27/5/14

BAILANDO CON LA ULTRADERECHA



La política occidental heredó del cristianismo la representación espacial del bien y del mal: la siniestra para el diablo y el vulgo; la diestra para el dios-padre y sus ungidos herederos. Aunque todo empezó en la cortesana repartición de las habitaciones de un palacio: en las recámaras del ala derecha paseaban sus faldones el obispo, las concubinas, la familia real y los acólitos de la corona; mientras en el ala izquierda estaba la aristocracia rural, los consejeros que añoraban la igualdad, algunos comerciantes o banqueros que compraron su nobleza, y los librepensadores. No nos hagamos ilusiones, quienes servían en ese desmesurado hogar lavando la corsetería, pelando gallinas, encendiendo lámparas o componiendo operas, vivían en los sótanos que se internaban dos o tres plantas hacia abajo en dirección al “infierno”. En el “cielo político” a la izquierda estaban los celosos del poder que miraban de reojo el oscuro abismo de los sirvientes y a la derecha los altivos enamorados de la real cabeza. Fuera del palacio transitaba el feroz mundo de la explotación colonial con sus mercados de hombres y mujeres, el pirateo del oro, el comercio de opiáceos, el té y el primer movimiento de la especulación financiera: la venta de las futuras -e intangibles- cosechas de granos. De esta representación palaciega del orden del mundo a las colonias no les quedó nada más que la torpe imitación del universo político embebido del tufo religioso y la exacerbada explotación de la metrópoli: chocolate, azúcar, papas, oro, almas y tierras. Cuando Simón de la Trinidad -con sus otros ocho nombres- divisó Versalles, desde Santa Genoveva, se le vino a la mente la desgraciada empresa de trasladar el manicomio político de las direcciones espaciales, con sus sótanos y alrededores, al lejano Virreinato de la Nueva Granada. La visión de la diestra con una cabeza ungida por el destino de la historia frente a la indiscriminada repartición del poder con los mestizos “pardos” de la siniestra -incluidos los negros por el decoro universalista criollo- echó a andar con la ayuda de unas brillantes muletas constitucionales. A pesar del artificio legislativo los “pardos” de la siniestra colonial jamás han probado, hasta hoy, una sola migaja del poder político reservado a la ungida diestra. El asunto se complicó todavía más cuando, a mediados del siglo XX, el único país capaz de infringir una derrota militar a Hitler fue la nación bolchevique. Los temores hacia la extrema derecha derrotada se transformaron en el terror a la extrema izquierda. El mundo se dividió una vez más entre los bendecidos y los caídos. Oliver Stone realizó un detallado relato de la invención del terror hacia el enemigo detrás de la cortina de hierro, como lo describió Churchill, durante ese tortuoso postconflicto norteamericano que parece no tener fin. La cadena de guerras contra los fantasmas de la siniestra progresó desde Cuba hasta Vietnam, repitiéndose en Venezuela o Panamá, y por último se reprodujo con una inesperada mutación islámica entre los mercenarios sunníes que combatieron a la Unión Soviética en Afganistán. Todavía hoy en plena convalecencia de la pavorosa fiebre democrática podemos decir que señalar al comunista, al chavista, al radical de izquierda, es tan común como la estrepitosa victoria de la ultraderecha, el ala de los “iluminados” que se autoproclaman los guías del destino colectivo. Es una verdadera coincidencia que en Europa se viva un ascenso de los partidos xenófobos, populistas, que recogen del temor social al desempleo, a la crisis y a la invasión del inmigrante, los votos necesarios para barrer a los demás partidos tan cándidamente euroconvencidos. Tan sólo algunos recuerdan que la UE es un proyecto privado con el sello de Siemens y Nestlé, más algunos otros, que empujaron a los políticos -de ambas alas- a una forzada unión política para configurar el mercado interno más rentable del planeta. La fórmula funcionó hasta que la “exuberancia racional” infló una burbuja tras otra con la tecnología, la financiación inmobiliaria, la guerra, el petróleo o la industria farmacéutica. Las recamaras de aquel palacio, ahora una próspera industria cultural, no presenciaron el auge de una tercera vía en medio de la repartición de ventanas, lo que parece haber nacido en el muy adecuado salón de baile: el centro. Con prisas tanto “ungidos” como “vulgares” intentaron ocupar la franja en la que el abuso financiero, la compra-venta esclavista del trabajo y la explotación global de los recursos naturales, que tanto ha minimizado el débil alcance de los derechos del hombre, están de acuerdo con todo lo demás: la restricción del estado del bienestar, la reducción de las competencias fiscales de los gobiernos, la ilusoria privacidad de cualquiera que posea un celular o un laptop. En Colombia la ultraderecha salió de sus habitaciones y ocupó el centro, el salón de baile, desplazó hacia la izquierda a sus vecinos (aunque es un ala que a ellos les resulta extraña por rancio abolengo) y en este momento es protagonista de más de uno de los posibles escenarios políticos que están por venir. Las recamaras de las meretrices y el salón de baile están ocupados más que nunca por el discurso del terror hacia la posibilidad de que un exlíder guerrillero pueda, después de un proceso de negociación, participar en política; este es el argumento clave del segundo round. En un país tan especial -en el que el ombligo patrio ocupa todo el territorio- se olvida que en los procesos políticos de este tipo, y hay varios ejemplos, la integración en la vida política es una consecuencia necesaria del acuerdo: se dejan las armas y se aceptan las reglas -deficientes, pero reglas- del fandango democrático. La casa de locos que Simón de la Trinidad edificó con la colaboración de otros criollitos bonapartistas, como él, se ha alterado un poco. En el ala izquierda se amontona la diestra con la siniestra, que pernocta en los pasillos por dignidad. En los sótanos ya no caben los sirvientes que sin educación, salud pública o empleos dignos, se desmayan ante el comercio electoral que este año de elecciones les trae una ñapita, con vallenato pentecostal. En las cercanías el salvaje comercio postcolonial de materias primas sigue adelante con millones de desplazados, regalías efímeras, y algunas locomotoras averiadas. En el salón de baile aplauden a los inversores de la bolsa de Toronto, a las patentes de Monsanto y a la sombra de la palma africana, mientras que en el jardín de la Casa Grande un grupo de placidas vacas duerme la siesta del caluroso mediodía observando, con envidia, las cuadras de los mimados y nerviosos equinos.
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