30/5/07

La música fea que conocí

Para todos aquellos que no conocen el género y que por el nombre se guían, permítanme decirles que están en los cierto: la música fea es fea. Pero no me refiero a las nuevas composiciones del profesor Guarín, quién ha dejado en ésta página mucho de sus sentimientos y talento, sino más bien al grupo de amigos que hace ya un tiempo nos reuníamos a buscar las musas que gracias a Dios nunca aparecieron.
La casa del profesor Guarín sirvió de epicentro a un grupo de adolescentes (don Germán Meneses y Góngora, el Maestro Filo Higuera, Pacho Lara, Henry Hendrix, entre muchos). Todos héroes de la botella y maestros de la vaca “mil y mil”.
En vista del escaso talento musical y de la infinita majestad de la amistad, nos reuníamos en no pocas noches, a sacarle a una guitarra vieja, un tubo de PVC lleno de semillas, un pianito de juguete (de esos que Cure volvió famosos) notas incomprensibles para gente culta e inculta. Horas de grabaciones en una consola de dos canales, destinada más a una prendería en Bogotá, que a los quehaceres de la grabación. Los líderes vocales de ésta, nuestra música fea, no alcanzaban para nutrir completo un buen Bambuco, una salsa y menos algo de Rock. Pero eso si, muchas risas, mucha alegría de sentir el calor de los amigos y unos buenos "Tri Corner".
Las letras siempre fueron cifradas, sin rostros, pero cercanas a cada uno de nosotros, hay entre ellas las historia de una mujer que nunca leerá sus notas porque era analfabeta, a un abuelo que engaña a su familia, porque no estaba respirando. Todas esas letras, eran pequeños pellizcos, que hoy gracias a la paciencia y trabajo del profesor Guarín ven la luz pública.
La música fea es una invitación a los amigos, es un llamado a la común unión, es un lugar fuera del sistema, es una calle de cualquier ciudad, es la gloria de la victoria sin perdedores. De pronto, si se le da la gana, reúna a sus amigos, haga bulla, cante y grite, ríase y bébase unos tragos a nombre de la música fea.
Gracias profesor Guarín.

La mosca fly

ASILO DE LIBERTARIOS


AJOBLANCO (Octubre 1974, núm. 1) vuelve a la simplicidad, la creación, el interés por todo aquello que sea nueva sensibilidad. Porque ha oído, ella también, el grito: “¡Despertad jóvenes de la nueva era! ¡Desplegad vuestras inteligencias contra los mercenarios ignorantes! Pues llenos están los campamentos, los tribunales y las universidades de mercenarios que si pudieran prolongarían para siempre la guerra de los cuerpos y arruinarían la lucha de la inteligencia.

El Sargent Pepper’s cumple cuarenta abriles y detrás seguimos nosotros, menos el jerry o el rafa que nacieron un poco después de Revolver. Venir al mundo en ese intermedio les hizo hijos naturales del rock, melenudos y risueños. No me había quitado el primer bozo -con el cortaúñas- cuando me colé a campo traviesa en un concierto de estos rockers, ahora piedras rodantes en el desierto.
En aquellos días veía, una y otra vez, el video en que Ginsberg valoraba la poesía del ‘Sargent’, el padre de la psicodelia aconsejaba Turn on, tune in, drop aout, Dylan le preguntaba al Señor Jones si algo pasaba delante de sus narices. Ponía, en replay, los tropeles contados por un militante anti-Vietnam que acabo sus días en Brooklyn pegado a una botella de Bourbon; guardé con tristeza el recorte de prensa que traía la noticia. Lo que ahora es un aniversario numerado a décadas antes era un ideal: la libertad y sus dispersos seguidores, los libertarios.
La libertad ha cambiado, y mucho, antes era un bien a conquistar, ahora es una desafiante condición juvenil que desborda el control paternal. La libertad es un bien de consumo y los viejos libertarios viven aún de los momentos en que bastaba con un honguito de la pradera para ingresar en un magmático universo de naturaleza, arte, amor, dioses ancestrales y paz, mucha paz hermano.
La indiscreta nostalgia nos obliga a celebrar esa idea perdida, quien nos diría que la libertad también tiene historia o que sobrevivimos, a duras penas, al olvido de nuestros ideales. De vez en cuando alguien nos tiene que recordar que otro mundo fue posible y que la cagamos. Esto le pasó a la revista Ajoblanco, uno de sus editores saca treinta años después un libro para manifestar con la memoria, la otra no la oficial, que los libertarios no están en el asilo y que la cagada fue monumental.
Conocí esta revista un día que Mallarino me enseñaba sus cuadros y tropezó con un histórico Ajoblanco (nombre de una eructona sopa fría) del 78. Suspiró y dijo:
-Estos hijos de puta si que eran buenos…
Cogí la revista, formato periódico y leí algunas cosas entre poesía, ecología, contracultura y anarquismo. Años después pillé la revista en la Lerner de la Jimenez, un poco más refinada, buen papel y tal, un poco cara, así que me olvidé de la cosa. En esa temporada estaba bien visto leer y prestar, a las nenitas solamente, revistas españolas: el paseante, el viejotopo y el ajo. Creo que sólo una ha sobrevivido y al ajo le tocó transformarse en un libro de memorias.
El ajo nació en los 70, en la mítica transición en la que “España empezaba a dejar de ser un desierto y las ganas de arrinconar el bostezo y conquistar la libertad y la fiesta precipitaban un ingenio vertiginoso”. Un despertar plagado de infiltrados que radicalizaban a la oposición para que los grises de Franco entraran en acción. La historia se repite con los movimientos antiglobalización, los espías roban los olores -en calzoncillos y calcetines- de los manifestantes para que los perros los reconozcan por la calle antes del tropel.
De estos años no se acuerda nadie, ¿para qué?, tiene algún sentido saber que la máxima “la gente tiene la cabeza llena de mierda y no puede pensar” no ha perdido vigencia. Que no es necesario un sujeto en uniforme para que el autoritarismo invente otra realidad y nos la traguemos sin rechistar. Tendremos que leer unas memorias para recordarlo y pensar más en ello.

28/5/07

No Man’s Land

Los periódicos producen ‘asma informativa’. Un día lees algo tan insoportable que ya no puedes pensar en otra cosa. No puedes recibir más datos. Lo que ha escrito el periodista de turno -sea o no una bazofia- se queda entre pecho y espalda, obstruyendo el flujo de información. Aquella deseada y apacible inconciencia.
Se trata de tres artículos. En el primero (Businessweek) aparece un taxista pakistaní que imita a Pacino, cree que en algún lugar de Colombia vive Scarface: ‘Saluda a mi amiguito…pum, pum, pum’. El segundo (El Tiempo) dice que en Buenaventura hay un Billy the Kid, un joven autor de crueles e irónicas consignas escritas en las paredes de una cantina. Los ruidos ambientales son dignos de un western…pum, pum, pum, de ahí el apelativo. El tercero (New York Times) afirma que en esta misma ciudad se escucha el eco constante de disparos y aparecen las fotos de un patrullaje en pleno aguacero, por una zona de palafitos, entre peligrosos jugadores de domino.
En el primer artículo se habla de ‘jóvenes millonarios’ -young and educated, Colombia's new elite- que negocian con capital extranjero en la Bolsa, ganancias entre el 125 y el 400%. Educados en costosas escuelas de negocios, volvieron al país por la confianza que les inspiraba el nuevo gobierno y apuestan por engordar la ‘ternerita’ -I like to invest in young cows-. Este es el país de las ‘inversiones extremas’: a más riesgo, más ganancias. Los otros artículos describen el mercado negro de Buenaventura. Los Hammer que vienen y van en medio del lodazal del puerto. La compra-venta de cualquier cosa y la sospecha de ver a tantos blancos haciendo negocio entre tanta miseria negra. Un rasgo común a estas crónicas es la música y la fiesta. El más afortunado se va de yupi-fandango a Andres…y cuelga el video de la juerga. Los otros hablan de la música del puerto, salsa o reggetón, como si fuera la banda sonora de lo que pasa a su alrededor. La melodía del trapicheo y la pobreza.
Cada cronista persigue su estilo: el primero vende una ‘ternera’ para el engorde, el segundo imita a kapuscinski y el tercero hace un parte de guerra. Los tres describen un lugar con los mismos tópicos -símbolos, costumbres, personajes-, aunque pretenden decir cosas diferentes. Desde su perspectiva todos dicen la misma cosa, porque hablan de un mismo país extraviado en la prosperidad de sus negocios, en la sin salida de la violencia o en la inmarcesible pobreza.
A esto le llamo atragantarse de información, el asma aquella, porque la información no padece, ni reacciona, y los que informan asumen el papel de neutrales-insufribles que hablan de música, copian tres o cuatro frases crueles y escuchan disparos como la lluvia que cae. Entre tanto los que somos informados soportamos la ambigua evidencia y la equívoca inutilidad de esa información.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...