La historia es una oscura broma. Los Borbones que alguna vez se repartieron el mundo, hoy reparten premios deportivos y literarios. Pero, más allá del merito de los premiados y el valor -o descrédito - de los premios están las reacciones de aquellos que jamás recibirán algo parecido a unas ‘reales’ palmaditas en la espalda. Ingrid recibió el premio de los Borbones como alguna vez le tocó a Mutis, a los U’wa, que están en riesgo de extinción, o al Instituto Caro y Cuervo que fue clausurado días después de la ceremonia. La misma suerte puede socorrer a la premiada Ingrid -la ‘Jeanne d’Arc’ criolla- que genera en los provincianos periódicos locales un recelo inmarcesible.
Nunca ha habido alrededor de un premio a la Concordia tanta discordia. Entre los aplausos a la premiada sonaban los disparos de la policía nacional a los indígenas, la negativa del gobierno a aceptar la ley de víctimas; y para completar Uribe levantó el ala de su poncho para que un secuestrado más acrecentara su imagen pública. En el país del premio a la Concordia la discordia es un bien ganancial que multiplica por doquier la muerte, la injusticia y la mentira. Resulta satírico que la palabra Concordia se adjudique a una víctima de la discordia y que sea la discordia el pan de cada día en un país incapaz de reconocer su condición de victimario y responsable locuaz del encubrimiento de su violento acontecer.
La imposible Concordia no representa nada para la realidad nacional, nadie se impacienta, ni pierde los nervios ante la paradójica realidad de las víctimas de la discordia que en su mayoría son tratadas como ‘víctimas de sí mismas’, porque sus victimarios si que merecen premios: jugosas recompensas, convenios de inmunidad y viajes con todo pago. Mientras los premios a la Concordia sean valorados con escepticismo, porque no se ha elegido a la víctima adecuada y la tal señora nos cae mal; la nación seguirá celebrando la discordia y premiará el valor de los victimarios.
Nunca ha habido alrededor de un premio a la Concordia tanta discordia. Entre los aplausos a la premiada sonaban los disparos de la policía nacional a los indígenas, la negativa del gobierno a aceptar la ley de víctimas; y para completar Uribe levantó el ala de su poncho para que un secuestrado más acrecentara su imagen pública. En el país del premio a la Concordia la discordia es un bien ganancial que multiplica por doquier la muerte, la injusticia y la mentira. Resulta satírico que la palabra Concordia se adjudique a una víctima de la discordia y que sea la discordia el pan de cada día en un país incapaz de reconocer su condición de victimario y responsable locuaz del encubrimiento de su violento acontecer.
La imposible Concordia no representa nada para la realidad nacional, nadie se impacienta, ni pierde los nervios ante la paradójica realidad de las víctimas de la discordia que en su mayoría son tratadas como ‘víctimas de sí mismas’, porque sus victimarios si que merecen premios: jugosas recompensas, convenios de inmunidad y viajes con todo pago. Mientras los premios a la Concordia sean valorados con escepticismo, porque no se ha elegido a la víctima adecuada y la tal señora nos cae mal; la nación seguirá celebrando la discordia y premiará el valor de los victimarios.
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