20/6/10

SERVIDUMBRE REPUBLICANA


Entro en mí mismo para verme, y dentro,
hallo ¡ay de mi!, con la razón postrada
una loca república alterada,
tanto que apenas los umbrales entro.
Rimas Sacras, Lope de Vega.

La paradójica naturaleza del proceder humano reposa, ahora, en una sospechosa condición universal: la ciudadanía. Lo que nos recuerda Lope es que a pesar de esta pomposa denominación política cada uno es ante todo una pequeña “república alterada”, desecha por enfermizas contradicciones. Anteponer a esta naturaleza, caprichosa e impredecible, el condicionante de la acción civil puede llenarnos de esperanza por la súbita irrupción de una ley general que articule, por fin, los difusos trazos de la convivencia social y de las decisiones políticas. Nada más alejado de la soberanía popular que el caos de cada individuo proyectado en conjunto, representado por las alteraciones del orden republicano, el olvido de los derechos fundamentales y la repetición de resabiados procesos electorales.
Un antecedente de este desorden local lo describía un "paisita" sorprendido, porque el dictamen forense que certificó la muerte de dios -de uno de ellos- no tuvo eco alguno en los poblados de la cordillera; la falta de esquelas funerarias en periódicos y programas radiales entorpeció el duelo religioso que daría la bienvenida a una sociedad laica. Se olvida el hábil redactor que en este país nunca ha existido dios, o algo parecido, tan sólo hay señor de Monserrate, divino niño, virgen de las lajas, virgen del carmen, el cristo de Buga y el constitucional sagrado corazón, así que la muerte de dios en un lugar con tal abundancia de personificaciones de lo sagrado pasa -con facilidad- desapercibida. Estas figuras del animado panteón espiritual son eficaces, conceden a cada uno de sus romeros los favores que les piden, tales dones desplazan al impersonal y teológico dios, que en paz descanse.
Ocurre igual con la política en la que una eficiente y oportuna repartición de favores, la satisfacción del don recibido, se pone en contra de la abstracta y poco dadivosa “cultura ciudadana”. Religiosidad interesada y política de tamales coinciden en un mismo grupo social, los citados -con tristeza- por algunos intelectuales “pobres”. ¡Ay los pobres!, lo mal que se comportan, no obedecen los llamados orgánicos de la razón liberal, desmienten los logros de la democracia participativa y echan abajo el proyecto de una sociedad -habermasiana- dialogante.
En religión como en política se busca colmar la escasez endémica, la carencia crónica. El pobre no cataloga la bondad por la definición del bien, lo ratifica sólo por su capacidad de llenar el estómago. El hambre, dignos burgomaestres, es el tema de la vida política, ni siquiera la desigualdad maese Petro, eso es demasiado conceptual. Las madres comunitarias quieren una mesa llena para sus hijos, después puede venir la educación, la ciudadanía, la esperanza. Con el estómago lleno cualquiera puede tener paciencia suficiente para aprender cómo -demonios- se puede pescar en un cubo.
En las contiendas políticas son los viejos patrones los que conocen el lenguaje de la barriga llena y el corazón contento, por eso reparten dones, cientos de miserables limosnas. En algunos lugares -mis queridos verdes- el pueblo mata por cincuenta mil pesos. Más, cuando la suma está prometida durante los próximos cuatro años con el peligro inminente de otros cuatro más. El vacío de vientre es el primer factor de parcialidad política en una sociedad acostumbrada a la explotación de pequeñas propiedades rurales y al mayorazgo de un patrón a caballo. Recuerdo que Lula, un desplazado del Sertão al ABC paulista, habló primero de un Brasil sin hambre, después del resto.
Estamos en un país en el que los políticos no hablan del alimento. Los oficialistas -coalición de rémoras-, porque su poder depende del vacío de vientre; los verdes porque están llenitos de ideas y los zurdos porque el materialismo histérico ignora la dialéctica del pan duro. Por eso resulta irónico que los opinadores denuncien un fraude electoral que abusa de las necesidades básicas, nadie pregunta por qué las mujeres pelean por un trozo de pan, nadie se preocupa de la necesidad que tiene la gente de los cuatro pesos que reparte el delfín.
Votos de ignorantes, decimos, votos de incultura ciudadana, nos dolemos, pero votos que alimentan. Esta nueva servidumbre tejida por el desplazamiento que los hacendados han impuesto a los pequeños aparceros, en nombre de la seguridad y otras patrañas, es el mal que puebla los suburbios ¿Qué importa si el exministro daba recompensas con una mano por la muerte de dos mil inocentes, si con la otra dará de comer -en el mismo barrio- a otros cien mil? El hambre y la nostalgia de un trozo de tierra son los síntomas de la república degradada que habita en cada prospecto de ciudadano, mientras el político no hable de la satisfacción de necesidades tan básicas, nos quedaremos regalando lápices y girasoles…digitales.
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