2/3/10

¡EL REY HA MUERTO, VIVA EL REY¡


The time is out of joint; O cursed spite,
That ever I was born to set it right!

Hamlet, I.5


El título representa un estado emocional, casi tiranicida. Aquel sentimiento de euforia que ha conseguido sustituir a los demás estados, el de opinión y el otro. La cita de Hamlet atempera los corazones para decirnos que a veces alguien debe hacer el trabajo que otros, por ineptitud o abandono, no pueden realizar. Esta es la ambigüedad de la sucesión política en la que se olvida a la persona para conservar la institución, lo que sucedió hasta cierto punto con la muerte de Enrique IV. En otro sitio, ha ocurrido algo similar: se ha montado todo un circo electorero después de aquella obra de “sabiduría democrática” que ejecutó la Corte por el “bien” de la nación, a pesar de su evidente pasividad y su incomprensible predilección por el inquilino de palacio.
Entre las mayorías, la persona sigue importando más que la institución, para los sucesores, y su buena prensa, la institución está primero, por eso algunos lloran al rey y los demás vitorean a la corona, porque esperan un turno para lucirla. En algunas comunidades el rey no gobierna, tan sólo estabiliza, arregla la situación, especialmente cuando muere, recordemos a Edipo. Si Girard tiene razón, el poder devora a los reyes en un gran sacrificio colectivo en el que se olvidan los males del pasado y se da la bienvenida a un venturoso porvenir, lo que sucede porque la “víctima propiciatoria” encarna al mismo tiempo el bien y el mal. Recordemos al hugonote Enrique IV que firmó un tratado paz, porque una misa en París bien valía la pena, tanto como el conflicto religioso que siguió a su muerte y dio la bienvenida a la modernidad.
La vida colectiva es ante todo un deseo de semejanza con el poder -mezcla de bien/mal- y con las personas que lo representan, nos queremos parecer a todo aquello para sobrevivir, diría un evolucionista; Girard diría otro tanto: el deseo de semejanza con el poder destruye sus referentes, lo que garantiza que nuestro deseo continúe y se multiplique en otras figuras, aquellas que nos auguran seguridad y un futuro mejor. Sin embargo, la trampa de la sucesión y del cambio político es que nada cambia, porque las jerarquías de poder se mantienen iguales, lo que acrecienta, aún más, el deseo colectivo. De qué sirve una Corte de última instancia que prohíbe la reelección, cuando las cámaras que legislan en primera instancia son reelegidas sin ningún límite. De qué sirve la marcha de uno, si el otro tiene que mantener la misma “seguridad democrática”, el mismo reparto de contratos por el obvio pago de favores durante la campaña, y además es un protegido del mismo grupo de información que tanto defendió al que se va.
Hasta que punto nuestro deseo de semejanza con referentes de poder nos engaña y creemos que después de la sustitución todo va a seguir mejor; por qué la esperanza sigue a la fiesta cuando los hechos demuestran que no hay nada que celebrar y que la esperanza no tiene ningún papel en la maquina deseante que tritura nuestras conciencias. Una maquina representada, en la realidad, por otras figuras de poder que no participan de ninguna institución (sin tetas no hay paraíso o el cartel de los sapos). La realidad es que un narco-para-guerrillo que se ha cambiado de bando cada vez que le da la gana es una referencia de poder más vigente que un mandatario. Es una lastima que la siguiente reelección del congreso sea tan poco tratada, en medio de esta euforia, igual que la reelección de la seguridad democrática, del conflicto permanente, de la pobreza y de nuestro deseo ciego por parecer muy poderosos !QUE VIVA EL REY¡
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