Los debates políticos de la nación no salen de los editoriales, no sobrepasan los limites del bien intencionado hurgar de los ‘opinómanos’ que lo arreglan todo señalando al dictador-teflón, a la Corte, a los imputados, a las interpretaciones jurídicas. Esa andanada de opiniones buscan ocultar la historia de un modo de hacer política que ahora parece toda una sorpresa ¿Acaso es novedad que los votos en el congreso se han comprado y se han revendido al mejor postor durante décadas de rapiña y corrupción? ¿Acaso es nuevo que los mismos congresistas -en compra-venta legislativa- han comprado sus votos con tamales, plomo o aguardiente? Ha llegado el día en que la Corte Suprema se ha pronunciado acerca de los delitos vinculados a un acto legislativo -quizá el más importante desde 1991-. Por primera vez en la historia de la humillada y pisoteada democracia local un juez ha señalado a los culpables, ha dictado sentencia y lo más normal es que después de años, sin cuenta, de negocios, chanchullos y roscas los que humillan a la democracia se pronuncien en contra de un fallo que les condena como ‘ejemplos’ de una costumbre histórica en la política nacional: la compra de conciencias con cuatro pesos o unas cuantas corbatas.
Los congresistas, míseros padres de unas leyes que sólo les benefician a ellos mismos, son los agentes del hambre nacional, son los campeones del traga-todo local, son los que reparten y se quedan con la mejor parte. En el imaginario colectivo está muy claro que el senador o el representante es ante todo un repartidor de bienes: trabajo, casa, plata…lo que sea a cambio de los votos que el solicitante pueda levantar; y esa es la manera en que un ministro o cualquier manzanillo ‘arregla’ el país con una recua de leyes en las que la letra pequeña dice: ‘50 y 50’, ‘cómo voy ahí’, ‘esa lechona es p’todos’.
El fallo de la Corte no es histórico sólo porque el inquilino de palacio se suba por las paredes y llore una compra, al fiado, de una reelección que se le olvidó pagar. Este fallo hace historia porque -tan solo una vez- alguien ha sido sancionado por la compra-venta de su decisión política en una corporación pública, lo que en la infeliz historia política de la nación no significa justicia, ni un esperanzador cambio, sino materia de especulación para los que ganan cuatro pesos opinando.
Los congresistas, míseros padres de unas leyes que sólo les benefician a ellos mismos, son los agentes del hambre nacional, son los campeones del traga-todo local, son los que reparten y se quedan con la mejor parte. En el imaginario colectivo está muy claro que el senador o el representante es ante todo un repartidor de bienes: trabajo, casa, plata…lo que sea a cambio de los votos que el solicitante pueda levantar; y esa es la manera en que un ministro o cualquier manzanillo ‘arregla’ el país con una recua de leyes en las que la letra pequeña dice: ‘50 y 50’, ‘cómo voy ahí’, ‘esa lechona es p’todos’.
El fallo de la Corte no es histórico sólo porque el inquilino de palacio se suba por las paredes y llore una compra, al fiado, de una reelección que se le olvidó pagar. Este fallo hace historia porque -tan solo una vez- alguien ha sido sancionado por la compra-venta de su decisión política en una corporación pública, lo que en la infeliz historia política de la nación no significa justicia, ni un esperanzador cambio, sino materia de especulación para los que ganan cuatro pesos opinando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario