22/6/06

TODO SOBRE MI PADRE

Crónica uterina, con sabor a desquite,
del primogénito de un profe cualquiera


Es cierto, somos unos desconocidos, ni él ha visto mi cara, ni yo la suya. Aunque si le hago caso a la genética ni siquiera necesitamos vernos porque ya tengo hasta sus recuerdos. Así, que empiezo por ahí, recuerdo el día en que tirado en un banco de arena, frente a una construcción, mi padre se recostó a dormir el pedo. Con suma ternura se echaba la arena por encima de la cabeza como si de mantas, doble tigre, se tratara. Tenía toda la edad de merecer y unos amigos medio artistas, medio vagos, “profesionales del bacilón” así como lo canta uno de aquellos colonos del goce. Se llama Jerry y se apellida como un trompetista de jazz, tiene hasta la misma geta para embocarla en cualquier instrumento, y que órganos se sopla...
Uno de estos secuaces del rock, le mostró a mi padre un objeto de culto que su abuela le dio por navidades, el sagrado morlaco, personaje mitológico de la crédula imaginación de mi padre. Ese y otros fetiches ocuparon el altar de aquel compositor de música fea, muy famosa por la escasa virtud de los intérpretes, por ejemplo, el filo, un aprendiz de bardo que pronunciaba con bajeza notable todas las palabras castizas del diccionario, al compas de la máxima 'con esa geta y poeta', o el paco y su armónica, un espanta recepcionistas que iba tras cada polvo entre 6 y 18 meses. Ellos se reunían, con otros más piores, en la terraza de la casa familiar, la del nono floro, a repetir obtusas melodías al son de los aviones que pasaban, y con la imagen de Page dándole con un arco de violín a su fender, o Judas con su linda camisa de fuerza, muy bien vestido para la ir a la iglesia.
Mi padre no es, a pesar de sus esfuerzos, el peor de esta banda, había uno que con su aspecto quería escapar del estereotipo y hacerse el fino o el bien peinao, ese pinpinelo seleccionaba el color de sus camisas, calculaba el grosor de sus calzones y blanqueaba, con grifin, sus zapatillas. En alguna época influyó con su elegancia, de distrito clase media, en el estilo paterno. Pero todo esto cambio un día en que mi padre se dijo a sí mismo, voy p’artista y de los plásticos, y hecho, este sujeto se vio un día rodeado de una cream cochambrosa en la que había futuros críticos de arte y celebres curadores. En la nacho desarrolló muchas de sus más conocidas facultades, el pastoreo de hembritas, la fuacilidad para las relaciones fandangosas y un instinto lóbrego para el trabajo y las responsabilidades a corto plazo. Todo empezó una tarde de octubre, esas en las que los prados de la nacho se llenan de multitudes de cucarrones muertos y recién apareados, lo que incita a los dulces juegos de la naturaleza. Alrededor de las fogatas universitarias un guitarrista, es decir mi progenitor, se echaba todo el repertorio neotrovero de la cuba revolcada en orden alfabético, por orden de nacimiento, por pista de disco, o por el simple pedido de unos ojitos calidos y enrojecidos. Tanto silvio, vicente, pablo y santiago mareó a la caterva anárquica en la que había crecido, y una noche cualquiera, el individuo del culto al sagrado morlaco, desde su tupido y encrespado, afro rubio le dijo: deja tanta guevonada¡¡¡¡y lo inició en el heavy. Pero el heavy no fue suficiente, él tenía que ser aun más heavy y abandonó los prados de la nacho para hacerse historiador, lo más heavy que encontró.
Este negocio no termina aquí y he omitido a propósito los nombres de todos los personajes para ocultar sus lamentables identidades, así que cualquier parecido con la realidad o las imprecisiones de la memoria paterna, son producto de excesos juveniles, y no son culpa mía. Desde un útero cualquiera en la salvaje Sudamérica escribe el nieto de Floro, digno sucesor de su estirpe.
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No se pierda la próxima entrega: “Se equivoco la cigüeña, se equivocaba, se equivocaba…”

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