4/7/06

TOBIA ADENTRO

La última esperanza de buen fútbol se va extinguiendo en la televisión, cuando en la puerta suena la anunciada visita. Un indígena del Amazonas, su compañera y un niño medio dormido aparecen para acompañar un helado que se derrite bajo el calor del sol Alemán. La compañera del indígena con esa extraña y molesta profecía anuncia la caída irremediable de quienes dice “han ganado ya mucho”.

Definitivamente ellos no están aquí para dar cuenta de las destrezas con el balón o para confirmar que la tristeza no es solo brasilera. Con ellos y sus motetes nos aprestamos a descubrir un fin de semana en Tobia adentro. Tobia esta ubicado a unos kilómetros de Bogotá, con un clima templado, una naturaleza casi virgen, buenos ríos, cascadas, caminos y mucho más. Tierra de deportes de aventura: balsas, bicicletas, caminatas, escaladas y conversadas, sobre todo conversadas de aventura adentro.

En Tobia nos espera uno de esos manes que la vida nos pone sin pedir nada a cambio, al fin de cuentas al man la vida le ha dado sus juguetes, ya tiene mucha paz y sabe buenas cosas como para no afanar nada. Ya en Tobia nos reunimos en la casa que el man tiene en la montaña, buena excusa para agradecer a la naturaleza y a Dios por toda su grandeza. Con el indígena, el buen amigo y el dueño de casa iniciamos un nuevo viaje al fon de de nosotros mismos.

La tradición indígena usa la palabra en su verdadera dimensión, en lo que hace, en lo que es, en lo que puede ser. Es una vaina bacana, una vaina que uno quiere compartir con todo el mundo. Palabra suave, palabra dulce, palabra amorosa. Se piensa bien, se habla bien. No es un estado de la mente, ni un trastorno temporal de la psiquis, ni el rito lejano de comunidad indígena. Es del alma, de la vida misma, del corazón de Dios.

La noche transcurre entre cantos indígenas, que agradecen a la naturaleza por recibirnos, por protegernos y enseñarnos. Hablamos, hablamos de los planes, de la idea de invitar a más gente. De caminar por la montaña y preguntarle a ella por nosotros, de montar en las bicicletas y descubrir nuestra propia fuerza, de sentir el aire en la cara que habla de Dios, de bajar por el río y aprender del respeto, de sentir en los labios el dulce de la tierra. De ver con las manos, de oír con los ojos, de sentir con el corazón, oler con el alma, gustar con la piel.

Queremos hacer un canasto grande, un canasto con los hilos de todos, un canasto en el que pongamos, confiados, nuestra Fe. Un canasto sin nudos ciegos, sin egos, sin disculpas. La noche se extingue, y en lo más oscuro aparece nueva la luz y ese ruidito que nunca para.

La mosca fly

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mira como te me pones cuando es del alma, veo esas montañas y esa bivra que sale de allí y na'ma, a fluir
fil

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