Los delfines son a la Casa de Nariño como los zombies a una película de terror: salen por todas partes, andan renqueantes y atontados, no hay forma de pararlos, y tienen mucha hambre. Los ‘grandes estadistas’ de este país siempre han sido los hijos de ‘grandes figuras políticas’ y han heredado, a golpe de registro civil, cualidades innatas para el buen gobierno y el sacrificio por la nación, lo que según las leyes de la genética es una posibilidad entre varios millones. Sin embargo, en la política nacional las aptitudes del ‘estadista’ se transfieren con diferencias generacionales mínimas. Es el caso de López, Pastrana, Santos (la heredad a pares), Samper, Gómez y como no Lleras. Es algo incierto que los genes de los estadistas nacionales alimentados a base de cuchuco y sancocho puedan ser especialmente ‘fuertes’, y que esos ‘genes’ -aún no identificados- del ‘gran estadista’ pasen de forma directa a los descendientes de unos pocos apellidos. Creo que es un caso digno de un exhaustivo estudio.
Desde su retiro hispánico el exsenador Lleras, ejemplo y prodigio de la genética, conmueve a cualquiera con su renuncia a la eminente corporación parlamentaria, hundida hasta el fondo en la corrupción. En algunos medios ya se anuncian con alborozo las chicuelinas del Sucesor, igual de irritable, eso si, pero con una carrera a cuestas que empezó en los 80 al lado de Galán, continuo en el liberalismo y se transfugó al uribismo, una vez absuelto el samperismo de todas las culpas. Esta especie de surfing político ha tenido contratiempos, malentendidos e investigaciones truncadas de las que poco o nada se sabe en la actualidad. ¿Se atreverá el país a elegir un candidato que el mismo Estado no ha protegido, ni protege de sus falsos positivos? Es posible que la viga en el ojo ajeno salte a la palestra y hable de cada una de las pajillas que hay en el propio, al menos eso puede esperarse. Uribe ya le contó a julito las ‘preocupantes’ charlas preelectorales que tuvo con Lleras en el 2006. Conversaciones en las que se sugería una purga que vino a cumplir la Corte Suprema, apenas un año después, y fue en ese preciso instante, con la purga tocando a la puerta, cuando el oportuno delfín se fugó a la madre patria a ‘estudiar’. Esto me suena a ese argumento de folletín: ‘Señorito preña a media servidumbre. Señorito va a la capital a titularse, de una vez por todas. Titulado, y con más peso, el señorito vuelve a la finca para encontrarse a la indeseada y recelosa progenie que jamás le cantará las cuarenta por simpatía o necesidad. Fin’.
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