"En Mediocristán (1), me resulta doloroso
reconocer, abundan los idiotas convencidos de que viven en otro país, cuando no
en otro planeta (...) El Pasado es el país del que nunca te has
ido, el país en el que siempre estás de vuelta.", Luis Noriega
Si de algo ha servido la diáspora colombiana
de los noventa es para consolidar una elegíaca repetición de algunos recursos
literarios, mil veces deglutidos, y a veces abusados por otras sagas de
escritores. Los prosistas criollos han descubierto las recetas para acumular
líneas en un papel dictadas por el mercado editorial anglosajón, ahora
popularizadas por los editores peninsulares. Por ejemplo, la reconstrucción individual
de hechos documentados por la prensa y el obvio malestar colectivo; la reconstrucción histórica, o metatextual, de
hechos que todo el mundo ignora (véase el bicentenario o la vida de Cuervo); y
la reflexión autocomplaciente matizada con sabiduría literario-filosófica de las
anodinas desventuras del outsider -en
este caso un expatriado latinoamericano-, enterrado en un fondo sin fondo aunque
satisfecho y follador.
Este asuntillo viene del peruanito Romaña
o de los porteñitos melancólicos fumando soledad en una buhardilla del barrio
latino. Aquellos personajes ya protagonizaron los necesarios reencuentros con la
parentela de la tierrita y sus disparatadas exigencias locales, las medianías de
la patria por las que la historia y la inteligencia han pasado de largo, así
como los estereotipos burlones de los compatriotas vistos por un desarraigado (colombianito
en este caso) que sabe hilvanar tres frases consecutivas con dos whiskies en la
cabeza. He leído uno de esos artefactos literarios y
he disfrutado mucho con todas esas formulitas “precocidas” por la teoría
literaria, fruto de una lectura selectiva de Borges, Bellow, Roth, Foster
Wallace, o Proust, adobadas por los dañinos protocolos de Granta y New Yorker. Con este cóctel inyectado a vena los escritores de la diáspora pretenden
reivindicar nuestra escasa sensibilidad literaria, la poca que se ha salvado del
consumo masivo de los productos digitales que obnubilan nuestra imaginación.
La historia que leí, destripada en 52
apartados, microcapítulos, acápites, o lo que sean, trata de un personaje de
mediana edad al que le sorprende el derrotero biológico de la reproducción, ese
que ve en el paso de las generaciones un cómodo sin sentido al que a veces
llama “certeza”, otras “fracaso”, a veces “onania”. El personaje en cuestión tiene que
volver a la “ciudad bonita” en la que creció, después de años de ausencia y las
tácitas exigencias de una vida adulta que no llega…forever young y tal. Su
entorno está encabezado -como no- por una mujer, Carmen, que la chupa y ejerce
una extorsión reproductiva con esta muestra de cariño. Siguen el padre
con una novieta de 30 años y un recién nacido en casa, una madre…como son todas
las madres; y los compañeros de PROM, una escena muy facebook, típica de otras
novelas y de películas muy vistas. Igual nos pica la curiosidad y queremos
saber cuáles son los muertos que habitan aquel cementerio de recuerdos. El
esquema de capitulillos numerados, lo que también podría ser una secuencia con
separaciones a doble espacio o con divisiones estrelladas tipo ********, es:
1-14. El sin sentido de la sucesión
generacional y sus esfuerzos inútiles por levantar la cabeza.
14-21. De hijos ajenos y condones propios.
22. Abortada reflexión sobre la mierda y la
moneda, así como el velado imperativo biológico que todos los días nos lleva al
baño.
23-37. La vuelta a casa…
38-40. Las putas y la huida.
41-43 El incidente.
44. Parábola: nadie escapa del imperativo
biológico de la reproducción o cómo el individuo pasa de manada en manada. No
hay escapatoria.
45-50. Las generaciones dialogan a lo sordo.
51-52. El capullo bucea desnudo.
Debo reconocer que a partir del acápite 27
encendí el lector automático. Un método para detenerme en los
pasajes más interesantes como las simpatías del autor por el culo de Carmen, la
escasa libido que muestra ante su cuerpo acariciado por el sol bumangues, el
recurso a Messi y al bueno de Joan Gaspar, que no ganó una sola copa con
Rivaldo y los 40 goles que metía por temporada, y otros de esos detalles
trascendentales en la narración.
El capitulillo 48 es lo único que vale la
pena de este cuento, destripado en 52 apartes: las putas. Haber empezado por
ahí. Servido de un epílogo de Flaubert, el autor nos quiere insinuar que las
putas meten miedo, obligando a su tierno escepticismo a refugiarse en un Hot
Dog, una vulgar salchicha. No creo en los signos fálicos, ni en la proyección
del deseo y otras majaderías. Freud es un cosmólogo, así que los órganos y los
sueños son sólo la representación de unas cuantas fuerzas elementales. Paro
aquí y sigo con la huída de las putas.
Nuestro personaje huye de las putas como de
su paisito y de los chantajes bucales de Carmen. Colombia es un burdel y por lo
tanto el autor nos revela la crudísima, aunque metafórica, realidad: somos los hijos
de las trabajadoras sexuales que desempeñan sus funciones en él. Esto no encaja con el temor a la
reproducción, porque en los Burdeles salvo accidentes no se va a procrear. Esto
lo resuelve Carmen que pide una inseminación abundante fuera de sus labios y
que al final debe conformarse con el impase que el desarraigado nos describe así: Doña Polla está buceando sin traje de
neopreno.
¿52 lo que sean para terminar en esta frase?
Por una cábala o aritmética que nos es desconocida el autor nos ofrece un
chascarrillo de surfista digno de toda la teoría que la academia le
metió por donde pudo, o ¿será la ambición de sobresalir entre los dedos de
Granta? Quizá es la licencia que empezó con el escritor de la Pantera
Rosa y la masturbación de Batman, una obra indispensable de la literatura
colombiana actual. El caso es que como dice el bueno de Vargas Llosa en un
libro trop marxista: hasta la literatura tiene que dar espectáculo, incluido él.
El violinista de Tolstoi, la familia de
comerciantes de Mann, el médico de Chejov, las heroínas de Turgueniev, el gato
de Bulgakov, el perezoso de Goncharov, la Condesa de Guermantes, Shylock...estos personajes
bellos en su contradicción, ligeros en su sabiduría, desaprensivos en sus actos nos
aburren en el siglo XXI; en contra de lo que dice Bloom. Ahora viene el
colombianito outsider que se preocupa por decir polla, joder y coche, el
escritor que habla sin vergüenzas del Barça, comedia americana y otras
pelotudeces que se cruzan por el televisor. Alguien que contemporiza para desaburrir con su parrafada en serie numérica y unas cuantas -¡muchas!- pajas generacionales.
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1. Mediocristán es una visión del mundo sin
excepciones, impermeable a lo singular, con variaciones estadísticas
aparentemente estables. Un experimento mental propuesto en "El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable" escrito por Nassim Nicholas Taleb. Este libro expone con diversos ejemplos cómo se subestiman los efectos de un evento particular que "en apariencia" no afecta al conjunto de los hechos y desenmascara la falacia de lo previsible. La categoría opuesta es "extremistán" en el que cualquier hecho singular impacta al conjunto, lo que es susceptible de identificarse con nuestro entorno: tiranía de lo accidental y lo azaroso, primacía de lo singular, emergencia de radicales como ganadores y perdedores. Estas dos categorías sirven para mostrar y transformar en palabras de Taleb: "El hiperconservadurismo frente a las cosas que no entendemos y que no podemos predecir. Por ejemplo, el medio ambiente. No creo que Al Gore pueda entender un sistema tan complejo y anunciar qué va a pasar con el planeta, pero sí creo que deberíamos reducir la cantidad de autos y dejar al planeta lo más tranquilo posible. Ante la duda, hay que hacer lo mismo que la humanidad ha estado haciendo desde siempre: hasta las manadas de elefantes siempre llevan consigo a un elefante viejo, porque pueden recordar. Y, por otro lado, ser hiperescépticos. La mayor parte del pensamiento, en particular desde el Iluminismo, se ha enfocado en cómo transformar conocimiento en decisiones. A mí me interesa cómo transformar la falta de conocimiento, la falta de comprensión, en decisiones".
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