25/11/09

Espejismos de un bicentenario cualquiera

Autosubrogarse el «hoy» del «yo» viviente y actuante en el «ayer» del «él» de la historia que un día lo contará, o, dicho de otro modo, representarse el «hoy» de lo que en primera persona puede uno decir de «sí» como el «ayer» de lo que en tercera persona podrá decir de «él» un narrador futuro es transfigurar la propia persona en «personaje» y, por ende, adoptar, de la forma que fuere, «condición histórica»; dicho, naturalmente, en un sentido lúdico y caricaturesco.” R. Sanchez Ferlosio (God & Gun)

Este complejo apunte de Sanchez Ferlosio que debe leerse con calma –de tres a seis veces- me explicó por fin las sospechas que he guardado sobre las conmemoraciones del bicentenario de la Independencia, próximo a celebrarse en medio de un aparataje muy postcolonial y democrático. En la página web que el gobierno ha destinado a la magna fecha se despliega una completa agenda de precelebraciones: demasiados actos culturales, innumerables conferencias, videos y fotos de muchos políticos en apogeo. Entre ellos está un documento, “Visión 2019”, que no es nada histórico -más bien ideológico y babeante- en el que el rebaño que hoy gobierna explica el por qué de la celebración y lo que tiene que ver con el futuro, casi con el destino, del país. La analogía, para explicar está absurda relación, es una verdadera bofetada cerebral: de la misma manera que en 1810 ocurrió el grito de Independencia -lo que tan sólo fue una modesta rencilla de hortelanos en un mercado de pueblo- en 2010 dará inicio a un periodo de “redención” nacional. El maravilloso proceso acabará en 2019 igual que las heroicas batallas de 1819, las que nos dieron la libertad; fecha que tan sólo fue el preludio a las guerras civiles entre facciones de criollos que, literalmente hambrientos de poder, se disputaron el dominio de las nacientes “republicas aéreas” que hoy -todavía- malviven. Una de las perlas del documento es que la lucha por la independencia abrió “las compuertas” a la historia de lo que somos. Interesante palabra, emparentada con las esclusas de las hidroeléctricas y las maniobras de desembarco de una potencia extranjera.

Esta imagen “comportal” acaba en un panfletario análisis historiográfico: “…por razones que es difícil precisar, los departamen­tos de ciencia política y de historia de las universidades colombianas han reemplazado, erróneamente, la historia política por la historia de la violencia”. El documento dicta, así, el modo en que la historia debe ser contada, pues debe olvidarse la historia de los hechos (la violencia) y resaltar, en cambio, los hechos en la historia (la política). Esa interpretación de los hechos en la historia como una parsimoniosa aproximación al zenit político que vive hoy el país, con el rebaño y el pastor gobernante a la cabeza, es la que explica por qué se abrieron las compuertas de la Independencia en dirección al certero destino que “Visión 2019” nos augura. Esta regañina a la inteligencia es lo que se esconde detrás de tanto evento cultural, un instrumento más de control de lo que es pertinente saber y celebrar de nuestra historia.

El vecino Chávez no necesitó bicentenario alguno para conmemorarse a sí mismo como heredero de Bolivar, le bastaron sus ganas de presidencia vitalicia y las demás formulas autoritarias que el Libertador aplicó en su día. Esto le ayudo a olvidar que el amado héroe aborrecía la presencia de indígenas, negros y mestizos en las instituciones políticas; para el criollo Simón de la Santísima Trinidad la independencia de las colonias no podía acabar en una “PARDOCRACIA”. Por el comportamiento de Chavez y las babosadas de “Visión 2019”, historiadores como Rafael Rojas (ver El bicentenario y la tradición republicana) afirman que los bicentenarios por venir están lastrados por una praxis política en la que hay mucha democracia y poca republica, lo que quiere decir que la ciudadanía participativa, en igualdad y libertad, ha sido atropellada por el caudillismo reeleccionista, censor y corrupto de nuestros días. Ese caudillismo genera una especie de efecto especular que mirando hacia atrás busca en la historia un aparato simbólico para proyectar hacia adelante un futuro acorde con lo que “fuimos” y así inventar para la historia, aun no contada, los hechos de un personaje digno de los que alguna vez fueron, pero que en él seguirán siendo. Ese efecto especular de la historia de los caudillos, que hoy gobiernan las antiguas provincias de la nueva granada, sirve para recordar una descripción decimonónica del personaje literario que ellos encarnan : “Hombre político, sagaz, diplomático, enérgico (…) algo teatral y algo jactancioso en su porte y en sus mismas costumbres, pero conocedor profundo del pueblo que mandaba, era el único capaz de someter y hacer temblar a aquel pueblo pendenciero y alborotador, incorregible y medio loco” (Miguel Pardo, Todo un pueblo, 1899) Creo que esta es la dirección hacia la que deberíamos orientar la historia no sucedida del próximo bicentenario: las intenciones de perpetuarse del histórico, pero vigente, caudillismo latinoamericano.

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