30/5/07

ASILO DE LIBERTARIOS


AJOBLANCO (Octubre 1974, núm. 1) vuelve a la simplicidad, la creación, el interés por todo aquello que sea nueva sensibilidad. Porque ha oído, ella también, el grito: “¡Despertad jóvenes de la nueva era! ¡Desplegad vuestras inteligencias contra los mercenarios ignorantes! Pues llenos están los campamentos, los tribunales y las universidades de mercenarios que si pudieran prolongarían para siempre la guerra de los cuerpos y arruinarían la lucha de la inteligencia.

El Sargent Pepper’s cumple cuarenta abriles y detrás seguimos nosotros, menos el jerry o el rafa que nacieron un poco después de Revolver. Venir al mundo en ese intermedio les hizo hijos naturales del rock, melenudos y risueños. No me había quitado el primer bozo -con el cortaúñas- cuando me colé a campo traviesa en un concierto de estos rockers, ahora piedras rodantes en el desierto.
En aquellos días veía, una y otra vez, el video en que Ginsberg valoraba la poesía del ‘Sargent’, el padre de la psicodelia aconsejaba Turn on, tune in, drop aout, Dylan le preguntaba al Señor Jones si algo pasaba delante de sus narices. Ponía, en replay, los tropeles contados por un militante anti-Vietnam que acabo sus días en Brooklyn pegado a una botella de Bourbon; guardé con tristeza el recorte de prensa que traía la noticia. Lo que ahora es un aniversario numerado a décadas antes era un ideal: la libertad y sus dispersos seguidores, los libertarios.
La libertad ha cambiado, y mucho, antes era un bien a conquistar, ahora es una desafiante condición juvenil que desborda el control paternal. La libertad es un bien de consumo y los viejos libertarios viven aún de los momentos en que bastaba con un honguito de la pradera para ingresar en un magmático universo de naturaleza, arte, amor, dioses ancestrales y paz, mucha paz hermano.
La indiscreta nostalgia nos obliga a celebrar esa idea perdida, quien nos diría que la libertad también tiene historia o que sobrevivimos, a duras penas, al olvido de nuestros ideales. De vez en cuando alguien nos tiene que recordar que otro mundo fue posible y que la cagamos. Esto le pasó a la revista Ajoblanco, uno de sus editores saca treinta años después un libro para manifestar con la memoria, la otra no la oficial, que los libertarios no están en el asilo y que la cagada fue monumental.
Conocí esta revista un día que Mallarino me enseñaba sus cuadros y tropezó con un histórico Ajoblanco (nombre de una eructona sopa fría) del 78. Suspiró y dijo:
-Estos hijos de puta si que eran buenos…
Cogí la revista, formato periódico y leí algunas cosas entre poesía, ecología, contracultura y anarquismo. Años después pillé la revista en la Lerner de la Jimenez, un poco más refinada, buen papel y tal, un poco cara, así que me olvidé de la cosa. En esa temporada estaba bien visto leer y prestar, a las nenitas solamente, revistas españolas: el paseante, el viejotopo y el ajo. Creo que sólo una ha sobrevivido y al ajo le tocó transformarse en un libro de memorias.
El ajo nació en los 70, en la mítica transición en la que “España empezaba a dejar de ser un desierto y las ganas de arrinconar el bostezo y conquistar la libertad y la fiesta precipitaban un ingenio vertiginoso”. Un despertar plagado de infiltrados que radicalizaban a la oposición para que los grises de Franco entraran en acción. La historia se repite con los movimientos antiglobalización, los espías roban los olores -en calzoncillos y calcetines- de los manifestantes para que los perros los reconozcan por la calle antes del tropel.
De estos años no se acuerda nadie, ¿para qué?, tiene algún sentido saber que la máxima “la gente tiene la cabeza llena de mierda y no puede pensar” no ha perdido vigencia. Que no es necesario un sujeto en uniforme para que el autoritarismo invente otra realidad y nos la traguemos sin rechistar. Tendremos que leer unas memorias para recordarlo y pensar más en ello.

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