Acabo de pasar las oposiciones 2008 para secundaria. Cualquier opositor novato y otros con más experiencia saben, desde el principio, que no hay ninguna posibilidad; y con esto me refiero a que difícilmente se puede obtener un notable en las pruebas y mucho menos una de las plazas docentes. Todos los honores son para los candidatos de la casa, los interinos. Según la Comisión Europea en este país el 90% de los concursos en educación se resuelven a favor de los candidatos ‘internos’, mientras en otros países esta cifra no supera el 30%. Según la misma Comisión esta es una de las causas de la crisis educativa española, porque la endogamia docente no promueve la innovación en las prácticas educativas y mucho menos la investigación en el aula.
Experimenté aquella ‘costumbre atávica’, por llamarla de alguna forma, el día que tuve la segunda prueba de la oposición. Llegué temprano al lugar con los nervios del caso, un día de julio poco después de la comida. Me senté en una terraza a tomar café. A mi lado un hombre mayor, guión en mano, le dictaba punto por punto a su interlocutora lo que debía decir en su prueba: le reveló las triquiñuelas, entresijos y mañas que un opositor debe mostrar ante el tribunal. Después de veinte minutos de consejos y de muchos ‘no te olvides de…’ se levantó casi temblando, porque había reparado en mi atenta escucha. Arrugó lo mejor que pudo el guión que había dictado y explicado, dirigiendo sus andares con rapidez envidiable calle abajo. Después se lo conté a otro colega que me respondió “¡Y que esperabas chaval!”.
Ese mismo día a los cinco minutos de comenzar mi exposición, observé que el presidente del tribunal roncaba como un bendito. Se trata de un hombre que no llega al 1,60 y que pesa más de 100 kilos. Decidí despertar al durmiente centrando mi exposición, a todo timbal, en el área que le rodeaba. El jurado que estaba a su derecha decidió guardar el sueño de este hombre justo, de manera que al recibir los materiales en los que apoyaba mi exposición se los tiraba al jurado que estaba a su derecha sin mirarlos siquiera, mientras se leía en su melenilla de calvo cincuentón, echada a un lado: “¡Me importa una mierda!”. El jurado que recibía los materiales del guardián de la siesta me pidió al final de la prueba que le regalara los interesantes artilugios que apoyaron mi exposición; él les daría un buen uso en sus clases. No se los dejé, quizá por ello y por despertar al durmiente no obtuve más que un aprobado.
Al mirar con cuidado el cruce de las notas de la oposición con los puntajes previos de los candidatos pude constatar que por una coincidencia inexplicable el 95% de las notas sobresalientes se concentra en el 10% de los opositores: los interinos. En mi especialidad tan sólo el 0,5 % de los opositores novatos y de nivel medio obtuvieron un sobresaliente. En las demás especialidades ocurre la misma situación, las notas sobresalientes y notables están concentradas en un reducido número de candidatos, los de casa. Esta coincidencia del destino garantiza que las plazas docentes queden en manos del 100% de los candidatos internos en detrimento de los opositores de nivel intermedio y de los novatos. Con estas estrategias el gremio docente se protege a sí mismo como lo hace una mafia. No tienen reparo en calificar a los candidatos por la cara y se pasan ‘por ahí’ los principios éticos que rigen la actividad docente. Por un momento debemos detenernos a pensar que los jurados que han calificado de manera arbitraria y gratuita a los candidatos ‘internos’ son los mismos que han educado a nuestros hijos por décadas. Sin embargo, en esta situación lo que menos importa son los estudiantes -las ovejas negras del negocio-, pues se trata de una polémica de larga data entre el gobierno y los sindicatos. El primero no quiere empleados públicos con una ‘pesada’ carga pensional y los segundos quieren vivir como ‘señores’ a costa de la mediocridad de sus prácticas docentes. En este tire y afloje de intereses las oposiciones son un procedimiento burocrático que desde cualquier perspectiva resulta algo más que kafkaiano. Esa clase de publicitado ‘proceso’ es tan sólo una tapadera que vende la historia que sigue: se parte de un punto para llegar a otro distinto, pero jamás se ha salido de lugar alguno, nadie se ha movido y todo sigue igual. De ahí el absurdo. Por eso no he pasado las oposiciones, me presenté a las corrupciones y he tenido la mala suerte de aprobar; lo que tiene delito.
Experimenté aquella ‘costumbre atávica’, por llamarla de alguna forma, el día que tuve la segunda prueba de la oposición. Llegué temprano al lugar con los nervios del caso, un día de julio poco después de la comida. Me senté en una terraza a tomar café. A mi lado un hombre mayor, guión en mano, le dictaba punto por punto a su interlocutora lo que debía decir en su prueba: le reveló las triquiñuelas, entresijos y mañas que un opositor debe mostrar ante el tribunal. Después de veinte minutos de consejos y de muchos ‘no te olvides de…’ se levantó casi temblando, porque había reparado en mi atenta escucha. Arrugó lo mejor que pudo el guión que había dictado y explicado, dirigiendo sus andares con rapidez envidiable calle abajo. Después se lo conté a otro colega que me respondió “¡Y que esperabas chaval!”.
Ese mismo día a los cinco minutos de comenzar mi exposición, observé que el presidente del tribunal roncaba como un bendito. Se trata de un hombre que no llega al 1,60 y que pesa más de 100 kilos. Decidí despertar al durmiente centrando mi exposición, a todo timbal, en el área que le rodeaba. El jurado que estaba a su derecha decidió guardar el sueño de este hombre justo, de manera que al recibir los materiales en los que apoyaba mi exposición se los tiraba al jurado que estaba a su derecha sin mirarlos siquiera, mientras se leía en su melenilla de calvo cincuentón, echada a un lado: “¡Me importa una mierda!”. El jurado que recibía los materiales del guardián de la siesta me pidió al final de la prueba que le regalara los interesantes artilugios que apoyaron mi exposición; él les daría un buen uso en sus clases. No se los dejé, quizá por ello y por despertar al durmiente no obtuve más que un aprobado.
Al mirar con cuidado el cruce de las notas de la oposición con los puntajes previos de los candidatos pude constatar que por una coincidencia inexplicable el 95% de las notas sobresalientes se concentra en el 10% de los opositores: los interinos. En mi especialidad tan sólo el 0,5 % de los opositores novatos y de nivel medio obtuvieron un sobresaliente. En las demás especialidades ocurre la misma situación, las notas sobresalientes y notables están concentradas en un reducido número de candidatos, los de casa. Esta coincidencia del destino garantiza que las plazas docentes queden en manos del 100% de los candidatos internos en detrimento de los opositores de nivel intermedio y de los novatos. Con estas estrategias el gremio docente se protege a sí mismo como lo hace una mafia. No tienen reparo en calificar a los candidatos por la cara y se pasan ‘por ahí’ los principios éticos que rigen la actividad docente. Por un momento debemos detenernos a pensar que los jurados que han calificado de manera arbitraria y gratuita a los candidatos ‘internos’ son los mismos que han educado a nuestros hijos por décadas. Sin embargo, en esta situación lo que menos importa son los estudiantes -las ovejas negras del negocio-, pues se trata de una polémica de larga data entre el gobierno y los sindicatos. El primero no quiere empleados públicos con una ‘pesada’ carga pensional y los segundos quieren vivir como ‘señores’ a costa de la mediocridad de sus prácticas docentes. En este tire y afloje de intereses las oposiciones son un procedimiento burocrático que desde cualquier perspectiva resulta algo más que kafkaiano. Esa clase de publicitado ‘proceso’ es tan sólo una tapadera que vende la historia que sigue: se parte de un punto para llegar a otro distinto, pero jamás se ha salido de lugar alguno, nadie se ha movido y todo sigue igual. De ahí el absurdo. Por eso no he pasado las oposiciones, me presenté a las corrupciones y he tenido la mala suerte de aprobar; lo que tiene delito.
1 comentario:
¡¡Que vivan los pataleos!!
...ma non troppo, eh, que hay que cuidarse la salud. Vamos llegando a unas edades ya que...
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