesa pancarta. Ellas quieren salvar a los toros, pero de qué los quieren salvar?, de ser parte de un guiso de rabo con papita, de la gloria de arrastrar a un mozo borracho que no puede ni andar, de caer en las suertes de un torero que le arrima las pilas de la taleguilla con todo el descaro, de ser el símbolo de la nobleza, el trapío y el valor. Habría que preguntarles a las flaquitas aquellas cuanto vive una vaca en este mundo cruel? Si tiene suerte, unos tres años hacinada en un corral con otras trescientas, sin ver el sol, ni probar la hierba y comiendo un nutritivo alimento hecho de sus propios congéneres, vaya que humanidad¡¡¡¡. En cambio los bravos viven hasta los cinco o seis años en inmensas dehesas, solos en su territorio, sin ningún limite, y por maldad de sus ejecutores no ven ordeñadoras automáticas, camiones o activistas, hasta que llega el día del encierro; el día en que las sílfides pasean sus culitos blancos para que ellos no sufran la soledad de la faena, la fiesta de los tientes y la admiración temerosa de todo el tendido.
FIL COLIN

4/7/06

TOBIA ADENTRO

La última esperanza de buen fútbol se va extinguiendo en la televisión, cuando en la puerta suena la anunciada visita. Un indígena del Amazonas, su compañera y un niño medio dormido aparecen para acompañar un helado que se derrite bajo el calor del sol Alemán. La compañera del indígena con esa extraña y molesta profecía anuncia la caída irremediable de quienes dice “han ganado ya mucho”.

Definitivamente ellos no están aquí para dar cuenta de las destrezas con el balón o para confirmar que la tristeza no es solo brasilera. Con ellos y sus motetes nos aprestamos a descubrir un fin de semana en Tobia adentro. Tobia esta ubicado a unos kilómetros de Bogotá, con un clima templado, una naturaleza casi virgen, buenos ríos, cascadas, caminos y mucho más. Tierra de deportes de aventura: balsas, bicicletas, caminatas, escaladas y conversadas, sobre todo conversadas de aventura adentro.

En Tobia nos espera uno de esos manes que la vida nos pone sin pedir nada a cambio, al fin de cuentas al man la vida le ha dado sus juguetes, ya tiene mucha paz y sabe buenas cosas como para no afanar nada. Ya en Tobia nos reunimos en la casa que el man tiene en la montaña, buena excusa para agradecer a la naturaleza y a Dios por toda su grandeza. Con el indígena, el buen amigo y el dueño de casa iniciamos un nuevo viaje al fon de de nosotros mismos.

La tradición indígena usa la palabra en su verdadera dimensión, en lo que hace, en lo que es, en lo que puede ser. Es una vaina bacana, una vaina que uno quiere compartir con todo el mundo. Palabra suave, palabra dulce, palabra amorosa. Se piensa bien, se habla bien. No es un estado de la mente, ni un trastorno temporal de la psiquis, ni el rito lejano de comunidad indígena. Es del alma, de la vida misma, del corazón de Dios.

La noche transcurre entre cantos indígenas, que agradecen a la naturaleza por recibirnos, por protegernos y enseñarnos. Hablamos, hablamos de los planes, de la idea de invitar a más gente. De caminar por la montaña y preguntarle a ella por nosotros, de montar en las bicicletas y descubrir nuestra propia fuerza, de sentir el aire en la cara que habla de Dios, de bajar por el río y aprender del respeto, de sentir en los labios el dulce de la tierra. De ver con las manos, de oír con los ojos, de sentir con el corazón, oler con el alma, gustar con la piel.

Queremos hacer un canasto grande, un canasto con los hilos de todos, un canasto en el que pongamos, confiados, nuestra Fe. Un canasto sin nudos ciegos, sin egos, sin disculpas. La noche se extingue, y en lo más oscuro aparece nueva la luz y ese ruidito que nunca para.

La mosca fly

¿SAN?…(en) FERMIN (a dos días)



Eso me preguntaba yo aquel siete de julio a las ocho de la mañana viendo la procesión de un santo con cabeza y manos de cobre, bien brillaíto, después de la tarde-noche-madrugá del seis en que un volador, o txupinazo, lanza al cosmos la juerga más indecente y ebria de la que he tenido noticia en mis humildes incursiones por la lúdica carnavalesca del Ser(do) humano. Aquella mañana, con parsimonia pacata y estrecha, pasaba toda la beatería de Pamplona, una ciudad abarrotada de moralistas, vaticanistas y, como no, los descendientes de los que ganaron la guerra del 36, en pocas palabras una ralea provinciana de lo más exclusivo, pero es cierto que la procesión va por dentro y la mía estaba compuesta por toda la juergueria, la puteria y demás -ias de la fiesta. Esas dos procesiones son el clímax de una competencia inmemorial la fiesta contra la culpa, la moralina contra la juana, la roncancía, o las dos a la vez, batalla más que evidente en estas provincias de vetustos incestos entre las esposas del señor y los hermanitos del fandango.
Todo comenzó con la cristianización. Érase una vez la cruz y una recua de auxiliares que la tenían cruzada de rabo a pecho y que se fueron de ‘peregriná’ a ver quien se apuntaba en la ruta a subirse la cruz con el entusiasmo de constantino o la irreverencia de la justina. Uno de los que la tenía bien cruzada era el Fermin, a quien Saturnino envío por ahí, a tierras de toretes y paganidas a conquistar almas para engrosar las filas de los purgados y los renacidos. Aquel lejano mundo que nadaba en la paganía de sus toretes, una especie vacuna más común que los lobos, le obsequió a Fermin con una decorporada y un par de cortes en la muñeca, no tan profundos, pero que acabaron por separarle las manos. Dicen las malas lenguas que este estropicio se lo provocaron algunos indomables cornudos. Ese evento, no se sabe por qué calumnias y reconstrucciones hagiográficas, convirtió al Fermin en San, porque sí. El martirio una vez más nos juega una de esas tretas culturales en que un pastor de almas perdidas se dedica en lo que sigue a que esas almas se pierdan aun más, resultado, las fiestas más guarras del planeta.
Ya lo decía el joven Adriano, un bañito en sangre de toro te deja listo para la refriega en cualquier campo de batalla (¿o no viejo skr?), así que
A Pamplona hemos de ir
con una media
con una media…
FIL
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