"Mas di, ¿no adoras y aprecias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica;
tal debe tener de especias!
Qué llena está de piñones!"
Una cena, Baltasar de Alcázar
En las postrimerías del lejano siglo veinte debutó un simulacro filosófico, el renegado Jean-Baptiste Botul. Conferencista que visitaba, según su inventor, la “Nueva-Konisberg” paraguaya con el fin de explicar a sus habitantes el punto de inflexión de la metafísica occidental: la sexualidad del solitario Emanuel Kant. Años después de la publicación de estás “pláticas” -tal como son llamadas en la traducción de la UNAM- el dandy más odiado de Francia Bernard-Henry Levy (BHL), fundador -por sí y para sí- de todo un jet-set filosófico, tiene la ocurrencia de citar con pomposa autoridad intelectual apartes de las “pláticas” de Botul. La omnipresencia mediática de BHL obliga a que todos se fijen en este curioso y voluntarioso error: citar, a modo de sesuda reflexión, las enjundiosas especulaciones de un figurante sobre las sabanas blancas de un metafísico célibe, puntual y sedentario. Al día de hoy toda existencia culterana debe aprobar o rechazar las tres líneas en las que BHL citó a Botul, junto al cabello aventolado y tieso del dandy, sus camisas a medio abotonar y esa piel intensamente zanahoria en pleno invierno.
Antes de tropezar con Botul los detractores de BHL conseguían extractar de sus obras errores, malentendidos y confusiones que ni un escolar, de un Liceo cualquiera, conseguiría cometer. Las invectivas aumentan cuando se ve a BHL discutiendo con Zizek en televisión, a máxima audiencia, o cuando presenta, en varias traducciones a la vez, el espantoso intercambio de correos-insultos con Houllebecq. Suponemos que el Dandy tendrá algo que decir además de celebrar la invención de Botul como una primicia, ya que cumple más de 10 años y su autor, Frederic Pages, lo ve como una evidente parodia de la que cualquiera puede percatarse, excepto BHL y los editores de la UNAM que todavía nos deben una edición de su correspondencia.
Me arriesgo a decir que los “botulianos”, como BHL, serán conocidos por la posteridad como los “morcilleros”, pues el apellido Botul proviene de botulus que significa morcilla. Embutidos negros y filosofía coinciden en los diálogos socráticos (Gorgias 463e-466Aa; 518b) que mencionan los productos de la culinaria siciliana. De manera que si de filosofía se trata, también se tratará, sobre todo, de unas buenas morcillas. ¿Acaso BHL no es un morcillero redomado que junta pieles, tocinos y sangre para embutirlos en las tripas de sus libros y sus críticos unos fieles comensales que intentan separar, de entre las sobras, un remedo de pensamiento que se les antoja intragable?
El “morcillero” es aquel actor que al olvidar la letra va improvisando. En filosofía además de una cita culinaria puede representar la invención sarcástica de textos o autores, pero también puede atribuirse al personaje que tragando la morcilla ajena consigue un nuevo embutido, una mezcla indiferenciada de lo que ignora, con lo que copia, todo condimentado con lo que sus secretarios van escribiendo para él sin control alguno. Este es el caso de BHL, un “morcillero” adorado por el intelectualismo comercial, un producto cultural que va medrando en los medios de comunicación franceses. La noble morcilla rebajada a retahíla, un arte que califica los “embutidos” que los intelectuales preparan para domeñar a públicos hambrientos de pensamientos recocidos y jirones de discurso, restos olvidados de ideas que se venden al por mayor: la filosofía-hotdog .
¡Cómo la traidora pica;
tal debe tener de especias!
Qué llena está de piñones!"
Una cena, Baltasar de Alcázar
En las postrimerías del lejano siglo veinte debutó un simulacro filosófico, el renegado Jean-Baptiste Botul. Conferencista que visitaba, según su inventor, la “Nueva-Konisberg” paraguaya con el fin de explicar a sus habitantes el punto de inflexión de la metafísica occidental: la sexualidad del solitario Emanuel Kant. Años después de la publicación de estás “pláticas” -tal como son llamadas en la traducción de la UNAM- el dandy más odiado de Francia Bernard-Henry Levy (BHL), fundador -por sí y para sí- de todo un jet-set filosófico, tiene la ocurrencia de citar con pomposa autoridad intelectual apartes de las “pláticas” de Botul. La omnipresencia mediática de BHL obliga a que todos se fijen en este curioso y voluntarioso error: citar, a modo de sesuda reflexión, las enjundiosas especulaciones de un figurante sobre las sabanas blancas de un metafísico célibe, puntual y sedentario. Al día de hoy toda existencia culterana debe aprobar o rechazar las tres líneas en las que BHL citó a Botul, junto al cabello aventolado y tieso del dandy, sus camisas a medio abotonar y esa piel intensamente zanahoria en pleno invierno.
Antes de tropezar con Botul los detractores de BHL conseguían extractar de sus obras errores, malentendidos y confusiones que ni un escolar, de un Liceo cualquiera, conseguiría cometer. Las invectivas aumentan cuando se ve a BHL discutiendo con Zizek en televisión, a máxima audiencia, o cuando presenta, en varias traducciones a la vez, el espantoso intercambio de correos-insultos con Houllebecq. Suponemos que el Dandy tendrá algo que decir además de celebrar la invención de Botul como una primicia, ya que cumple más de 10 años y su autor, Frederic Pages, lo ve como una evidente parodia de la que cualquiera puede percatarse, excepto BHL y los editores de la UNAM que todavía nos deben una edición de su correspondencia.
Me arriesgo a decir que los “botulianos”, como BHL, serán conocidos por la posteridad como los “morcilleros”, pues el apellido Botul proviene de botulus que significa morcilla. Embutidos negros y filosofía coinciden en los diálogos socráticos (Gorgias 463e-466Aa; 518b) que mencionan los productos de la culinaria siciliana. De manera que si de filosofía se trata, también se tratará, sobre todo, de unas buenas morcillas. ¿Acaso BHL no es un morcillero redomado que junta pieles, tocinos y sangre para embutirlos en las tripas de sus libros y sus críticos unos fieles comensales que intentan separar, de entre las sobras, un remedo de pensamiento que se les antoja intragable?
El “morcillero” es aquel actor que al olvidar la letra va improvisando. En filosofía además de una cita culinaria puede representar la invención sarcástica de textos o autores, pero también puede atribuirse al personaje que tragando la morcilla ajena consigue un nuevo embutido, una mezcla indiferenciada de lo que ignora, con lo que copia, todo condimentado con lo que sus secretarios van escribiendo para él sin control alguno. Este es el caso de BHL, un “morcillero” adorado por el intelectualismo comercial, un producto cultural que va medrando en los medios de comunicación franceses. La noble morcilla rebajada a retahíla, un arte que califica los “embutidos” que los intelectuales preparan para domeñar a públicos hambrientos de pensamientos recocidos y jirones de discurso, restos olvidados de ideas que se venden al por mayor: la filosofía-hotdog .
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