19/4/11

Filósofos...buen nombre para una cerveza (o qué hacen los que por fin hemos conseguido no hacer nada)

I

Llego tarde al debate, lo siento, pero me gustaría empezar por aquella exaltación con la que los llamados a sí mismos “filósofos” -por título académico o ejercicio profesional- responden a una intencionada pregunta “de titular” hecha para “picar lenguas” (¡nada más!). Sin duda, el centro de la polémica son los “estereotipos” que rodean a la representación pública del filósofo y el perezoso esfuerzo de los primeros interrogados por superar una -dicen…- equivocada imagen. Los otros aludidos, en esta suspicaz pregunta, sienten una insoportable “piquiña” y se lanzan a responder con valentía -de gremio- acerca del por qué ellos consideran que ellos mismos, como filósofos, rompen los “estereotipos” e intentan erigirse, a sí mismos, una vez más, como ejemplos de la imagen reguladora que ahora debemos tener de la función pública del filósofo.

En mi opinión creo que no hay estereotipos que atacar, ni “vidas filosóficas” que defender o reivindicar. No hay que generar una histeria profesional porque a un periodista se le ocurre preguntar si entre el filósofo y la sociedad existe una cordial relación de indiferencia. Cualquiera que no sea redactor, de Arcadia, sabe que los buenos de Sierra, Zubiria y Parra no han hecho a lo largo de sus vidas más que su trabajo y lo han hecho bien en un país bastante complicado…incluso para respirar. Sierra fue de los primeros en transmitir la obra de un profesor exiliado en Nueva Zelanda que habló de un modelo, bastante problemático, de “sociedad abierta” ¿Tiene algo de estereotipado enseñar las claves de un asunto prioritario para el “paisito” que nos ha tocado en gracia? ¿No es suficiente la educación y el trabajo académico como respuesta a la función pública del filósofo? Algunos, al parecer, le hacen el juego a un titular y se olvidan de las edades y las respuestas que han pasado por esta sugerente cuestión ¿Qué demonios hace un filósofo? Pregunto a los corresponsales de este debate si es posible tratar esta cuestión según el lugar, el tiempo y la sociedad en la que vivimos. Será exigir mucho pedir un poco de sentido común y menos twitteo aforístico.

II

Aquel diplomático florentino, a bailes con una excéntrica familia que le pagaba por sus notables servicios, decía que si observamos la historia los filósofos no entran los primeros en las ciudades conquistadas, lo hacen entre los rezagados, escondidos en los carros de heno que entran junto a los cocineros y al burdel de campaña. Siglos después al hijo del pastor, luego filólogo, pero entusiasta de la artillería prusiana, le hubiera disgustado que le juntaran con las diversiones de la soldadesca. Igual que al indispensable heredero vienes que se alistó en la Gran Guerra para acabar en un campo de prisioneros dándole vueltas a la idea de que ciertas expresiones mejor debían callarse, porque resultaba inútil intentar decirlas. Ni que hablar del deber que cumplió el ateniense más feo y más preguntón de la historia en las guerras espartanas, reclamo que sus defensores usaron para salvarle de una irrevocable condena: no creer en los dioses. También está aquel que fue vendido como esclavo por diferencias irreconciliables con su discípulo, un tirano cualquiera, y qué decir del emperador que sucedió a Adriano. Estos son los filósofos a veces prisioneros, otros emperadores, muchos soldados, vagabundos, jorobados, diplomáticos, preceptores, extrañados por sus pueblos o condenados a la soledad.

Cuando me asomo a esta “personajada” busco consuelo en la curiosidad periodística y en el escándalo de los filósofos, muy de blogueo y facebookeo, que se olvidan de otro que intentó en las elecciones anteriores anticiparse a la esperpéntica corruptocracia que ahora gobierna en la figura de ese filipichín renegado, reluctante a la obediencia con el patrón. Si...puede que la ola verde fuera de charco y el surf de la esperanza nacional se truncara, pero ese es filósofo. No entiendo cómo dejamos de hablar de las cosas que tenemos ante nuestras narices e indolentes nos da por el discurrir. Hace falta mucha filosofía…en esos que se dicen filósofos.

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