31/1/07

LA INVENCIÓN DEL AUTOR (I)

Afirma Bloom que el ‘autor’ no es un nombre, se trata mejor de un conjunto de nombres. Los nombres de aquellos a los que pretendemos superar y en el mejor de los casos imitar. De ahí que el ‘autor’ sea más que una figura, un personaje o unas cuantas líneas. El ‘autor’ es lo que nos resulta conocido y recordado por lo que cada uno de nosotros no podrá repetir, lo que sobrepasa nuestro discreto talento, lo que una vez leído y escuchado se nos antoja imposible de igualar. Este es el punto de partida de nuestra competencia con los autores del pasado, ya que invertimos todos nuestros esfuerzos en unir sus nombres a los nuestros.
Hace siglos la recopilación aleatoria de algunos textos podía llevar un nombre reconocido, bajo la presunción de que no podía ser otro su autor. Esto sucedió muchas veces, lo que dió pie a replicas, comentarios y especulaciones que aún nutren la insidiosa precisión académica. Sin esta práctica muchas investigaciones perderían su objeto de estudio. Las obras de incierta procedencia, cuyas versiones abundan de olvidadas lenguas y rasgados manuscritos, son un precioso hallazgo para los estudios históricos. Ahora dilucidar apócrifos es un oficio muy valorado, antes lo era su creación.
En la feliz atrofia mental en la que vive la 'intelligentsia autóctona' la creación de un apócrifo evoca a un mismo autor. No se por qué se nos ocurre uno sólo: Borges. La situación en la que aparece un falso Borges debe ser irónica y guardar una trágica historia: el escritor ‘A’ halla entre los objetos personales de su padre asesinado un soneto de Borges, este mismo escritor elige una parte del primer verso como título para una novela que veinte años después cuenta el desgraciado incidente. Durante esos veinte años el mismo soneto aparece publicado, no se sabe cuantas veces, y aunque la 'intelligentsia autóctona' conoce de sobra que el tal soneto fue inventado por el poeta ‘B’, el escritor ‘A’ no llega a saberlo. De repente, después de veinte años al escritor ‘A’ se le ocurre, ignoro la razón, indagar el sitio que ocupa en la obra de Borges el soneto en cuestión. No lo halla por ninguna parte y consulta a sus contactos literarios con el fin de ofrecer una paradójica y pública confesión: el poeta ‘B’ escribió el apócrifo seis años después del asesinato de su padre. Un soneto hallado antes de ser escrito que además resulta ser espurio, no se puede pedir más. Es admirable la candidez del escritor ‘A’ que interroga al tránsfuga poeta ‘B’ sobre la autenticidad del soneto, en especial cuando la fama y la habilidad le preceden en este tipo de ardides.
El relato de esta paradójica situación hace que el soneto, su hallazgo y su confección sean un producto del imaginario borgesiano. La saturación del ingrediente Autor-Borges en esta lograda trama de equívocos, vacilaciones y silencios hace que el escritor ‘A’ junto al poeta ‘B’ alcancen el merito de los 'Autores', gracias a la ironía del bibliotecario argentino. No cabe duda que esta situación contiene cierta dignidad literaria y es hasta cierto punto creíble, a no ser por los tropiezos que ‘A’ y ‘B’ sufrieron por el camino. Tropiezos (ver siguiente entrega) que un tercero en discordia, escritor ‘C’, prefiere que sean ignorados para mayor gloria de los cuatro autores, en especial -como no puede ser de otra manera- Borges.

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