13/5/06

PLAYA DIPLOMÁTICA




Ella es la reina del carnaval de un pueblo en la frontera entre Uruguay y Brasil. Es más morena que el común de los australes y el semblante es de garota superdotada. Un activista-ecolo le ha pagado el billete a Viena. Es la única puerta que puedes abrir para dinamitar el capital irresponsable, le ha dicho. Ella no se lo ha creído, como todo lo que dice. Apenas puede escuchar el plan mediático. Su cuerpo es el cebo y debe esperar a la foto de los dulcineos mandatarios, medio dormidos y algunos anfetaminados, para salir en el tanga del desfile de carnaval de este año, ya probado y reprobado en las playas de florianopolis. Los testigos son unos viejos de burdel triple A. No les sorprende casi nada, casi es una falsa esperanza para los gustos refinados de unos sujetos que les gusta que les den en la cama y les gusta dar en la silla oval. Es la confusión de la diplomacia, le das la espalda a alguien y ya esta desnudo con una pancarta echándote un huevito de puro agradecido.
Faltan dos minutos para que la sonrisa de la democracia quede plasmada en teletipos, qué digo, en los millones de pixeles que viajan por el medio de comunicación tecnológico más libre y caro de toda la historia. ¿Pillado el acertijo?…todo bello. Ella esta loca de contenta, si se MEA en el tanga de la emoción la multa puede ser más cara, pero igual supura por el xouxou. A la una a y a las dos. Esta pelada, levanta la pancarta y alguien fuerte como los garotos de playa e igual de agresivo que un pitbull le cae encima. Lo mismo que en la playa. Solo que el tipo lleva un traje de marca y con el precio colgando. También lleva el microchip de los espías que le molesta detrás de la oreja. Este potencial bañista de la playa diplomática es una especie de maldición que le impide quitarse el resto de la peluca y enseñar su calva incipiente allí donde se depilan las bañistas del cono sur justo en el delta del Parana.
Esta es la playa diplomática puede llevarse un traje usado y ya visto por los bañistas o intentar un bloqueo de la inversión extranjera para que a tu playa no asista ningún bañista lelo que mira pasar pancartas de “no tocar mis bienes ecológicos”. Playa de falsos mirones, salva vidas que son agentes serbios (poca posibilidad de ser salvados) y las bañistas venden un evento con su deambular:
Oye
Que coisa mais linda
Mais cheia de graça….etc.

8/5/06

pellizo saudoso

LAS COSAS HAN CAMBIADO

Similar a la llegada del primer témpano de hielo a Macondo, así fue la
llegada de la máquina de poner el pavimento en mi barrio. Un monstruo
amarillo que ocupaba toda la acera, debajo del cual aparecía la cinta
asfáltica. Por fin los amarillos y rojos no tendrían que zangolotearse al
entrar a un barrio.

Las cosas han cambiado desde la época de la buseta del tío de un amigo, que
cuando lo reconocía a uno, lo dejaba subir gratis para llegar al salitre a
moler el culo de la sudadera en los lomos de los elefantes y las jirafas del
parque; hasta la fantasía de viajar a Chapinero y conocer literalmente, el
mercado de las pulgas del más tradicional barrio de Bogotá, y con suerte,
salir con un negro y un kumis de Cirano.

Pero si la suerte del transporte diurno estaba resuelta, la noche, sus
pasiones y delirios corrían peligro por falta de un buen dietético que
trabajara en las horas de la madrugada. Los jóvenes adolescentes habitantes
del norocciodente de la capital, tuvimos serios problemas a la hora de
retornar de nuestras incursiones en la noche, puesto que ningún bus se
atrevía a irrumpir por las calles de la ya famosa ochenta. En buenos
caminantes nos convirtieron los hoy celebres magnates del transporte
público. Que vivan las botellas de brandy, ron y aguardiente que cayeron en
batalla por los caminos de la ochenta, sesenta y ocho y la carrera séptima.

Insisto, las cosas han cambiado. Atrás quedaron las bajadas del conductor a
recomponer las tirantas del bus eléctrico para que siguiera su camino. Todos
los recordamos como el bus de la paciencia, el de los estudiantes, el
romántico "Troly". Ahora Bogotá cuenta con un sistema de transporte muy
organizado, y dicen los que saben que hasta muy de país desarrollado.
Seguramente, los extranjeros ya no encontraran exótica la ciudad, con sus
buses rellenos, parando en cualquier parte y con la presentación especial de
incipientes artistas, vendedores y mendigos profesionales (no todos).
Seguramente, mucha gente se sentirá incomoda por los cambios (no son
fáciles), seguramente, faltan muchos buses y nuevas rutas. Seguramente,
faltan muchas cosas por cambiar. Seguramente, nosotros tenemos que aprender
a cambiar. Pero las cosas ya no son las mismas.

Cuando era un adolescente vivía mucha gente en Bogotá, pero nadie parecía
ser de aquí. Las cosas han cambiado, no porque ya no existan los amarillos y
rojos, o porque hay Transmilenio, sino que ahora somos más bogotanos.

EL MOSCO

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