16/3/08

CAUDILLISMO LATINOAMERICANO: UN SALTO AL VACÍO HACIA EL AUTORITARISMO (DE FUJIMORI A URIBE)

I








“Los latinos son muy autoritarios”
“No es extraño oír en las capitales del continente que lo que se necesita para salir adelante es "un Fujimori"


En la primera mitad de los años 90 era común escuchar en la calle la expresión ‘necesitamos un Fujimori pa’que arregle este mierdero’, sólo una súper-figura presidencial del mismo tipo podía limpiar el congreso, acabar con el terrorismo, generar prosperidad económica y sobre todo motivar la confianza popular y empresarial. Los políticos de la época en Latinoamérica usaron el nombre del ‘chino’ como un epíteto del poder, lo que representó durante cierto tiempo el modelo de la fortaleza política, la aplicación del liberalismo económico y la popularidad alejada del lastre de los partidos tradicionales. En aquellos días el partido conservador, que ansiaba regresar al ejecutivo, soñaba con un candidato como ‘el chino’, y algunos medios llegaron a comparar la campaña presidencial de Mockus con la de Fujimori porque las dos compartían la independencia del partidismo político.
Durante la década de los 90 el nombre ‘fujimori’ sustituyó el significado de la palabra ‘caudillo’: una cabeza visible del poder, una figura personal capaz de resolver todos los problemas nacionales. Así que después de tanto soñar con un ‘fujimori’, la imaginación colectiva de la nación cuenta hoy con esa figura y la defiende con una rotunda aceptación (82%). No hace falta decir quien es, aunque si es indispensable recordar los perjuicios políticos y sociales que el estilo político del ‘chino’ causa en un Estado endeble que se autoproclama democrático.
El mayor peligro es la re-elección indefinida. Fujimori se las arregló con un ‘autogolpe’ que no escandalizó a nadie, porque en las elecciones convocadas por la nueva constitución el ‘chino’ arrasó a los demás candidatos con el 64% de los votos; record que sólo fue superado por la reelección de Uribe. La hegemonía de una misma cabeza política durante años establece, sin quererlo, por supuesto (¿?), una ‘rutina de poder’ que elimina la competencia democrática, ahoga el pluralismo y obstaculiza la acción judicial y legislativa, basta con hojear un periódico, así sea el de la familia Santos, para comprobar que todo eso ya está sucediendo en el segundo mandato de Uribe. El ‘caudillo’ está donde todos quieren que esté y, de una u otra manera, ofrece unos resultados que lo elevan por encima de todas las cuotas de poder. La reelección indefinida logra inducir y reforzar en la sociedad una misma idea: ‘sólo él puede’, lo que nadie ve es el modo en que el caudillo mantiene ese poder: la reforma de la constitución negociada con tránsfugas de cualquier procedencia política o gremial, el respaldo incondicional de unas fuerzas militares que se llevan casi todo el presupuesto nacional y el apoyo internacional del liberalismo económico global.
En la última década del siglo XX el caudillo civil Fujimori fue exageradamente popular en su país y en las naciones vecinas, logró vencer la resistencia política de Vargas Llosa y Pérez de Cuellar, derrotó al terrorismo, estabilizó la economía peruana y fue el hijo predilecto de las políticas liberales. Estas características se repiten en el gobierno Uribe, hasta tal punto que se reiteran las crisis diplomáticas con los vecinos, el espionaje a todas las fuerzas sociales y la presencia de oscuros aliados-asesores del poder ejecutivo, lo que corrobora la existencia de un mismo modelo político caudillista: el fujiribismo.
Los perjuicios sociales y humanitarios del caudillismo no pueden apreciarse hasta que la figura que lo representa no decae: Fujimori responde por múltiples acusaciones de corrupción, espionaje, violación de los derechos humanos y carga con el peso histórico de haber llevado a su país al vacío de poder, y es muy difícil que una democracia latinoamericana se recomponga después de haber sufrido una larga hegemonía caudillista. El camino político sin retorno del autoritarismo se ha contagiado a otros países, prueba de ello son los contactos y roces diplomáticos Uribe-Chávez que son ante todo el diálogo -nebuloso- entre dos caudillos. No se puede negar que el caudillismo gusta en América Latina, se trata de una herencia histórica que proviene de las constituciones inspiradas por el Libertador, no importa que su nombre aparezca o no en ellas, el caso es que las democracias post-coloniales tienden al autoritarismo; es suficiente con revisar la historia reciente del continente para encontrar pruebas evidentes de ello.


II


“Fujimori ganará las elecciones peruanas del 2010”

Todos los signos del triunfalismo caudillista están presentes en la actual situación política: se anuncia el triunfo sobre el terrorismo, la confianza en la economía se ha restaurado, el TLC está a la vuelta de la esquina y la popularidad del caudillo rompe todas las marcas, lo que quiere decir que las promesas acaban por cumplirse y la curva del desempeño del caudillo toca a su fin, así que la pregunta es ¿Colombia está preparada para asumir las consecuencias de un salto al vacío hacia el autoritarismo? Sería muy ingenuo pensar que después de hacerlo ‘tan bien’ un caudillo al estilo ‘fujiribe’ se baje del burro y abandone palacio para escribir sus memorias en una tranquila finquita cordobesa. La cuestión es ¿Qué viene después?
En el Perú el ‘después’ ha sido una caída estruendosa y un juicio político con un gran costo para la justicia y la memoria de ese país. En Colombia tanto la caída como el juicio al caudillo son imposibles, el país no ha sido capaz -en toda su historia- de juzgar a ninguno de sus presidentes, ni a nadie, a pesar de los estruendosos delitos que han ocurrido a dos palmos de sus ejecutivas narices: Palacio de Justicia, la Catedral, el Elefante, el Cagüan, masacres, asesinatos políticos, desplazamiento forzado…etc. Dudo mucho que el caudillo caiga estruendosamente, al contrario, es posible que aún reste un largo periodo de hegemonía con algunos paréntesis críticos, pero con el sesgo de la pasividad nacional de siempre.


III


“Perú es un país en el que cualquier crónica puede convertirse en un gran libro”
Creo que en Colombia poco se habla de las secuelas literarias que dejó el ‘chino’ en el Perú: Alonso Cueto (La hora azul), Carmen Ollé (Retrato de mujer sin familia ante una copa), Santiago Roncagliolo (Abril rojo), Edgardo Rivera Martínez (País de Jauja). A esta literatura se la ha bautizado con un curioso adjetivo: ‘realista’, nombre al que responde Jorge Eduardo Benavides (El año que rompí contigo, Los años inútiles): “con el ascenso de Fujimori, vivir de espaldas a la realidad era un suicidio”. Ese es el único efecto que de verdad añoro del autoritarismo uribista: que en, más o menos, diez años empiecen a publicarse, y con cierto éxito literario, zagas de novelas, de un número considerable de escritores que recordarán en nombre de todos el paso de la sociedad colombiana por el vacío caudillista de estos años; tan llenos de triunfos nacionales y orgullo patriótico. De cualquier modo, para los que quieran adelantarse a la ‘nueva ola realista’ se pueden ir leyendo las novelas de los escritores peruanos que nos llevan una cómoda ventaja en el tema del absurdo caudillista. La literatura llenará una vez más el vacío de la memoria colectiva y de la dormidera social que sufre el país, en su día lo hizo Garcia Marquez con las infinitas guerras civiles y sus oficiales desgraciados, la masacre de las bananeras, la violencia rural, y por eso, con gran habilidad, fue desplazado al reino afortunado del ‘realismo mágico’.

1 comentario:

Enrique Prochazka dijo...

"las secuelas literarias que dejó el ‘chino’ en el Perú: Alonso Cueto (La hora azul) Enrique Prochazka (Casa)..."

JA JA JA
JA JA JA


Enrique Prochazka

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