
Wilson Diaz
La diplomacia criolla no quiere arte, sino maquillaje. Este es el propósito de las delegaciones que usan sus limitadas competencias en el exterior para impugnar obras de arte, documentales o cualquier testimonio que enturbie la ‘imagen’ del país que dicen representar. Esto sucedió en su día con Noemí y el documental de Luís Buñuel, sucede ahora en una exposición en Gales y seguirá ocurriendo. Es evidente que Escobar tuvo un zoo en su modesta propiedad y también que las guerrillas tienen grupos vallenatos, pero los servicios consulares están para obviar lo que esto implica y niegan cualquier tipo de representación de la realidad nacional. Si sucede fuera ¿qué pasa dentro? Está claro que la sociedad colombiana vive una sistemática auto-censura y pro-censura en todos sus estamentos, lo que indica que hay un poder sancionador que amordaza la imaginación y la reflexión. A pesar de ello, los artistas hace tiempo que hablan sobre la relación entre sus obras y la realidad nacional frente a la estética de la negación que ahoga a la sociedad. “Si el río suena…” lo oímos porque una vez más la ‘diplomacia del sur’ quiso ahogar a un artista. El río no deja de sonar, mientras el baile de las embajadas en Europa intercambia sus parejas: Noemí para Londres, Medellín para Holanda.
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