“A título de información general, y a riesgo de que se me tome por el más grande de los repetidores de palabras, voy a decir lo que tantas veces se ha dicho y escrito en Francia sobre Mayo del 68”
A. Bryce Echenique (La vida exagerada de Martín Romaña)
A. Bryce Echenique (La vida exagerada de Martín Romaña)
Para el sincero Romaña mayo del 68 se acabó con la llegada del verano y la imperiosa necesidad de tomarse unas vacaciones. Nadie se queda en París haciendo una revolución veraniega, ni siquiera la novia trotskista -antes modosa señorita limeña- que el personaje de Bryce persigue entre el espontáneo furor de las barricadas. Aquel mayo empezó un día de marzo. A l@s estudiantes de Nanterre se les ocurrió compartir residencia -catre revolucionario- para facilitar el diálogo entre los géneros y la desestructuración de cualquier forma de poder. La posterior coincidencia con las huelgas sindicales armó un ‘sismo’ político y cultural del que aún se sienten las replicas. Sarkozy pretende conjurar el fantasma de mayo del 68, tal como lo denunció Delueze en el 77: a la política francesa le gusta ‘escupir’ sobre esta fecha.
No pocos han reparado en que la mayoría de los que debatían en el teatro Odeón pasaron a una mejor vida en la burocracia, en la izquierda ecológica o en los planes de pensión académicos. Todos viven de/por o para la mentada fecha, la critican, extraen lecciones históricas de ella o crean un artificioso mundo de moralejas capitalistas: cuando se trata de consumir el plus-deseante-gozón de cada individuo no tiene limite; la revolución es tan solo un paréntesis en medio del cinismo, la indiferencia y el aburrimiento.
El diagnóstico sobre esta especie de mutación social -que duro unas diez semanas- parece muy claro, si la revolución francesa creyó inventar la libertad y la solidaridad, con mayo del 68 los franceses inventaron la revolución cultural: ¡Vivre la France! Basta con darle la vuelta al mundo en el 68 para comprobar que la revolución tenía grandes enemigos como los tanques, los bombardeos y las pistolas. El 68 fue el año del asesinato de Martin Luther King, de la horrible noche de Tlatelolco en México, la ofensiva del Teth en Vietnam y la matanza de My Lai, y el cruel final de la primavera de Praga.
En otros lugares, Colombia por ejemplo, la cerrada hegemonía del Frente Nacional reprimía cualquier forma de movilización social y “modernizaba” el país con innumerables instituciones de servicio público, pero administradas como botín electoral. El caciquismo regulaba la decisión de los ciudadanos y los fines del interés general, uno de ellos la reconversión de los contrabandistas en prósperos marimberos. La revolución psicodélica del norte consumía mucha hierba a la par que un legalizado LSD. A esto le agregamos un poco de nadaísmo y sólo nos faltan unas cuantas piedritas sacadas del pavé del barrio latino para montar un tropel, contando, eso sí, con que Lleras Restrepo no soltara a sus perros en medio de la fiesta.
En muchos lugares mayo del 68 jamás ocurrió, ni ocurrirá. Es demasiado difícil, como dice Vattimo, “cambiar nuestros hábitos de consumo, encerrados en un mundo donde la información es controlada y la disidencia reprimida de inmediato”. Las revoluciones del siglo XXI serán tan discretas que ni siquiera los vecinos se darán cuenta.
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