6/7/07

ABUSO DE MULTITUDES


Van más de cinco mil por la calle, gritan, agitan telas de colores, visten la misma camiseta, las cámaras revolotean por todos lados y el cronista de turno en éxtasis colectivo escribe: “Literalmente, no había por donde caminar y la estrechez se regó por varias cuadras a la redonda.”. El poder magnético de la multitud, del mogollón humano resuella en nuestra cabeza como un instinto básico. Es el llamado de una bestia mítica que surge de un lago oscuro, un engendro con piel de serpiente, siete cabezas, alas de vampiro y aliento a pescado seco. Es difícil resistirse a participar de un espectáculo de apiñamiento emocional, especialmente cuando no hay un ciclo definido para la ‘reunión de almas’, lo que si ocurre en carnavales, fiestas de guardar, procesiones y demás jolgorios. En todo caso no hay mucha diferencia entre una multitud que abuchea la carencia de libertades y la que reclama fuentes gratuitas de ron.
Esto me recuerda la escena final de la medrosa y kool “Maria Antonieta” -dirigida por Sofia Coppola- en la que cierta multitud visita Versalles con hambre, antorchas y ganas de violar cortesanas, lo que parece darle un sentido a esta narración sobre el tedioso lujo y el fasto asquiento de la aristocracia. Maria Antonieta sale al balcón, la gente grita, agita palos y azadas, ella hace una reverencia y dobla su cuerpo sobre la barandilla. La reina se entrega. El pueblo calla, no entiende nada y después de una prolongada ‘reflexión’ los más audaces echan al suelo la puerta. La escena final muestra las recámaras principales saqueadas, la caterva irritada lo ha destruido todo en nombre de la libertad . Esta escena de elegante salvajismo le dio la bienvenida a la primera republica de la historia moderna.
Desde aquella gloriosa destrucción, los pueblos se movilizan en medio de la consecuente ‘acción callejera’. Recuerdo cuando el primo O’Bush visitó el patio trasero del imperio. Algunos energúmenos aprovecharon la ocasión para romper vitrinas, mientras una marcha de repudio al ingrato visitante chocaba con las barricadas policiales. En aquella ocasión, nadie habló del legitimo derecho a repudiar la visita del vaquero ebrio, las cámaras criminalizaron y las libertades dejaron de existir en los despachos de prensa. Poco después le tocó a los sindicatos de la educación que marcharon sin motivo alguno, según amplios sectores de la opinión nacional. Pero un día fue necesario que la multitud saliera de su indiferencia y se pronunciara, todos respondieron al llamado y todos disfrutamos del gran despliegue informativo; esa multitud si que valía.
Entre el deseo instintivo de enchichonarnos para sentir los codos de los compatriotas por todos los flancos y la usurpación que los lideres políticos hacen de la tendencia natural del ser humano a ‘hacer bolas’, nuestras marchas en contra de los violentos tienen un largo recorrido. Aun resuenan los minutos de silencio por la paz con banderas y bocinas, la caminata por la solidaridad, las incontables manifestaciones a favor de algún(os) notable(s) que besó(aron) el polvo sin una marcha posterior que siguiera al cortejo de impunidad que representa nuestra candida noción de justicia. Todos íbamos de blanco, cantábamos alguna versión de un poema de Benedetti o Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos…
Por eso cuando veo el chupinazo cada seis de julio y la multitud entra en epilépticos danzares -unos para tocar el culo de la vecina, otros para librarse de un baño de mostaza-cacao en polvo-sidra-vino…etc o para ver a las nudistas de turno que desde los balcones responden a recónditos anhelos de adoración erótica- no se ve más que a una cantidad de gente que quiere estar junta, muy apretada, sin que importe el estado de conciencia. Las marchas políticas no son muy distintas, porque se convocan de vez en cuando para alterar el estado de conciencia colectivo y gratificar a los ciudadanos con un lema trivial, pero muy útil en política: ¡¡¡¡¡¡¡haz cumplido con tu deber hermano!!!!! Así todos nos vamos muy tranquilos a casa, nuestras mentes se han acallado un minuto, los brazos nos duelen de tanto agitar trapitos…mientras en Buenaventura estallan bombas y en las paredes de un barrio a las afueras de cualquier ciudad se puede leer “Por favor, señora acueste a su hijo antes de las 8 o nosotros se lo acostamos”.
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