
“Colombia para la literatura es un país fantástico, no hay otro igual. En medio de su dolor y su tragedia Colombia es alucinante, deslumbrante, única. Por ello existo, por ella soy escritor. Porque Colombia con sus ambiciones, con sus ilusiones, con sus sueños, con sus locuras, con sus desmesuras me encendió el alma y me empujó a escribir.”
Fernando Vallejo, El monstruo bicéfalo, discurso de 1998 en Número 20
El titular dice que el novelista renuncia a la nacionalidad colombiana porque su país es “el más asesino de la tierra” y además acabó con sus “sueños de cineasta”. Afirma que llevar esta infausta nacionalidad lo llevó a la calle, le cubrió con periódicos en las noches frías y le granjeó unos cuantos perros como únicos amigos. Si vallejito no lo dice, no me entero que hemos perdido al Fellini criollo o que existe un país en el mundo más asesino que el de Bush y sus legiones.
En México es muy conocida la naturalización de Vallejo, allá no es noticia porque personajes más célebres como Buñuel, Breton, Lowry o el Che han pasado sus buenas temporadas allí. Es cierto que lo mejor de la literatura colombiana se ha escrito entre guadalupanos, pero hasta hoy no fue necesario hacer un escándalo en la prensa para agradecer la hospitalidad mexicana.
A vallejito le gusta llamar la atención, escribe un comunicado grimoso, insulta a destiempo a los no-editores de su libro sobre Barba Jacob que seguro no lloró tanto como su biógrafo, y nos deleita con su pataleo. Vallejito ataca a una entidad abstracta ‘el país al que renunció’, pero qué país es este: el de sus juergas con jovencitos por Medellín, el de los curas endomingados tan amigos de su familia o el de sus compañeros de colegio ahora dueños del gran latifundio paisa que empieza en la plaza de Bolivar.
Vallejito renuncia a lo que tanto le duele aceptar, entre otras cosas que todas sus novelas son sobre el país que odia, que no se ha perdido cineasta alguno, y que el hecho de ser biólogo no le ha servido para nada.
En México es muy conocida la naturalización de Vallejo, allá no es noticia porque personajes más célebres como Buñuel, Breton, Lowry o el Che han pasado sus buenas temporadas allí. Es cierto que lo mejor de la literatura colombiana se ha escrito entre guadalupanos, pero hasta hoy no fue necesario hacer un escándalo en la prensa para agradecer la hospitalidad mexicana.
A vallejito le gusta llamar la atención, escribe un comunicado grimoso, insulta a destiempo a los no-editores de su libro sobre Barba Jacob que seguro no lloró tanto como su biógrafo, y nos deleita con su pataleo. Vallejito ataca a una entidad abstracta ‘el país al que renunció’, pero qué país es este: el de sus juergas con jovencitos por Medellín, el de los curas endomingados tan amigos de su familia o el de sus compañeros de colegio ahora dueños del gran latifundio paisa que empieza en la plaza de Bolivar.
Vallejito renuncia a lo que tanto le duele aceptar, entre otras cosas que todas sus novelas son sobre el país que odia, que no se ha perdido cineasta alguno, y que el hecho de ser biólogo no le ha servido para nada.