26/12/07

Hermanos de sangre

Siento tu mano apretando la mía. Un hedor insoportable se extiende por el aire. Gotas de sudor frío surgen en una frente desconcertada. Y esa extraña humedad proveniente del apretón da lugar a un fino y rojo hilo. No dudo en retirar mi mano pero no puedo. Con el paso de los años, el hilo deviene chorro y se estrella en el lejano suelo. Mis pies ya no son míos, ahora se encuentran allá, al fondo, perdidos en un pozo de sangre negra. Entonces decido apretar con todas mis fuerzas provocando un flujo incesante y turbio. La sangre brota de nuestros dedos y muñecas; la viscosidad facilita algún que otro deslizamiento pero me niego a cejar en mi esfuerzo. Aprieto con el alma y una boca hambrienta se abre en medio de mi mano de donde manan repugnantes humillaciones. Más tarde, tu mano se rompe como la mía ahogándonos en un pestilente olor a muerte.

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