27/5/12

El exorcismo de la historia (o el publirreportaje de la amnesia)


  
“Es cierto que uno no debe alegrarse con la muerte de nadie, pero ese cuerpo abatido del mal, esa barriga al aire con una pistola en la mano, ese cadáver al fin incapaz de maquinar asesinatos, secuestros y actos terroristas, no nos entristeció”. Héctor Abad
Empieza el prosista antioqueño citando a medias a Hanna Arendt con el fin de justificar su catecismo de exorcista: el mal suele encarnarse en personas tan comunes, a veces tan amables y excéntricas como cualquier hijo de vecino, por eso consiguen engañarnos con superficiales actos de bondad y cotidiana simpatía. Según el escritor, envanecido por reflexiones ajenas, mal regurgitadas, hay personajes en la historia que encarnan el mal y punto, sin ambages, como Adolf Hitler y Pablo Escobar ¡Sí señor! no tiene vergüenza alguna Héctor y mete a los dos en el mismo costal (con otros especímenes, por si acaso).  Los lectores de la discípula del polémico maestro, vagabundo de la Selva Negra, echan algo en falta en este recurso. Por supuesto, lo que dijo Arendt (pp. 128-31) no tiene nada que ver con el supino tijeretazo del paisita. La cita completa diría más o menos: personajes históricos -como Hitler- encarnan la posibilidad del mal en cualquiera de nosotros, así que corresponde juzgar en cada uno de los casos de dónde proviene esta terrible posibilidad tanto individual como colectiva. Arendt indaga por la responsabilidad conjunta de la irrupción del mal, latente, como un espectro de naturaleza ambigua en la historia humana (v.g. el mal convertido en un “daño colateral” por el sistema totalitario nazi). La respuesta del escritor a este arduo trabajo es un simple: “que hubiera pasado si…” alguna encarnación del mal no hubiera ocurrido. De nuevo se apoya en las ideas ajenas de un historiador (c. 4) que, investigando el por qué de las guerras, ve en el caso de Hitler un ejemplo del impulso nacional y social que este tipo de acontecimientos cobran en un mismo individuo. Al contrario, Abad lo cita fuera de lugar con justificada candidez: si a Hitler le hubieran matado en la Gran Guerra no hubiera ocurrido otra segunda. Para luego huirse con esta gran conclusión: si a Pablo Escobar lo hubiera matado la desnutrición, o una diarrea, Luís Carlos Galán se habría inventado la reelección. Por suerte -para nosotros- hubo un día en que el exorcismo fue consumado y el mal dejó su empaque corporal para enaltecer el fervor nacional en la innata bondad patria, ya que tal “demonio” no volvería a pisar nuestra noble tierrita. Sin embargo, el exorcismo llegó demasiado tarde y sólo nos quedó la satisfacción de la “barriga pelada” al aire, inanimada y yerta. Podemos entender que el intelecto de Abad se agote en el publirreportaje de telenovelas y que deba ajustarse al molde: pintar a buenos y malos, explicar qué hacen los malos y por qué lo son tanto, señalar a las tristes víctimas entre el bando de los buenos, y anticipar el final feliz. El paisita cumple con sus compromisos comerciales a pie juntillas, se ha ganado los pesitos, no cabe duda. Además lo hace con filigranas intelectuales, críticas inverosímiles de ideas que ignora por completo y nos ofrece un sancochillo de su propia cosecha para reír con desenfado y despotricar con gusto sobre las provincianas limitaciones de uno más de los exorcistas del “Patrón” (y de paso, de nuestra fatídica historia).
II
Seguir las ideas de Arendt, con rigor, sin mezquindad, significaría aceptar que las “encarnaciones” individuales del mal son bienvenidas por un regocijo colectivo; silente en las circunstancias nacionales. No se trata de un Pablo Escobar "héroe popular", no hablo de ese recibimiento, quiero señalar la recepción que las élites políticas, judiciales y policiales dieron a este magnífico “espíritu del mal”. De lo contrario el 99% de sus -ahora telenovelizadas- fechorías no gozarían de la impunidad que las acorrala en el doloroso curso de nuestra historia. El “exorcismo” de Medellín no fue el desenmascaramiento del “espíritu del mal”, sino una cruel forma de ocultar la enquistada participación de las élites nacionales en el entusiasmo que rodeó al congresista, al hombre de negocios, al empresario deportivo, al hombre público, partícipe del poder que gobernaba el (doña) rumbo patrio.  En aquellos días, hace tan solo 30 años, las élites del país optaron racional, y emocionalmente, por el carácter “narco” de la nación como único medio de conservar el poder. Hasta los purpurados sacaron tajada. Abad no cita las investigaciones de Coronell acerca de los negocios entre la familia propietaria del Ubérrimo y el “Patrón”, tampoco el gorila que hamacó sus perezas en la constitución del 91, ni la conspiración liberal que puso a Gaviria en el poder y que luego cambió de “encarnación del mal” como si nada. Este publirreportaje de la amnesia ignora que el unicornio, los hipopótamos y demás fieras del bestiario de Escobar se saltaron por décadas todos los controles de un Estado democrático. El mal requiere un consentimiento y el Patrón tuvo el asentimiento del país político y económico. Sin embargo, nuestro prosista antioqueño dice que es hora de enfrentarse a la “encarnación del mal”; le invito a que contemple una de esas reencarnaciones en alguno de los tantos espejos que decoran su estupendo apartamento en el valle del Aburrá.
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