17/8/12
PELANDO LA CEBOLLA: INSTRUCCIONES PARA LLORAR AL PADRE DE NUESTROS TRISTES TRÓPICOS
27/5/12
El exorcismo de la historia (o el publirreportaje de la amnesia)
9/5/12
Huyendo de las putas y con suerte del puto país en el que nació

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20/3/12
EL PAPEL HIGIENICO DE LA GUERRA O LA PAZ POR CORRESPONDENCIA
“Ante tan sombría perspectiva creemos que sólo la audacia política, que no identificamos con inopinada temeridad, puede abrir caminos inéditos para la reconciliación”. Firman los intelectuales.
En el país en que el avispado se come al bobo tres veces al día -y repite por educación- la intelligentsia criolla ha decidido entregarse a la superchería epistolar. En una pareja de elegantes cartas reconoce que el brazo estatal de los señores de la guerra está ganando la contienda, mientras pide a los guerrilleros que reflexionen a partir de este incomprensible galimatías:
La “Obra Revolucionaria” pierde su vigencia histórica cuando las condiciones políticas que la propician no existen o desaparecen, así prevalezcan condiciones económicas y sociales que aparentemente la justifiquen.
A este pasaje le rodean expresiones igual de confusas pero tan elocuentes como: “arriar la bandera de la reconciliación”, “audacia política”, “inopinada temeridad”, “retórica belicista y la excitación a la revancha”, “el objetivo nacional a la vez más incluyente y exaltante”, “su continuidad es una realidad que pisa los umbrales de la desesperanza, “la ‘inevitabilidad’ de la guerra”; “conciliación con pérdidas razonables”; “Los juegos del poder se balancean”, etc.
El desafortunado acertijo intenta contarnos en tres líneas la historia y desenlace de un conflicto que ha conseguido, con no poco esfuerzo y dolor, cruzar las fronteras de dos siglos. El supuesto de esta correspondencia es que hubo, alguna vez, ciertas condiciones socio-políticas que desataron el conflicto, circunstancias que han “desaparecido”, dicen los académicos, a lo que debe seguir un proceso de reconciliación.
Ignora la intelligentsia criolla que el conflicto se ha transformado en los últimos 30 años. Las fuerzas antes enfrentadas se alían en un próspero negocio de mercenarios que de uno y otro bando venden sus servicios al mejor postor. Lo que en el principio fue un juego de piezas blancas y negras se transformó en una neblinosa partida de pequeños grupos sin ganadores ni perdedores, pero con muchos muertos y desplazados. Señores de la guerra fragmentados en paraestados mínimos que se rigen por las normas de optimización de las ganancias sin importar insignias, banderas o acrónimos ideológicos. Estos señores tienen representación en los partidos políticos y en las instituciones públicas, también en los ejércitos que juegan al despiste en las selvas. Sin embargo, no están en la carta de los académicos. Los señores de la guerra consiguieron erigir a su propio autócrata en los dos mandatos anteriores, gracias a una jerga patriotera que periódicos de circulación nacional y la TV difundieron como el “fin-del-fin” del conflicto (y el del-fín llegó por supuesto). La escenificación de la paz, centro de los ruegos de estas cartas, es un mero teatro en el que dos guignoles pretenden resolver un conflicto que no está en sus manos. A pesar de los hechos, la intelligentsia clama a los cielos por un escenario de conversaciones, mientras la PAZ-REAL tiene un precio en el mercado de los señores de la guerra que ya negocian sus cuantiosos dividendos.
La historia y desenlace del conflicto podría resumirse mejor de otra manera:
En una lejana ex-colonia una serie de guerras civiles entre desposeídos, usurpadores y cachiporros se encadenaban una con la otra. Los primeros descalzos, analfabetos y a veces comunistas. Los segundos terratenientes, ricos, y siempre autoritarios. Los terceros se dividían entre los primeros y los segundos. La paz en los primeros cien años del conflicto no era un tema que preocupara a las partes, al contrario solían intercambiarse mensajes por medio de los cortes que con gran destreza un carnicero realizaba en los cadáveres del enemigo: la corbata, el fumador, el hablador, la cabeza sin jinete. El primer alto al fuego del que se tiene noticia acabó en tiroteo, no hubo sobrevivientes entre los invitados del otro lado de la mesa. En el último todo quedó como estaba. Los fusilamientos, masacres y asesinatos eran historias de nunca acabar, hasta que apareció el Vate nacional, un semidiós del lenguaje, que nos contaba aquellos duelos de sangre en un género literario que se inventó especialmente para sus novelas: magic realism. Los coroneles, capitanes y la tropa rasa, deprimidos por la muerte, la desolación y el sufrimiento se transformaron en imaginarias sombras del virulento transcurrir de la historia. Este dignísimo fabulador llevaba siempre en el bolsillo, por precaución, su pasaporte y un billete para Mexico D.F.; aun tiene muchos amigos por allí. Los señores de la guerra nunca estaban solos, algunos leían Mein Kampf, jugaban al golf o vivían en Suiza. Hasta que una riqueza emergente empezó a subsidiar la política nacional en las postrimerías del siglo XX, lo que también ensanchó los dominios del ejército irregular que se oponía al estado. El dinero brotaba de las selvas empacado en enormes sacos de esparto que las fuerzas de seguridad acarreaban con docilidad y gastaban con locura, mientras compartían garito con el enemigo que también se iba de parranda. En medio de la música, el trago y las reinitas ¿P'qué paz? Fin-delfín
20/1/12
Carta a un animalista

Apreciado
Amigo,
He leído con atención sus argumentos en contra de la lidia de toros bravos. Me parecen muy respetables y sin duda enriquecen un debate reducido -por los parciales de la tauromaquia- a la tradición cultural, el arte y el gozo estético. No se tienen en cuenta los aspectos morales de infringir violencia y causar dolor a un animal o contemplar aquel “espectáculo” con un cierto “placer” (lo que usted eleva a patología apoyado en algunos recursos bibliográficos).
Quisiera mostrarle que la "moralidad" acerca de los actos violentos contra las demás criaturas de la naturaleza (animales y vegetales) tiene una larga historia, una genealogía que los animalistas ignoran igual que los seres a los que anhelan proteger. Lo digo por la reproducción que ahora se ve en Latinoamérica de las protestas en defensa de los derechos animales y en contra de la segregación de las especies -herederas de un pasado reciente- que están muy de moda en la península. Estos movimientos tienen, en cambio, unos móviles políticos muy bien administrados en contra del “hispanismo” y del barbarismo que la cultura anglosajona -o centroeuropea- achaca a los pueblos mediterráneos.
Este debate es muy complejo, porque también cabe preguntarse desde qué contexto ideológico y con qué tipo de identidad moral se juzga a la tauromaquia. Acaso un gobernante que se dice progresista no quiere corroborar su programa político con estos juicios morales hacia la fiesta brava, lo que convierte sus palabras en una agitada exhibición ideológica.
Sin duda, este es un problema externo al debate, porque lo cierto es que los juicios morales hacia la crueldad animal o los actos violentos contra la naturaleza parten del uso de unos términos y la determinación de unos significados que buscan la "humanización" de todas las criaturas. Usted en su artículo habla por el toro sacrificado y los toros a lidiar que no pueden defenderse. Ellos carecen del lenguaje, del discurso moral y del contexto "humanitario" para alegar la inmoralidad de la fiesta en la que participan (muy a su pesar diría usted).
La antigua costumbre de dar voz humana y carácter moralizante a las criaturas de la naturaleza es motivo de un bello relato que proviene de la tradición musulmana (extrañamente afiliada a la violencia en los tiempos que corren). El texto del que hablo da voz a los animales y ellos nos cuentan cómo la violencia en la naturaleza obedece a la violencia que el hombre ha ejercido en su contra. En términos rigurosos habría que hacer un juicio moral al proceso de domesticación de las especies animales y al sacrificio de sus especímenes para el consumo humano en todas sus facetas (trabajo, carnes, pieles, combustibles, usos científicos y cosméticos). En suma, la razón moral que usted representa -con tanta soltura- debería juzgar el proceso histórico de la destrucción de la naturaleza que nos ha puesto en nuestra actual situación “civilizada”. Me agradaría que consultara las cifras de sacrificios animales que todos los días -de forma mecanizada- se realizan en el planeta y los kilos de carne que han alimentado a la mentalidad moral que usted dice representar.
El testimonio textual que cito le mostrará que dar voz “humana” a las criaturas para que ellas hablen al hombre de virtudes, violencia, crueldad y vicio, proviene de la fe en la bienaventuranza divina de la que disfruta la naturaleza. Siento decirle que su moralidad antes que filosófica es halagadoramente religiosa y posiciona a la razón moral en la cúspide del juicio que nuestra "especie depredadora" (también en la cima de la cadena alimentaria) puede hacer de cualquier comportamiento violento. Usted no podría hablar de inmoralidad sin la presunción de una moral "inherente" a la naturaleza. Sus juicios no dejan de ser la expresión del sofisticado escrúpulo de unos carnívoros "cultos" que odian ver la sangre y el dolor, aunque puedan deleitarse con un enorme filete, papas y cerveza.
Para corroborar sus argumentos deberíamos dejar de ingerir la carne de animales sacrificados, rechazar vestir con pieles y no montar a caballo...y otras interdicciones más; las que me recuerdan las prohibiciones de los maniqueos (del siglo IV D.C) que no podían arrancar una manzana del árbol, ya que esto implicaba ejercer el mal hacia la bondadosa vida de la naturaleza.
Espero que disfrute del texto que le envío y le dé más argumentos para acompañar a los progresistas bogotanos en estos debates tan "contemporáneos" y descabelladamente "postmodernos". Intercambio de ideas que ocurre dentro de una sociedad en la que junto al consumo carnívoro se alaba el “canibalismo social” como forma de poder territorial y político a espaldas del nada patriótico derecho humanitario.
Un cordial saludo
El original árabe de 'La disputa del asno contra fray Anselmo Turmeda', estudio y traducción Miguel Asín Palacios pp. 1-51, Revista de Filología Española, 1914.