8/11/14

Φίλος’ Enlargement (o El alargamiento del filósofo)



Museo falológico

"No saben absolutamente nada, y pretenden saberlo todo. No se conocen a sí mismos, ni ven la fosa abierta a sus pies, ni la piedra en que pueden tropezar, porque de ordinario son casi ciegos..." Erasmo sobre los filósofos en el Elogio de la locura

Abandonar la filosofía es posible siempre y cuando se cumplan algunas condiciones, e. g. dejar de hablar de ella, es decir callarse; no intentar un brillante discurso con citas -de Ludwig, Bertrand o Karl - acerca de lo que fue, es, o ha podido ser de ella; tampoco debe especularse acerca de lo que ésta representa, ahogada en las cuatro paredes de un claustro sabanero orientado hacia Monserrate; quizá deba olvidarse lo que se dejan por fuera la mayoría de libros que pertenecen a este innombrable género literario. La mejor manera, consideran algunos, de abandonar la filosofía es seguir el consejo de otros que no pudieron abandonarla, de aquellos que retornaron a sus brazos una y otra vez por vicio, por aburrimiento, aunque consiguieran temporalmente sustituirla por otra cosa: la pereza, el senderismo, la mezcalina o el burdel. De vez en cuando es posible leer a un exprofesor de filosofía reconvertido en uno de tantos “negros literarios”, impartiendo doctrina con nostalgia acerca de las ventajas de cambiar de acera, esa inquebrantable independencia que gana el que cruza la calle y ve con gran claridad lo que tienen las vitrinas de la acera enfrente. Ahora tenemos un afortunado espectador que ya no les da la espalda y que tiempo después será un feliz transeúnte que descubrirá la existencia de otras calles. Por accidente encontré en un periódico el comentario de un opinador que se elogiaba por haber leído una especie de campanada que le sonó a “pensamiento vivo”. Se trataba de una promesa de abandono de la filosofía escrita por un exprofe y publicada en un -muy hípster- fanzine cultural de la familia Santos, lo que ha resultado en un simplón “perdámonos de la filosofía que me aburro”. El exprofe, bastante satisfecho con su rol de escapista, se embarra y chapotea a placer en las consabidas quejas contra la filosofía que para resumir son las mismas que nacieron con ella: primero ¡oh los académicos!; segundo ¡ay el historicismo y la tradición!; tercero ¡uy los artículos indexados!; cuarto mmmm…la ontología es un género literario igual que la copla; quinto…uich¡ debemos reciclar unas cuantas bibliotecas o tiremos a la basura a un alemán indescifrable. Decidí googlear al exprofe y encontré al negro literario, al escritor de un testosterona-magazine, por supuesto es un oficio ‘duro’ por usar un término más sugerente. La cara oculta del ex-filosofastro es una prestigiosa carrera de divulgador humorista, de esos ligeritos escribidores que nos divierten y enseñan al mismo tiempo. En este tipo de libros hay turno para los aplausos y páginas en blanco para el autógrafo, incluso hay sesión de preguntas y una foto en la contraportada. El exprofe, antes de premiar nuestra ignorancia con una cita de Heidegger, “la nada nadea”, y después de echárnos en cara décadas de experiencia en la “enseñanza investigativa”, ha escrito una HISTORIA DE LA SEXUALIDAD criolla y un libro sobre el PENE. Es fácil considerar que un filósofo busque una salida profesional en el humor de las partes bajas, fermentado con un poco de crónica literaria colonial y una elaborada abstracción -muy foucaultiana- acerca de las “tecnologías de la erección”. Estos libros son parte de una estrategia comercial, el primero fue ideado por un psicoanalista argentino que embarcó a la editorial Planeta en el negocio de vender historias de la sexualidad como antes se vendían enciclopedias. Se han publicado estas historias por toda Latinoamérica con resultados desiguales, hay versión chilena, peruana, mexicana, mientras la edición argentina va en el tercer tomo: el sexo montonero y el kichnerismo. En el otro libro el valiente exprofe llama a la monda por su nombre de pila, depositando en los labios de la gente común, y en sus e-readers, una melosa eyección que proviene singularmente  del pijo morrocotudo o el “venoso” para los más íntimos. La pregunta es si nuestro escapista-antes-filósofo ha logrado su objetivo de travestirse desde la nebulosa metafísica hacia el orgulloso profesionalismo del best-seller por encargo. En este mercado los norteamericanos publican un libro que poco después suele copiarse con discreción, ajustándolo al país de turno, haciendo algunas leves adaptaciones regionales, a veces peores que el original, lo que vale la pena aclarar. Esto sucede con el libro sobre la historia cultural del pene escrito por el hijo de Milton Friedman que es, de lejos, mucho mejor que el apocado librillo del exprofe.
...él también tenía
 Sin embargo, resulta que este ejercicio de repetición y adaptación es lo que le espantaba al ex de la actividad académica: unos filosofastros que se aprendían de memoria a Foucault, un par de paradojas de la lógica de primer orden y unas tres formulitas que explican el vocabulario más abstruso de Sein und Zeit. Sin duda es más entretenido describir la castración ritual de los pueblos indígenas, la promiscuidad femenina alabada por el conquistador, la impenetrabilidad selvática de las amazonas, y los serrallos precolombinos. En este caso la referencia a una tradición literaria y la repetición obtienen una mejor recompensa. El reconocimiento sucede fuera del claustro, es más jet-set, no es reverente, es más bien cachondo y en eso la filosofía -excepto la del tocador- está un poco desfasada, en general porque carece de sex-appeal y en particular porque los cuernos de estudiante acaban cansando a los viejos maestros. Más allá del reconocimiento del fanzine hípster de los Santos, no hay nada más filosófico que la historia de la sexualidad y el dispositivo cultural que representa la genitalidad humana. Sin Freud, Foucault, Bataille, el feminismo o la muy lejana discusión acerca de la “condición humana” de los pueblos colonizados (ver Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria), no podría inventarse la necesidad de consumir productos literarios que describan la historia de la micropolítica de la erección o las tecnologías culturales que encubren nuestra condición biológica. Por esto, el exprofe suplanta al “huidor” en su artículo y finge una “retirada”, lo que accidentalmente podrá generar grandes expectativas frente a su próximo best-seller por encargo. Es el ansioso uuuuhhh previo a un refrito sexo-erótico o de cualquier tema a capricho del editor, ya que en su condición de filosofastro puede invadir cualquier área. Se trata en el fondo y la forma -claro está- de un "alargamiento de la filosofía", marcado por la huida, tal y como lo imaginó algún controvertido caminante.

24/8/14

Paseando con Andrómeda (Uri-Zulo-Centroleaks)

El cabo Manning, un marine de metro cincuenta, con un aspecto de arma mortal que ofendía con su presencia el tamaño y el número de los escoltas que le asediaban -incluso en la clínica donde solicitó cambiar de sexo- cumplió con la misión más irredenta, pero a la vez idiosincrática, de la mitología digital que ahora nos embarga con sus relatos de buscadores de la verdad, avernos indescifrables sin retorno, ejércitos de bots, mafias que medran con tablets, ligas de la justicia universal, conspiraciones contra la privacidad, virus apocalípticos, asunciones informativas más allá de lo misterioso. Aquel marine, desde un terminal destinado a las tropas del invasor en Irak, consiguió abrir la caja de Pandora, largando los truenos de las suspicacias del imperio robadas a unos pacientes rebaños, vigilados por ciertos entrometidos pastores. Así conocimos a Assange, así perpetramos el poder global, creímos, aunque suene a broma, en las “verdades periodísticas” de las portadas del The Guardian. La gran operación para recuperar la credibilidad de los tabloides, en quiebra, de la city colmó de una gloria fortuita la inteligencia de un marine que, por casualidad un día de ocio en la guerra, sacó a paseo sus habilidades de programador autodidacta. Este es el héroe de la épica conspirativa de nuestro tiempo: un incógnito programador que manipula una red que bien puede ser el universo mismo y sus copias paralelas, como en el relato mesiánico de Matrix; todavía los que curioseamos a través de las ventanas del consulado ecuatoriano en Chelsea esperamos a que salga la verdad a cantar un vals.

Los conspiretas digitales, rabiando de gusto, observamos al fiel servidor que creía locamente que su amo y sus instrucciones eran el destino de una nación, necesitada de sabotaje, mentira, desinformación y espionaje. La patria deseaba que otro candidato presidencial ganara y por un módico precio: “400 millones entre febrero y mayo”. Por supuesto, los encargados de traernos la buena nueva, de revelarnos el “periodismo de verdad”, son unos primos o sobrinos -no conozco bien el parentesco- del jugador de póker reelecto, el candidato que la conspiración digital pretendía derrotar. Coincide que la familia del palacio político y del olimpo mediático es la misma, ¿cuánto les habrá costado sacar a bailar a la verdad en este vals?

Después del marine apareció un funcionario subcontratado de la NSA, antes fue un operador bancario de un paraíso fiscal. A veces, la verdad es un flujo escurridizo que necesita explotar en un semanario. Este domingo se revela el hacker criollo, bastante caro, vapeando su relato convencional y aburrido de etiquetas muy definidas, quizá preparadas en un espontáneo script: “soy uribista y patriota”; “conocía a los miembros de Andrómeda”; “el aparato logístico era enorme, estatal y militar”; “gastábamos mucho dinero”; “recibía órdenes de Zuloaga”; “el objetivo era la paz y su cortejo”; “Uribe filtra hasta sus hemorroides”. El vals que el país quiere oír y bailar junto a la verdad. El hijo de Andrómeda ha salido a cantar por las esquinas y deberemos creerle tres cuartos de lo que dice, o al menos la mitad, también podemos esperar a tener la suficiente memoria histórica para conocer algún día en un documental en YouTube, producido por los Post Office Cowboys, qué demonios pasó realmente.

27/5/14

BAILANDO CON LA ULTRADERECHA



La política occidental heredó del cristianismo la representación espacial del bien y del mal: la siniestra para el diablo y el vulgo; la diestra para el dios-padre y sus ungidos herederos. Aunque todo empezó en la cortesana repartición de las habitaciones de un palacio: en las recámaras del ala derecha paseaban sus faldones el obispo, las concubinas, la familia real y los acólitos de la corona; mientras en el ala izquierda estaba la aristocracia rural, los consejeros que añoraban la igualdad, algunos comerciantes o banqueros que compraron su nobleza, y los librepensadores. No nos hagamos ilusiones, quienes servían en ese desmesurado hogar lavando la corsetería, pelando gallinas, encendiendo lámparas o componiendo operas, vivían en los sótanos que se internaban dos o tres plantas hacia abajo en dirección al “infierno”. En el “cielo político” a la izquierda estaban los celosos del poder que miraban de reojo el oscuro abismo de los sirvientes y a la derecha los altivos enamorados de la real cabeza. Fuera del palacio transitaba el feroz mundo de la explotación colonial con sus mercados de hombres y mujeres, el pirateo del oro, el comercio de opiáceos, el té y el primer movimiento de la especulación financiera: la venta de las futuras -e intangibles- cosechas de granos. De esta representación palaciega del orden del mundo a las colonias no les quedó nada más que la torpe imitación del universo político embebido del tufo religioso y la exacerbada explotación de la metrópoli: chocolate, azúcar, papas, oro, almas y tierras. Cuando Simón de la Trinidad -con sus otros ocho nombres- divisó Versalles, desde Santa Genoveva, se le vino a la mente la desgraciada empresa de trasladar el manicomio político de las direcciones espaciales, con sus sótanos y alrededores, al lejano Virreinato de la Nueva Granada. La visión de la diestra con una cabeza ungida por el destino de la historia frente a la indiscriminada repartición del poder con los mestizos “pardos” de la siniestra -incluidos los negros por el decoro universalista criollo- echó a andar con la ayuda de unas brillantes muletas constitucionales. A pesar del artificio legislativo los “pardos” de la siniestra colonial jamás han probado, hasta hoy, una sola migaja del poder político reservado a la ungida diestra. El asunto se complicó todavía más cuando, a mediados del siglo XX, el único país capaz de infringir una derrota militar a Hitler fue la nación bolchevique. Los temores hacia la extrema derecha derrotada se transformaron en el terror a la extrema izquierda. El mundo se dividió una vez más entre los bendecidos y los caídos. Oliver Stone realizó un detallado relato de la invención del terror hacia el enemigo detrás de la cortina de hierro, como lo describió Churchill, durante ese tortuoso postconflicto norteamericano que parece no tener fin. La cadena de guerras contra los fantasmas de la siniestra progresó desde Cuba hasta Vietnam, repitiéndose en Venezuela o Panamá, y por último se reprodujo con una inesperada mutación islámica entre los mercenarios sunníes que combatieron a la Unión Soviética en Afganistán. Todavía hoy en plena convalecencia de la pavorosa fiebre democrática podemos decir que señalar al comunista, al chavista, al radical de izquierda, es tan común como la estrepitosa victoria de la ultraderecha, el ala de los “iluminados” que se autoproclaman los guías del destino colectivo. Es una verdadera coincidencia que en Europa se viva un ascenso de los partidos xenófobos, populistas, que recogen del temor social al desempleo, a la crisis y a la invasión del inmigrante, los votos necesarios para barrer a los demás partidos tan cándidamente euroconvencidos. Tan sólo algunos recuerdan que la UE es un proyecto privado con el sello de Siemens y Nestlé, más algunos otros, que empujaron a los políticos -de ambas alas- a una forzada unión política para configurar el mercado interno más rentable del planeta. La fórmula funcionó hasta que la “exuberancia racional” infló una burbuja tras otra con la tecnología, la financiación inmobiliaria, la guerra, el petróleo o la industria farmacéutica. Las recamaras de aquel palacio, ahora una próspera industria cultural, no presenciaron el auge de una tercera vía en medio de la repartición de ventanas, lo que parece haber nacido en el muy adecuado salón de baile: el centro. Con prisas tanto “ungidos” como “vulgares” intentaron ocupar la franja en la que el abuso financiero, la compra-venta esclavista del trabajo y la explotación global de los recursos naturales, que tanto ha minimizado el débil alcance de los derechos del hombre, están de acuerdo con todo lo demás: la restricción del estado del bienestar, la reducción de las competencias fiscales de los gobiernos, la ilusoria privacidad de cualquiera que posea un celular o un laptop. En Colombia la ultraderecha salió de sus habitaciones y ocupó el centro, el salón de baile, desplazó hacia la izquierda a sus vecinos (aunque es un ala que a ellos les resulta extraña por rancio abolengo) y en este momento es protagonista de más de uno de los posibles escenarios políticos que están por venir. Las recamaras de las meretrices y el salón de baile están ocupados más que nunca por el discurso del terror hacia la posibilidad de que un exlíder guerrillero pueda, después de un proceso de negociación, participar en política; este es el argumento clave del segundo round. En un país tan especial -en el que el ombligo patrio ocupa todo el territorio- se olvida que en los procesos políticos de este tipo, y hay varios ejemplos, la integración en la vida política es una consecuencia necesaria del acuerdo: se dejan las armas y se aceptan las reglas -deficientes, pero reglas- del fandango democrático. La casa de locos que Simón de la Trinidad edificó con la colaboración de otros criollitos bonapartistas, como él, se ha alterado un poco. En el ala izquierda se amontona la diestra con la siniestra, que pernocta en los pasillos por dignidad. En los sótanos ya no caben los sirvientes que sin educación, salud pública o empleos dignos, se desmayan ante el comercio electoral que este año de elecciones les trae una ñapita, con vallenato pentecostal. En las cercanías el salvaje comercio postcolonial de materias primas sigue adelante con millones de desplazados, regalías efímeras, y algunas locomotoras averiadas. En el salón de baile aplauden a los inversores de la bolsa de Toronto, a las patentes de Monsanto y a la sombra de la palma africana, mientras que en el jardín de la Casa Grande un grupo de placidas vacas duerme la siesta del caluroso mediodía observando, con envidia, las cuadras de los mimados y nerviosos equinos.

17/4/14

El dedo de García Márquez




Antes de leer aquella historia de un militar retirado que se dedicaba a pasear un gallo debajo del brazo y a esperar unas cartas, mil veces escritas, pero jamás enviadas, conocí el dedo de Gabo. Era el dedo corazón de su mano derecha que sobresalía erguido en medio de los otros dedos recogidos hacia atrás, lo tenía justo delante de su nariz chata y perpendicular a su bigote setentero que le cubría buena parte del labio superior. Mi madre apagó el televisor y proclamó sentenciosa:

 -Estos corronchos son unos vulgares…


Por aquellos días de los degradados, marimberos e izquierdosos, años setenta a las personas no se les perdonaban tres cosas: lo primero ser un corroncho, lo segundo comportarse como tal, luciendo unas “peinetas” escandalosas (léase el dedo enhiesto) en la primera plana de los diarios locales o en el blanco y negro del único canal nacional de televisión, acompañadas por unas proclamas del tipo: -Mrerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrddddddddddddddaaaaaaaaaaaa¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ 
o
-Estos hijosdeputa me quieren matar…………..
y lo tercero ser comunista, ser amigo de Fidel Castro, y simpatizar -junto a Cortázar- con la revolución en cualquier parte.
La única manera en la que la delfinosa, caspiroleta y finquera, aristocracia del altiplano le perdonó todo eso a Gabo fue el día en que desfiló delante de la nobleza sueca, enfundado en una guayabera, para recibir con el mismo dedo que le hizo tan famoso y la misma lengua corroncha, bien guardadita entre los dientes y custodiada por un bigote peinado, un tal premio Nobel.
Poco después del primer plano del dedo y esa imagen evanescente, en la espiral de una luz que se ahogaba en la oscuridad de la pantalla chica, acabé castigado en la hemeroteca del colegio. No tenía ni idea que existiera, pero en ese lugar encontré al profesor de diseño jugando una eterna partida de ajedrez contra sí mismo en la que tercié con fortuna durante gran parte del castigo. Justo al lado había un montón de revistas, muy parecidas a las portadas en rojo de lo que después sería la revista de otro delfín, en la primera portada del montón había un Kissinger carcajeándose con el torso desnudo, cabalgando algo así como un modelo a escala de Indochina, el caribe y la luna, creo recordar. En las páginas interiores había un artículo firmado por Gabo.
Ese no lo leí, pero si me devoré las vacaciones de aquel año “El amor en los tiempos del cólera”; lo que fue mi primer polvo literario. La escena, mejor escrita claro, tenía a un hombre maduro que observaba como una mujer se desvestía e iba tirando con entusiasmo sus enaguas, faldones y corsés, junto a todo un repertorio de prendas decimonónicas bordadas y encajadas, mientras que al fondo sonaban los cañonazos de una ofensiva militar. Cañones enfebrecidos, balas redondas, empujadas a cientos de metros, explosiones y desmayos….estas metáforas desolaron mi pubertad.
Sin embargo, nunca creí en el realismo mágico, qué tienen de mágicas unas novelas llenas de milicianos melancólicos, con eternos dictadores que despachan entre vacas vagabundas, matanzas, y gente que se olvida de hablar, o pierde la memoria, después de un aguacero (¿de balas?). Tiene algo de mágico la descripción del Magdalena con caimanes, monos saltando entre los bosques, y una abundancia que nadie se imagina hoy en el desierto -sabanero- alrededor de un rio agonizante, repleto de ganado, muy “pacificado” por unas hordas de salvajes. 
Debemos leer (entiéndase, he dicho, sólo leer) a los Buendía, como se lee el Quijote, Hamlet o la Odisea, y dejarnos de tanta mierda. Amén.
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