11/11/09

EL ENSTUSIASMO POR EL ERROR


Adoramos el engaño, nos enloquecen las mentiras y las apariencias. Nada como los mitos navideños, las lozanías turgentes del photoshop, la retórica contra la pobreza y las guerras de los gobernantes o las indecentes promesas del optimismo económico -¡saldremos de la crisis!-, para comprobar que la fascinación por el equívoco moldea el carácter individual y colectivo de nuestros más “libres” propósitos, de nuestros más encumbrados ideales, que a manera de sombras deambulan entre la superstición tecno-publicitaria del mundo.
La certeza en la incapacidad humana para sustituir el error por la verdad le fue inspirada a un reconocido exiliado florentino por el papa Alejandro VI, cuyas maniobras políticas le sirvieron de prueba fáctica de la inclinación del hombre hacia la mentira: si hay alguien dispuesto a engañar siempre habrá muchos más dispuestos a ser engañados. Esta máxima de la vida política ha permanecido intacta en la historia de todas las formas de gobierno, tanto que su éxito fue materia del concurso que Federico II de Prusia convocó desde la Academia berlinesa (en 1774): ¿Es conveniente y útil engañar a los pueblos? La respuesta volteriana es negativa, pero la realidad política es evidente. El error es necesario para que los gobernantes presuman de fomentar el bien común infundiendo temores, sentimientos patrióticos o falsas supersticiones, mezclando así verdades con errores o diferenciándolos cuando sea oportuno: el poder sería criterio de verdad.
En su respuesta al concurso berlinés, Condorcet decía que mezclar la verdad y el error como garantía para la obediencia del pueblo desemboca en una confusión extrema entre los principios morales y las acciones ilegítimas, entre lo que es un sentimiento inducido y lo que es razonable hacer. De modo que los hombres presos de la confusión serán libres, sólo, para decidir qué errores cometer o qué nuevo amo escoger. El error es un instrumento feroz que conlleva violencia, porque los crímenes pueden ser apreciados como acciones compatibles con los sentimientos naturales del ser humano, da como ejemplo la noche de San Bartolomé. El hombre preso del ENTUSIASMO POR EL ERROR es la bestia más peligrosa, pues no es capaz de distinguir, en razón de su ignorancia, la verdadera motivación de sus acciones. La identificación que hace Condorcet entre error y violencia, entre confusión y ferocidad, nos ofrece la cara más seductora del control político: la relación entre los agentes violentos y la inducción de la ignorancia. El mismo autor confiaba en que los gobiernos tuvieran en cuenta el ERROR como un malestar de la vida pública, un problema que debía ser tratado con un modelo educativo que atacara la transmisión de los “antiguos” errores hacia a las nuevas generaciones, una sociedad que funcionara como un gran centro pedagógico y no como una gran productora de engañifas.
El camino que va del error hacia la verdad está plagado de problemas, decía Condorcet. El principal de ellos es la creencia de que el engaño es un instrumento, asumido, de crecimiento biológico, social y político. No es difícil escuchar que la mayoría de los seres humanos se levantan todas las mañanas para ser engañados por la publicidad, las noticias, hasta por los productos culturales que ofrecen lo que “verdaderamente ha pasado” en la historia o en los sucesos más recientes de nuestro tiempo. Sabemos que nos engañan, sabemos que todo es mentira y sin embargo no sabemos por qué. Los neurocientíficos, los psicólogos, los especialistas en marketing, los directores de cine y los escritores de best-sellers nos ofrecen explicaciones muy elaboradas acerca de cómo lo parcial, lo fragmentario, lo oculto, lo simulado, lo mentido, está presente tanto en la naturaleza de nuestro cerebro como en el origen de una religión, sin contar las relaciones interpersonales o el consumo. Estamos tan familiarizados con el error que es imposible que represente, como para Condorcet, el síntoma de un problema público que debe ser tratado como una materia de interés general. A nadie le preocupa que le digan la verdad sobre nada, le preocupa que le digan algo, así sea una mera estrategia de venta, de negociación, de información etc., que encubre una motivación tácita, no revelada, pero real, de manipulación. Nos interesa que alguien nos diga algo, así sea una sarta de mentiras, de ahí el éxito de ciertos políticos, de ciertos líderes religiosos, de algunas “celebrities”, que sólo dicen lo que deliberadamente debe ser escuchado. Consulte su periódico más cercano, escuche la alocución de un gobernante, vea un anuncio publicitario, si en todo ello no detecta un entusiasmo enfermizo por el error y la mentira, por favor no lea jamás a Condorcet, siga disfrutando de su predestinada susceptibilidad al engaño.
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