La
política occidental heredó del cristianismo la representación espacial del bien
y del mal: la siniestra para el diablo y el vulgo; la diestra para el
dios-padre y sus ungidos herederos. Aunque todo empezó en la cortesana
repartición de las habitaciones de un palacio: en las recámaras del ala derecha
paseaban sus faldones el obispo, las concubinas, la familia real y los acólitos
de la corona; mientras en el ala izquierda estaba la aristocracia rural, los
consejeros que añoraban la igualdad, algunos comerciantes o banqueros que
compraron su nobleza, y los librepensadores. No nos hagamos ilusiones, quienes
servían en ese desmesurado hogar lavando la corsetería, pelando gallinas,
encendiendo lámparas o componiendo operas, vivían en los sótanos que se
internaban dos o tres plantas hacia abajo en dirección al “infierno”. En el “cielo
político” a la izquierda estaban los celosos del poder que miraban de reojo el
oscuro abismo de los sirvientes y a la derecha los altivos enamorados de la
real cabeza. Fuera del palacio transitaba el feroz mundo de la explotación
colonial con sus mercados de hombres y mujeres, el pirateo del oro, el comercio
de opiáceos, el té y el primer movimiento de la especulación financiera: la
venta de las futuras -e intangibles- cosechas de granos. De
esta representación palaciega del orden del mundo a las colonias no les quedó
nada más que la torpe imitación del universo político embebido del tufo
religioso y la exacerbada explotación de la metrópoli: chocolate, azúcar,
papas, oro, almas y tierras. Cuando Simón de la Trinidad -con sus otros ocho
nombres- divisó Versalles, desde Santa Genoveva, se le vino a la mente la desgraciada
empresa de trasladar el manicomio político de las direcciones espaciales, con sus
sótanos y alrededores, al lejano Virreinato de la Nueva Granada. La visión de
la diestra con una cabeza ungida por el destino de la historia frente a la
indiscriminada repartición del poder con los mestizos “pardos” de la siniestra
-incluidos los negros por el decoro universalista criollo- echó a andar con la
ayuda de unas brillantes muletas constitucionales. A pesar del artificio
legislativo los “pardos” de la siniestra colonial jamás han probado, hasta hoy,
una sola migaja del poder político reservado a la ungida diestra. El
asunto se complicó todavía más cuando, a mediados del siglo XX, el único país
capaz de infringir una derrota militar a Hitler fue la nación bolchevique. Los
temores hacia la extrema derecha derrotada se transformaron en el terror a la
extrema izquierda. El mundo se dividió una vez más entre los bendecidos y los
caídos. Oliver Stone realizó un detallado relato de la invención del terror
hacia el enemigo detrás de la cortina de hierro, como lo describió Churchill,
durante ese tortuoso postconflicto norteamericano que parece no tener fin. La
cadena de guerras contra los fantasmas de la siniestra progresó desde Cuba
hasta Vietnam, repitiéndose en Venezuela o Panamá, y por último se reprodujo
con una inesperada mutación islámica entre los mercenarios sunníes que
combatieron a la Unión Soviética en Afganistán. Todavía
hoy en plena convalecencia de la pavorosa fiebre democrática podemos decir que
señalar al comunista, al chavista, al radical de izquierda, es tan común como
la estrepitosa victoria de la ultraderecha, el ala de los “iluminados” que se autoproclaman
los guías del destino colectivo. Es una verdadera coincidencia que en Europa se
viva un ascenso de los partidos xenófobos, populistas, que recogen del temor
social al desempleo, a la crisis y a la invasión del inmigrante, los votos
necesarios para barrer a los demás partidos tan cándidamente euroconvencidos.
Tan sólo algunos recuerdan que la UE es un proyecto privado con el sello de
Siemens y Nestlé, más algunos otros, que empujaron a los políticos -de ambas
alas- a una forzada unión política para configurar el mercado interno más rentable
del planeta. La fórmula funcionó hasta que la “exuberancia racional” infló una
burbuja tras otra con la tecnología, la financiación inmobiliaria, la guerra, el
petróleo o la industria farmacéutica. Las
recamaras de aquel palacio, ahora una próspera industria cultural, no
presenciaron el auge de una tercera vía en medio de la repartición de ventanas,
lo que parece haber nacido en el muy adecuado salón de baile: el centro. Con
prisas tanto “ungidos” como “vulgares” intentaron ocupar la franja en la que el
abuso financiero, la compra-venta esclavista del trabajo y la explotación
global de los recursos naturales, que tanto ha minimizado el débil alcance de
los derechos del hombre, están de acuerdo con todo lo demás: la restricción del
estado del bienestar, la reducción de las competencias fiscales de los
gobiernos, la ilusoria privacidad de cualquiera que posea un celular o un
laptop. En
Colombia la ultraderecha salió de sus habitaciones y ocupó el centro, el salón
de baile, desplazó hacia la izquierda a sus vecinos (aunque es un ala que a
ellos les resulta extraña por rancio abolengo) y en este momento es protagonista
de más de uno de los posibles escenarios políticos que están por venir. Las
recamaras de las meretrices y el salón de baile están ocupados más que nunca por
el discurso del terror hacia la posibilidad de que un exlíder guerrillero pueda,
después de un proceso de negociación, participar en política; este es el argumento
clave del segundo round. En un país tan especial -en el que el ombligo patrio
ocupa todo el territorio- se olvida que en los procesos políticos de este tipo,
y hay varios ejemplos, la integración en la vida política es una consecuencia
necesaria del acuerdo: se dejan las armas y se aceptan las reglas -deficientes,
pero reglas- del fandango democrático. La
casa de locos que Simón de la Trinidad edificó con la colaboración de otros
criollitos bonapartistas, como él, se ha alterado un poco. En el ala izquierda
se amontona la diestra con la siniestra, que pernocta en los pasillos por
dignidad. En los sótanos ya no caben los sirvientes que sin educación, salud
pública o empleos dignos, se desmayan ante el comercio electoral que este año
de elecciones les trae una ñapita, con vallenato pentecostal. En las cercanías
el salvaje comercio postcolonial de materias primas sigue adelante con millones
de desplazados, regalías efímeras, y algunas locomotoras averiadas. En el salón
de baile aplauden a los inversores de la bolsa de Toronto, a las patentes de
Monsanto y a la sombra de la palma africana, mientras que en el jardín de la
Casa Grande un grupo de placidas vacas duerme la siesta del caluroso mediodía observando,
con envidia, las cuadras de los mimados y nerviosos equinos.
27/5/14
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