20/2/09

Máximas Vulgares


Decía Greenspam un pianista que ejerció alguna vez de director de la Reserva Federal que el acicate de la crisis financiera que ha desatado la recesión global fue la “avaricia”: todos querían ganar más y en efecto sólo ganaron unos cuantos. Confió el viejo banquero que el mismo mercado, aquella indispensable mano invisible, corregiría el deseo inagotable que tenían algunos de ganar más vendiendo y comprando “pajaritos en el aire” por medio planeta. Decía el pianista que el mercado mostraría el fallo y descartaría por sí mismo aquellos productos. Un profesor retirado se ha hecho, más que famoso, por llamar a las cosas por su nombre señalando distracción donde había confianza e inocencia donde sobraba la ignorancia. Era imposible proyectar ganancias sobre el endeudamiento ajeno, resultaba descabellado convertir en un producto financiero la deuda de un sujeto que no podía pagarse ni lo que llevaba puesto. Cuesta creerlo pero así fue, lo que un día podían comprar unos “vaciaos” con dinero ajeno aceitó la economía y fue un título con valor negociable, avalado por auditorias que le auguraban prodigiosas ganancias.
Este buen profesor empezó hace más de un año sus análisis delatando a las autoridades económicas del primer mundo con la sencillez y la claridad de sus reflexiones. Todos le entendían, todos le querían escuchar, mientras jóvenes banqueros de costosa educación en Oxford o Harvard no entendían nada de lo que estaba pasando. No resulta difícil hallar en la reflexión de Greenspan y en la del buen profesor un mismo asunto que hace tiempo un fracasado polemista francés observó en el comportamiento de las sociedades. Las distintas manifestaciones de la existencia colectiva están regidas por sentimientos y sólo aquel que sepa reconducirlos hacía su propio interés conseguirá éxito social. Llevar al buen puerto del interés propio los deseos de grandes colectividades, ese es el objetivo de políticos, banqueros, medios de comunicación, empresarios. Sólo algo de fortuna y la ductilidad que da el conocimiento de los sentimientos ajenos puede hacer a unos cuantos realmente poderosos. Se trata de un juego de fuerzas en que la confianza, la ambición, la envidia, el temor, el orgullo y la avaricia están primero que cualquier ideal. Por eso entre los conceptos fundamentales con los que el pianista y el viejo profesor se explican están: exceso de ambición, ignorancia no admitida, confianza ciega; sentimientos humanos explotados y esclavizados por el interés muy particular de unos cuantos. Aquel polemista francés en su libro “El Arte de medrar” publicado a mediados del siglo XIX ,de manera anónima, le achacaba a unas cuantas presunciones la candidez humana, madre del caos y el desastre colectivo:


Se cree que el mérito es el medio más seguro para ascender.
Se cree que hace falta capacidad para ocupar cargos.
Se tiene la ilusión de que la opinión pública gobierna el mundo.
Se cree que la política consiste en la ciencia de los asuntos de Estado.
Se cree que los hombres públicos tienen fe en lo que dicen desde la tribuna o lo que escriben en sus libros.
Se cree en el progreso indefinido de la humanidad.
El pueblo cree que cuando hace una revolución se beneficiará de ella.
Se cree que para establecer un gobierno basta con hacer una constitución.
Se cree que al mundo lo gobiernan las ideas.
Se cree que los pueblos se corrigen.
Se cree que existen teorías filosóficas o sociales nuevas.
Se cree que llegará el día en que las naciones ya no se harán la guerra.
Se cree que no se puede ser un ignorante y un necio cuando se escribe un libro.
Se cree que los que piden reformas las desean.
Se cree que los que sostienen hoy un gobierno porque es fuerte no serán los primeros en derribarlo si por ventura se tambalea.
(…)Preguntémonos qué sería del orden social si estas vulgaridades no estuvieran en circulación.


Nuestra actual crisis global es tan vulgar como estás máximas.

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