Detrás de cada conflicto hay una ‘jauría informativa‘. Los medios compiten entre sí por una ‘primicia’: la malversación de la fugaz verdad de los hechos adaptada a unas ciertas estrategias comerciales y a algunos pactos políticos. Casi ningún periodista podrá contar lo que ha visto y oído, tan sólo repite lo que la línea editorial de su empresa le dicta. Esos repetidores perjudican la posibilidad de apreciar los conflictos desde una perspectiva más general, aunque su audiencia la mayoría de las veces no tiene el menor interés en preguntar por la razón, las causas o la evolución de los hechos. Es suficiente con minuto y medio de fragmentos inconexos para informar. Al público le basta que un conflicto tenga enemigos, uno el malo y otro el bueno, y un ganador que defienda la justicia de los devastadores medios que usa para alcanzar la victoria; aquellos triunfos anodinos con cientos de víctimas ocultas.
Al margen de la ‘jauría’ están los supervivientes y los protagonistas del conflicto. Ningún periodista se aproxima a ellos, temen el contacto con unos y las represalias de los otros. El miedo y la comodidad de los medios ha creado una imagen del mundo en la que el horror, la crueldad y la mentira son intraducibles, pasan porque sí y pensar en un por qué resulta desagradable. Se olvida el conflicto con el fútbol y el famoseo. Los sesudos editorialistas vitorean, desde sus camas de trabajo, una realidad que les viene regurgitada. Aún recuerdo el heroico “helicóptero de Troya” del buen Héctor Abad y su Helena-Ingrid. Con las 'casuales filtraciones’ que vinieron después su reescritura del mito era algo menos que un parloteo insulso.
Entre la jauría parece que hay ‘ciudadanos-periodistas’ repentinamente ilustrados, o algunos ‘historiadores’ como dice Kapuscinski. Los hay como Pérez Reverte, de esos chulazos que dicen tener perdigones entre los granos del culo, luciendo galones de corresponsal de guerra: “tu no has visto arder Sarajevo…a paseo imbécil”; es lo menos cabrón que suele esputar. Periodismo es vida, es historia dice el viajero polaco, hasta tal punto que se puede perder, transformar o saber más de la propia -vida- en medio de los hechos que se narran.
En el documental sobre Hollman Morris “Unwanted witness” se muestra ese tipo de periodismo -con más ética ¿quizá?- ahogado en la jauría de informadores dedicados al lameculeo y el farandulerismo regional. Sin embargo, resulta curioso que en un conflicto tan abandonado por los medios sea la vida de ‘un periodista’ lo único claro y distinto en medio del horror y los sufrimientos de la guerra. La joda es por qué se habla de un periodista que cubre el conflicto y no del conflicto mismo. Es posible que una cosa lleve a la otra. Ojalá que el argumento del documental lo consiga: el valor del trabajo periodístico visto desde la relación absurda entre el número de amenazas de muerte y los premios obtenidos, todo aquello en medio de la roñosa indiferencia patria.
El joven periodista hace un book y repasa su lista de premios para asistir a un Festival de cine, lo que contrasta con la figura de otro periodista, Kapuscinski. Este es un caso aparte en el que la vida del cronista es descubierta en el mensaje de los otros, unos desconocidos, a los que es necesario sacar del anonimato y el abandono. En el cartel del documental se ve a un corresponsal de guerra que da zancadas hacia unos helicópteros. Me pregunto qué ha dejado atrás ese corredor, ¿qué ha sido de las víctimas? ¿aquel testimonio es la reconstrucción de los hechos, un esbozo aproximado del complejo fluir del conflicto o una mera documentación del horror blindada con derechos de autor y un reluciente copyright global: 'H.R.'?.
Al margen de la ‘jauría’ están los supervivientes y los protagonistas del conflicto. Ningún periodista se aproxima a ellos, temen el contacto con unos y las represalias de los otros. El miedo y la comodidad de los medios ha creado una imagen del mundo en la que el horror, la crueldad y la mentira son intraducibles, pasan porque sí y pensar en un por qué resulta desagradable. Se olvida el conflicto con el fútbol y el famoseo. Los sesudos editorialistas vitorean, desde sus camas de trabajo, una realidad que les viene regurgitada. Aún recuerdo el heroico “helicóptero de Troya” del buen Héctor Abad y su Helena-Ingrid. Con las 'casuales filtraciones’ que vinieron después su reescritura del mito era algo menos que un parloteo insulso.
Entre la jauría parece que hay ‘ciudadanos-periodistas’ repentinamente ilustrados, o algunos ‘historiadores’ como dice Kapuscinski. Los hay como Pérez Reverte, de esos chulazos que dicen tener perdigones entre los granos del culo, luciendo galones de corresponsal de guerra: “tu no has visto arder Sarajevo…a paseo imbécil”; es lo menos cabrón que suele esputar. Periodismo es vida, es historia dice el viajero polaco, hasta tal punto que se puede perder, transformar o saber más de la propia -vida- en medio de los hechos que se narran.
En el documental sobre Hollman Morris “Unwanted witness” se muestra ese tipo de periodismo -con más ética ¿quizá?- ahogado en la jauría de informadores dedicados al lameculeo y el farandulerismo regional. Sin embargo, resulta curioso que en un conflicto tan abandonado por los medios sea la vida de ‘un periodista’ lo único claro y distinto en medio del horror y los sufrimientos de la guerra. La joda es por qué se habla de un periodista que cubre el conflicto y no del conflicto mismo. Es posible que una cosa lleve a la otra. Ojalá que el argumento del documental lo consiga: el valor del trabajo periodístico visto desde la relación absurda entre el número de amenazas de muerte y los premios obtenidos, todo aquello en medio de la roñosa indiferencia patria.
El joven periodista hace un book y repasa su lista de premios para asistir a un Festival de cine, lo que contrasta con la figura de otro periodista, Kapuscinski. Este es un caso aparte en el que la vida del cronista es descubierta en el mensaje de los otros, unos desconocidos, a los que es necesario sacar del anonimato y el abandono. En el cartel del documental se ve a un corresponsal de guerra que da zancadas hacia unos helicópteros. Me pregunto qué ha dejado atrás ese corredor, ¿qué ha sido de las víctimas? ¿aquel testimonio es la reconstrucción de los hechos, un esbozo aproximado del complejo fluir del conflicto o una mera documentación del horror blindada con derechos de autor y un reluciente copyright global: 'H.R.'?.
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