6/7/10

¿Qué es el fútbol?

“En una siesta de un frío mes de junio del año treinta y pico, Georgie (J. L. Borges), yo y otros intelectuales decidimos enfrentarnos a unos cuchilleros de Boedo. Y Georgie menudito como era, tenía un despliegue como N° 8, que impresionaba. Bioy Casares, por ese entonces un hábil centrodelantero nuestro, lo apodaba El Pulpo. Con una gran actuación de nuestro arquero, Bustos Domecq, el primer tiempo concluyó sin que se abriera el marcador” Licenciado Harold Macoco Salomón

Puede leerse con redundancia, y cierto sarcasmo, que las selecciones de un mundial son el espejo -en onceno prismático- de las naciones que representan. Algunos amurados cronistas suponen, con iluminada certeza, que la historia o el carácter de un país se refleja en los resultados de los partidos. Existen verdaderos lujos especulativos que detectan el genio de un pueblo en el desorden táctico de un equipo, en el individualismo o la cooperación de los jugadores, en la injustificada entrega a la derrota -o la victoria- que le ha tocado compartir a un grupo de personas que por azar lleva una misma camiseta y tararean una misma tonadilla patria.
El divertimento de estos abusos de la gramática, y del sentido común, proviene de una idea obsoleta en los tiempos del marketing deportivo global: la identificación de un país con un equipo. Para infortunio de las hinchadas regionales, y los escrutadores de identidades nacionales, la mayoría de los jugadores que saltan al campo pueden tener más de un pasaporte, poseer una indefinida dirección fiscal -por aquello de los impuestos- y servir de reclamo publicitario para marcas globales que la mayoría de sus fieles compatriotas adquieren en una reproducible y pasajera versión china. Algunos de ellos fueron reclutados por ojeadores de grandes equipos con poco más de doce años y han vivido más de la mitad de su vida en otro país. Están agradecidos con una identidad empresarial difusa que les ha rescatado del fango, aunque lleven la camisa de un país que suelen visitar un par de veces al año.
En el comienzo fueron el balón y las relaciones comerciales, antes de que el balón se convirtiera por sí mismo en comercio y en motivo de las relaciones transnacionales. La burguesía de las excolonias a mediados del siglo XIX jugaba al fútbol, porque deseaba parecerse a los flemáticos y aburridos delegados de las empresas británicas de ultramar. La imitación obligaba a practicar un deporte que retrataba la simpatía de los negocios, el esnobismo criollo y el buen hacer de los deportes civilizados. Un día el balón saltó las balizas de los clubes mercantiles para ser jugado por obreros, porteadores o vagabundos y antes que universidades, hospitales o carreteras, en Latinoamérica ya se habían construido los estadios de fútbol más grandes del planeta: el Centenario, el campo de River y el Maracana.
La imitación de la flema comercial inglesa ha sido sustituida por otro modelo: la proyección publicitaria y mediática del jugador, un ser todopoderoso que consume a placer cualquier cosa y que además puede sacrificarse, de un modo un tanto heroico, en nombre de las banderas de sus padres. A esto se une la universalidad del juego, lo que supera cualquier limite cultural o político. Los musulmanes pueden detestar la forma de vida occidental, pero aman al Barcelona o al Arsenal; Corea del Norte tiene, además de la bomba atómica, un equipo de fútbol.
En este escenario es crucial la transmisión de los iconos mediáticos: Ronaldo(s), KK’s, Drogba, Eto'o. La FIFA cosecha los beneficios de la comunicación de masas en los contenidos de cada segundo de transmisión global y en la pauta comercial de cada espacio real, informativo y virtual que rodea al campeonato del mundo. A esto se añade que cada federación hace lo propio con las ligas de fútbol en las que participan aquellos díscolos propietarios de equipos: los millonarios rusos y los jeques de la Premier Ligue en Inglaterra, los políticos corruptos de la Liga Norte en Italia, los constructores y contratistas del Estado en España, o las multinacionales en Argentina y Brasil. De estos equipos salen los jugadores que elevan el furor patrio de las naciones, animado de forma selectiva por décadas de expectativas publicitarias e “historia mundialista”.
Borges tachó de “estupidez” al fútbol, lo que también es un abuso gramatical, porque no se aproxima en nada a las enormes implicaciones de esta ambigua actividad deportiva. Quizá, este desprecio le llevo a dictar una conferencia sobre la inmortalidad el mismo día que debutaba el equipo argentino en el mundial del 78. En aquellos días yo no conocía las sentencias de Borges, pero si el disparo de Luque, los saques de banda de Tarantini, la defensa al hombre de Pasarela, la contundencia del 'Matador' Kempes, la fruición de Menotti cuando se fumaba un pitillo y la sombría estampa de Videla custodiando la primera copa del mundo para un país torturado. Un dictador escondido atrás de una copa del mundo, esto más que estúpido me parece asqueroso…pero así es el fútbol.
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