24/10/10

Sin tetas no hay bicentenario

“¡Miserable pueblo! yo os compadezco; algún día tendréis más dignidad” Apolonia, también llamada Policarpa Salavarrieta

Un buen mártir, si han existido los malos o los mediocres, se sabe traicionado por el conteo de unas monedas o en nombre del connatural terror a la muerte de sus renegados fieles. En el cadalso los condenados blasfeman, lloran o dejan feroces sentencias que el traidor más cercano transcribe en una crónica. Esto último lo hizo el criollo José Hilario López que fue indultado en Popayán, a ruegos pagados por su familia, un poco antes de asumir las funciones de guardián en los calabozos del Rosario. Mazmorras en las que una joven republicana veló su última noche en la Santa fe reconquistada por las tropas del Borbón.

La leyenda dice que la joven Apolonia era costurera, destilaba aguardientes, rezaba en el convento de los agustinos por Antonio Nariño y reclutaba soldadesca para los rebeldes de los llanos. De oídas supo de las cabezas cortadas a los comuneros, del fusilamiento de Camilo Torres, de las batallas perdidas y de otras barbaries de la pacificación en el Nuevo Reino de Granada. Cualquier nostálgico de las gestas por la libertad ha sabido del entusiasmo contagioso de una joven que luchaba por la soberanía de un pueblo indolente y redomado.

La figura femenina del gorro frigio que levanta las banderas de la república sobre una colina de cadáveres es el vástago moderno de lo que ahora nuestra ignorancia nos ha condenado a olvidar por imposible e insoportable: la revolución. Apolonia es la protagonista de nuestro espurio Delacroix, consecuencia del mísero cálculo de los aniversarios patrios. Ahora resulta que la inventada independencia tiene una edad y que la ausente libertad ha cumplido años, lo que nos obliga a soportar el melodramático recuento de un universo paralelo en el que napoleoncitos cojitrancos y enruanaos soñaron a caballo con la historia.

Entre las vergonzosas invenciones del heroico pasado está la de una malograda Apolonia de tetas asiliconadas con la forma de dos medios cocos y unos abdominales de peso welter. Esta imagen es una secuela de la estampa de la Pola que adornaba los sellos de correo, la cara de las monedas y los inútiles billetes de dos y diez mil pesos. La Pola de ojos vendados abandonada a la suerte de los mosquetes, la criollita de oleosos bucles y hombros desnudos se convierte en una estupenda jacorra de botas altas e imposición de top-less; su dureza glandular me recuerda a la compañera de Mazinger Z y aquellos agresivos torpedos recargables.

A esta nueva Apolonia, pagada por el marketing de cuerpos que gobierna el gusto biológico del chimpancé digital, le acompaña un monólogo contrahecho e incoherente. Unas cuantas frasesitas machaconas que insultan la visceral espera de la heroína por la muerte. El autor de los pensamientos policarpos, pre-cadalso, ha ganado un premio Rómulo Gallegos (Rómulo, por favor, no se levante de la tumba para conocer las mierdas que se escriben en su nombre por tres pesos).

No es deber de ese espantajo literario contar la historia del fracaso libertador, ni salmodiar la valentía de los ancestros republicanos, menos cuando se trata de la coletilla erótica a las fotos de una jamelga de paso fino. Tampoco debería ser un efecto colateral que esta simulación rellene la baba ingrávida de los primates-suscriptores, afiliados a su exclusivo club de tetas.

Si la intención era divertir (quizá esparcir), no lo hace; si quería revelar el lado erótico de las luchas revolucionarias es una bazofia; si quería relatar los casi-polvos de la heroína rezuma un onanismo pavoroso acorde al de un obeso cincuentón a decadencia con sus papeles (¿o lo ha escrito un(a) ferviente e inútil discípulo(a)?).

Para empezar el final es incomprensible, porque es una construcción gramatical errónea. Que alguien me explique cómo un escritor premiado no sabe escribir una frase coherente (¿tendría prisa?):

La muerte hará que sea aún más bella, antes de que no sea cierto.

¿Qué no es cierto que haya sido, era, es, o será bella antes, después o en el momento de morir? Este jueguito de palabras, a vueltas con Borges -como siempre entre las jóvenes promesas de la literatura latinoamericana- se repite en este ejercicio de lencería:

Bordando mis calzones soñé que era mil mujeres a la vez, y soñé que todas las de esta nación…

Las paradojas temporales y la mujer que es todas las mujeres es un obvio lugar común de…léase: escritor argentino enterrado cerca de un lago. A pesar de todo el asunto bragas continúa:

Mi hermoso Alejo y yo íbamos a casarnos y me pasaba las noches bordando mi ropa interior, un modo de preparar y engalanar el teatro de mi cuerpo…

La aguja que hila se transforma en un catalejo de visiones proféticas que le augura a la nación un futuro colmado de untuosos catres :

Mi catalejo de siglos me muestra allá lejos, donde están ustedes, una Colombia de jovencitas de mi edad, e incluso menores, despatarradas en camas de moteles después de fornicaciones múltiples…

Frases rematadas en un clímax de suspense que ayuda a aguantar la risa, sobre todo ante los efectos sonoros de la parca:

Llega la muerte, ya la escucho venir, oigo sus pisadas, zac, zac, parece que titubea, se detiene un instante a pensar.

Por último asoma la hipótesis de la virgen rebelde que nos lanza a una posteridad de putanas viciosas (¡viva la independencia! aúllan los mandriles). Remata Gamboa con esta categoría martirial digna de una heroína y estalla, por fin, la vena altiplano-católica de la moral criolla, un salto espiritual de las costumbres coloniales a la lúbrica obscenidad republicana:

…y mientras hundía la aguja en la tela y terminaba una flor, pensaba obsesivamente en mi desfloración, ¿qué voy a sentir?, ¿seré feliz?, ¿será cierto que veré acercarse una estrella distante y esquiva?

Esa es la conclusión de esta parrafada de ignorancia. Si la intención no es didáctica, por favor, Gamboa, no sume más estupidez a las deficientes luces de los embotados lectores. Mejor, disfrute del bicentenario a contemplar las fotos de la Apolonia que sus editores parieron a la medida de su endeble escritura, apta para el pueblo indolente que alguna vez vio morir a otra Pola traicionada y hermosa.

Dignidad nos sigue faltando Apolonia, en este aciago amaneramiento de la historia fruto de la cirugía estética y la cosmética literaria.

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