28/4/09

Uribenstein: un puzzle histórico






Alguna vez hice este comentario -ante alguien que deseaba permanecer en el anonimato-: Uribe no es muy diferente de Laureano Gómez. Le decía que ambos habían tenido la capacidad de enardecer el espíritu nacional con unos cuantos “pájaros”, patriotas carniceros con fecha de caducidad desechados después de una frugal alianza. El interlocutor en cuestión me dijo que Uribe era algo más que Gómez y llego a atribuirle una inteligencia desbordante, un ímpetu sobrehumano, además de una retórica que fascinaba a sus partidarios. Le repliqué que Gómez tenía las mismas cualidades no en vano fue capaz de planificar en los años 50 tres décadas de control político del que la modorrienta nación aun no ha conseguido despertar. Quizá las circunstancias históricas quisieron a capricho darle a Gómez un Himmler para sus devociones políticas y a Uribe un torpe vaquero ebrio.
El caso es que la comparación me sirvió para elaborar una idea harto insultante y descompuesta: Uribe puede ser el Frankenstein de la historia política de Colombia, una especie de puzzle de lo más excelso de las bajezas tiránicas nacionales. El ejemplo de Gómez es tan diáfano que Uribe no llegó a prosperar hasta que el hijo de Laureano recordó con su muerte a unos tantos cachiporros anónimos. El reciente escándalo de los hijos del mandatario y el debate mediático resultan banales ante la manipulación institucional y política a la que el huésped de Palacio somete al país. Sin embargo, todo esto no dejan de ser partes inacabadas de la historia nacional: Lleras Restrepo apago la radio para darle las elecciones a Pastrana Borrero; La constituyente del 91 fue un mercadillo constitucional en el que se empeñaron e inventaron derechos fundamentales como “no ser extraditado”; la riqueza de los vitalicios padres de la patria ha salido durante décadas del tesoro público; el falso positivo más flagrante ha sido el Palacio de Justicia en el 85. Con todas estas perlas de la historia política se puede hacer un asqueroso collar para colgárselo al puzzle político que ha resultado de esta cadena de hechos que mezclan corrupción, bajezas de alto funcionariado y ante todo ese chovinismo vocinglero que sólo algún apátrida ha sido capaz de convertir en literatura con párrafos de un resentimiento mordaz -si vallejito, un paso al frente, sos vos-.
El puzzle histórico que ahora gobierna con desaforado apetito se impone en todas las discusiones porque sus contrincantes le llevan en el fondo de su abolengo político. Que puede decirle Gaviria a Uribe, aquel mediocre subproducto de un magnicidio; que puede oponerle Samper y sus cajas de cartón llenas de millones; y el resto de la clase política que se revende al mejor postor como el nieto de nuestro ‘único’ dictador que amasa fortunas propias y ajenas a nombre del MOIR ¿Qué pueden objetarle todos ellos a su gran espejo?
Este aberrante experimento en el que se construye al gobernante ideal con las partes más anodinas de la historia nacional explica mucho la senda del destino patrio que puede prescindir, incluso, de Uribenstein, porque la memorable clase política que ha legislado y constitucionalizado al servicio del saqueo de unos cuantos y la marginación de las mayorías es un mal bicho que parece imposible erradicar. Por eso el rompecabezas de la descalabrada historia nacional tiene hoy aspecto de futuro inevitable e irredento, por lo menos durante una década más.

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